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Retorna la guerra

No se necesita ser uribista para darse cuenta que la seguridad en...

30 de enero de 2012 Por: Antonio de Roux

No se necesita ser uribista para darse cuenta que la seguridad en los campos se viene deteriorando. Las noticias en esta materia durante el primer mes son alarmantes. Cerca de 140 ataques por parte de las bandas criminales y de los terroristas de las Farc, indican que algo está funcionando mal en la estrategia de orden público adoptada por el Gobierno nacional.Dentro de las acciones registradas hay algunas que son francamente inconcebibles. Uno se pregunta cómo es posible que la guerrilla pueda movilizar a sus anchas decenas de efectivos para agredir un convoy de 16 camiones cisterna cargados de petróleo. Se trata de algo acontecido en una vía supuestamente controlada por la Fuerza Pública, cuyos puntos vulnerables estaban detectados y donde la compañía de un helicóptero artillado, habría sido suficiente para disuadir los caprichos demenciales de la narco subversión.Más vergonzoso e igualmente inaceptable, es lo acontecido en el centro de comunicaciones ubicado en el cerro Santa Ana. En ese lugar dos centenares de guerrilleros, paseándose como Pedro por su casa, llegaron para atacar una guarnición de 20 hombres y ponerlos a su merced durante 16 horas. Como consecuencia de esta agresión contra la infraestructura civil, tenemos afectado el tráfico aéreo en el Sur del territorio nacional e impactos sobre la seguridad aeronáutica cuyas dimensiones no han sido reveladas.Frente a estas circunstancias el presidente Santos ha salido con una tesis sorprendente: las Farc cometen tropelías porque están desesperadas y debilitadas, quieren demostrar que aún siguen vivas. Las cifras por su parte, dicen otra cosa. Como lo mencionara este diario, citando informes de la Corporación Nuevo Arcoiris, en el año 2011 se registraron 323 ataques tan solo en el Cauca, muchos de ellos en municipios del Norte o sea en las barbas de Cali. Resulta contra evidente el cuento de que una actividad criminal tan perturbadora y generalizada, es producida por una organización moribunda. La estrategia del Gobierno en relación con la subversión se encamina en lo fundamental a descabezar su dirigencia. Ciertamente las operaciones nítidas de precisión quirúrgica, y los comandos especializados de alto desempeño, han permitido dar de baja a los principales jefes. Estos logros, sin embargo, vienen aparejados con cierta laxitud en el control del territorio. Afloran situaciones preocupantes en Norte de Santander, Casanare, Caqueta, Nariño, Huila y la Costa Pacífica. Esto sin contar con Antioquia y la Costa Atlántica, donde además padecen el flagelo de unas bacrim fortalecidas, que ya no se contentan con la expoliación velada, sino que abiertamente realizan actos de señor y dueño sobre la propiedad ajena. Los militares de Colombia son héroes verdaderos. Su vida y su entrega a todos nos enorgullecen, y tienen razón al aspirar a un régimen especial en lo relacionado con las faltas cometidas en el servicio. Pero su eficacia debe mejorar. Ahora está claro que la culpa no era de un Rodrigo Rivera a quien acusaban de cortesano y almidonado. Hay algo más profundo en el desempeño de las fuerzas armadas y del ejecutivo nacional en estas materias. Han olvidado que este país no es tan solo Bogotá, y que una guerra se gana auto criticando los malos desempeños, tomando cuentas y exigiendo.