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Poner el pecho

Un buen día llegó a mi oficina de la Universidad una agraciada...

26 de marzo de 2012 Por: Antonio de Roux

Un buen día llegó a mi oficina de la Universidad una agraciada estudiante. No pasaba de los diez y siete años, y sin mayor preámbulo me dijo:- Doctor, me las regalaron de cumpleaños… ¿No me felicita?Esa frase inesperada me puso a pensar que mi emocionada interlocutora había recibido unas candongas de oro, unas zapatillas de marca, o esa prenda hoy casi desaparecida que son las enaguas. No alcancé a balbucear respuesta alguna cuando ella me sacó de dudas:- Según el cirujano plástico me van a quedar divinas, y la convalecencia apenas dura tres días… eso si, necesito un permiso.No viene al caso referir cuál fue mi respuesta. Lo importante es señalar que miles de mujeres colombianas, de todas las edades y de todas las extracciones sociales, han estado sometiéndose como esta alegre chica, al implante de senos. Pertenezco a esa parte de la población masculina que en materia de atributos de las féminas, prefiere las cosas al natural. También considero que un ser humano es muchísimo más que su apariencia física. Pero ello no me impide entender las exigencias planteadas a innumerables damas por la salud o la autoestima, y encuentro absolutamente respetable la manera como cada una enfrenta sus necesidades o su ego. Digo esto frente a una realidad: desde que se destapó el escándalo de las prótesis mamarias envenenadas, PIP, no han faltado la descalificación ni la censura sobre las mujeres que se atrevieron a modificar su anatomía. Incluso, son muchos los que se han referido a ellas con total desprecio por sus motivaciones y sus sentimientos. Este es un país difícil de entender. Los paramilitares nos dejaron varios cientos de miles de muertos, y no aprendimos. Ahora quince o veinte mil mujeres están en peligro de enfermar o quedar con graves secuelas, y a pocos parece importarle. La indiferencia nos carcome, como si la felicidad y la armonía pudieran alcanzarse sin pensar en términos colectivos. La cuestión es que en Francia por falta de supervisión adecuada, se permitió la fabricación de implantes mamarios rellenos con la misma silicona utilizada para lubricar maquinarias e impermeabilizar exteriores. Nuestras autoridades en materia de irresponsabilidad no se quedaron atrás. Solo con la llegada de la administración de Juan Manuel Santos en el 2010, vinieron a cancelar el registro sanitario y a ordenar el decomiso de las prótesis dañinas. En el manejo de la crisis posteriormente, se dio un paso adicional: ordenaron a los hospitales del sistema de salud el retiro de los implantes defectuosos. La medida, sin embargo, no ha dado resultados. Quienes se someten al procedimiento quirúrgico no reciben tratamiento de reconstrucción o de reemplazo. Quedan vaciadas y mutiladas, sin posibilidad de reencontrarse con su dignidad. Por eso muy pocas han acudido a buscar ayuda y prefieren continuar con una bomba de tiempo instalada en el cuerpo.Frente a este panorama deberíamos unirnos en un gesto solidario y pedirle al Estado una solución integral para las afectadas. Estoy seguro que nuestra ministra de Salud, la médica Beatriz Londoño Soto, entenderá la trascendencia del reclamo. Ella sabe bien que esta es una oportunidad preciosa para hacer del nuestro un país más humano. También conoce que lo único procedente frente a cualquier circunstancia difícil es poner el pecho.