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San Isaías mártir

Corría el primer semestre de 1996 cuando recibí una llamada de Monseñor...

12 de marzo de 2012 Por: Antonio de Roux

Corría el primer semestre de 1996 cuando recibí una llamada de Monseñor Isaías Duarte Cancino, a quien no me unía relación previa, y quien acababa de posesionarse como Arzobispo de Cali. Ese gesto generoso y unilateral, dio origen a una amistad que perduraría hasta su muerte.Duarte podía parecer desconcertante. Tenía el gesto adusto, convicciones firmes, generosidad a toda prueba y una capacidad infinita para la compasión. Se sabía forastero en estas tierras, por eso buscaba a todo el que pudiera ayudarle. Disponible y receptivo, iba convocando y comprometiendo. Se esmeraba en sumar fuerzas y tejer redes, en construir caminos para facilitar su labor pastoral. El diálogo era su estrategia preferida pero no eludía la denuncia vigorosa cuando así se lo dictaba la conciencia. El logro de resultados se le convirtió en obsesión permanente. Decenas de parroquias creadas durante su ejercicio y muchos sacerdotes formados en Roma, dan cuenta de este rasgo. Sin embargo, lo que más impresionaba en él era su compromiso absoluto con la vida y la dignidad humanas. Repetía como si fuera un mantra las palabras de San Ireneo de Lyon en el sentido de que la gloria de Dios es el ser humano. Ese compromiso lo llevaría al martirio, un destino que intuyó y aceptó de manera voluntaria. Lo recuerdo al llegar el recrudecimiento de la guerra y los secuestros colectivos de La María y del 18. Concibió y puso a andar la Comisión de la Sociedad Civil Vallecaucana, contando con la ayuda del gobernador Juan Fernando Bonilla Otoya. Otros en su nombre recorrieron despachos para buscar soluciones, llegando incluso a las puertas del Pontificio Consejo Justicia y Paz. El sentido de coherencia hizo que monseñor Duarte fuera aun más lejos. Solitario e indefenso se metió en las fauces de la guerrilla, insistiendo en salvar vidas y concretar liberaciones. En su casa de Santa Mónica permitió la reunión de Carlos Castaño y Horacio Serpa, entonces ministro del Interior. Deseaba facilitar acuerdos para el sometimiento de las Autodefensas, y obtener la libertad de compatriotas secuestrados por los paramilitares debido a su parentesco con jefes de la insurgencia.A comienzos del 2002 Monseñor vivía las secuelas de su denuncia sobre infiltración de las mafias en la política vallecaucana. A esta circunstancia se sumaba la aparición de un libro denominado ‘Mi confesión’, en el que Castaño decía contar sus secretos y aludía a la labor mediadora del prelado. Cuando por esos días tuvimos la oportunidad de reunirnos lo encontré sombrío. Fue la conversación más humana y profunda de cuantas entablamos. El diálogo versó sobre su seguridad y sus aprensiones. Entre otras cosas dijo que se sentía tranquilo, como debe ser cuando se obra conforme a principios. Luego agregó algo que nunca olvidaré: “Aparte de otras consideraciones, creo que Carlos Castaño con esa publicación me colgó una lápida al cuello”.Monseñor Duarte Cancino fue un santo y un mártir. Su vida heroica y sus obras iluminaron esta urbe, dejándonos entrever la posibilidad de alcanzar la paz colectiva. Por ello hay que acompañar al Arzobispo Darío de Jesús Monsalve, quien dispuso un completo programa para conmemorar el décimo aniversario del tránsito de aquel pastor singular, cuyo sacrificio debe inspirar a los caleños.