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El dictador de la muerte

“Mis acciones son nobles”, dijo Vladimir Putin, como si fuera un filósofo griego.

17 de abril de 2022 Por: Vicky Perea García

“Mis acciones son nobles”, dijo Vladimir Putin, como si fuera un filósofo griego. Y sin importarle una higa, de esas ciudades de Ucrania han ido cayendo los edificios que una arquitectura preciosísima y renacentista había acumulado con los años, en pos de la armonía de una ciudad que inspirara al mundo a ser mejor y a encontrar la felicidad aun en sus crudos inviernos. Ideales de perfección.

Y mientras iban quedando a la vista los esqueletos de los edificios y se perdían en la noche los gritos apagados de los heridos, de las madres y de los hijos conjuntamente con el reguero de muertos, el señor Putin proclamaba ufano que en esa guerra por él iniciada “La ofensiva continuará con calma para evitar el máximo de bajas en las filas rusas”. “Nuestro cometido es cumplir los objetivos fijados, minimizando las pérdidas. Vamos a actuar de forma armoniosa, con calma, conforme al plan propuesto desde el principio por el Estado Mayor.”

Las carreteras, los caminos y los trenes se han colmado de seres que dejan al otro lado su hogar, sus haberes, sus ilusiones y esperanzas y huyen de la muerte despiadada. De los cohetes supersónicos y de los tanques arrasadores. Las ciudades se caen a pedazos. Pero los objetivos de Putin, ese dictador desde veinte años atrás, son “nobles”. Y dice mentiras históricas que nadie puede controvertir, así se sepa que son mentiras. Por ejemplo, en la historia del pueblo eslavo, por allá en los comienzos de los siglos XI y XII, se sabe que la gran ciudad de entonces era Rus de Kiev (de donde viene la palabra Rusia) en Ucrania, que llegó a poseer cien mil habitantes, más que Londres y París. Y fueron ellos los que dieron origen a la nación rusa y a Bielorrusia.

Pero el asunto no es solamente en la doliente Ucrania y sus ciudades que hicieron abusivamente independizar, según lo anota con buena pluma y conocimientos mi amigo Alfredo Carvajal Sinisterra, Donbás, Crimea y Bielorrusia, para luego anexarlas como hizo la antigua Unión Soviética.
El mundo entero, en estos momentos, está padeciendo una ola de inflación por la subida de precios de los productos básicos, sobre todo en agricultura. La urea, los vegetales, el gas y el propio petróleo, disparados hacia unos precios increíbles que han aumentado con locura los valores naturales de antes de la crisis, a lo que se aumenta por supuesto la otra crisis de la pandemia.

Putin ha hecho asomar la sombra del hongo nuclear. De modo que, aunque a él eventualmente también le fuera mal, el mundo no podría resistir el estallido nuclear, pues como lo anotara Einstein, una cuarta guerra sería con palos y piedras.

Pero lo que quizás más golpee a la humanidad y a la civilización es la evidencia de que no existe un derecho serio y coercitivo para proteger a los demás países de la arbitrariedad de un nuevo Hitler y Stalin, ambos reencarnados en aquel viejo ‘investigador’ de la KGB, Putin, de la peor época del comunismo.

No hay nada que lo pueda detener o parar en sus “nobles planes” de retaliación contra quien con honor y verticalidad, conforme al derecho internacional, ha levantado una bandera de valor y heroísmo como lo ha hecho el joven presidente ucraniano Volodimir Zelenski. Acata y defiende el derecho, aunque todos lo estemos viendo caer a él y a su pueblo, frente al poder ilimitado del Putin dictador, alumno de Stalin y de Niquita Kruschev, y al que el mundo democrático observa atónico gozando de sus ocho palacios y quince yates de esparcimiento.

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