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Memoria e inclusión en Cali

El primer colegio al que asistí fue el de doña Laura Casas...

5 de septiembre de 2016 Por: Antonio de Roux

El primer colegio al que asistí fue el de doña Laura Casas y se encontraba ubicado cerca de la avenida Roosevelt. Por entonces en la primaria se estudiaban geografía e historia del Valle y de Cali. Al finalizar tercero elemental el alumno tenía conocimiento del contexto en que vivía, de los personajes importantes, las tradiciones, los edificios y monumentos. La mente del infante ya estaba desafiada por la vida de los patriotas locales, y había descubierto que la vida en sociedad confiere derechos pero también implica obligaciones.El tiempo pasó y vinieron otras ideas pedagógicas. Los brochazos de historia local se eliminaron de los planes de estudio, o se redujeron sustancialmente. Mientras tanto Cali se llenaba de inmigrantes, llegaban familias y niños de todo el país. Hoy el 35% de la población no nació aquí. Estos nuevos caleños quedaron condenados a la exclusión porque tienen escasa oportunidad de aprender sobre el territorio que habitan. La consecuencia es que muchos de ellos caerán en conductas antisociales o delictivas al no sentirse integrados, al no entender los valores, ni los referentes propios del entorno.Aquella ignorancia de la historia se encuentra también tras el arrasamiento del patrimonio arquitectónico y urbanístico. Ya nadie sabe la importancia de la iglesia de San Agustín, de la Plaza de la Constitución o de la Torre Mudéjar. Más aún, se dice que están extraviados los restos mortales de nuestro héroe Joaquín de Cayzedo y Cuero en los vericuetos de la Iglesia Catedral, y el asunto a pocos inquieta.La dificultad de construir un imaginario incluyente se relaciona con la falta de decisión de las autoridades para conservar obras de arte, edificios y documentos relevantes. En 1892 al publicar su obra ‘Apuntaciones Histórico Geográficas del Municipio de Cali’, Belisario Palacios se quejaba diciendo: “Desgraciadamente los Concejos Municipales no han sabido conservar el tesoro del archivo que contienen los libros capitulares escritos desde la mitad del Siglo XVI, los cuales están devorados por la polilla y por la humedad. Allí se habrían hallado noticias y curiosidades que ya hoy no es posible revivir”.Las consideraciones transcritas han llevado a que algunas personas soliciten incluir la creación de la Oficina del Historiador de la Ciudad, dentro de la reforma municipal en curso. La dependencia adscrita al despacho del alcalde podría seguir el modelo aplicado en la capital Cubana, donde un organismo similar rescató la memoria local. Entre otras funciones la oficina propuesta coadyuvaría a la conservación de los archivos públicos, y de los bienes culturales con valor histórico; organizaría estrategias para darlos a conocer; propiciaría la investigación sobre los mismos; velaría por la generación de materiales para uso educativo; apoyaría el mantenimiento de los inmuebles que tienen importancia histórica o arquitectónica, y articularía esfuerzos públicos y privados, incluyendo universidades, Academia de Historia y Sociedad de Mejoras Públicas, para salvaguardar la memoria colectiva.Ojalá el alcalde Armitage, tan comprometido con lo social, y Javier Buitrago su secretario de Servicios Administrativos y coordinador de la reforma del Municipio, comprendan que sin memoria ciudadana no es posible la inclusión social.