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Jóvenes con sentido

Todo indicaría que a millones de jóvenes pertenecientes a la Colombia urbana,...

28 de marzo de 2011 Por: Antonio de Roux

Todo indicaría que a millones de jóvenes pertenecientes a la Colombia urbana, se les ha incendiado el alma. Viven rabiosos, con ira en la piel y las malas energías agazapadas. Las anécdotas sobre el ánimo pendenciero de las juventudes están presentes en los medios de comunicación y en los relatos urbanos de cada día. Las riñas juveniles aportan una cantidad creciente de muertos y heridos.Hay una historia que me impresiona. Me la contó un profesor de Aguablanca, y la repito cambiando el nombre del protagonista. “Flanderson era un muchacho prometedor, pero tenía un temperamento agitado y una total falta de hogar. Cuando cumplió 15 años le dije que si llegaba a los 16 le daría diez mil pesos. El día que cumplió 16 vino a cobrarme. Le pague los diez mil pesos y le dije que si llegaba vivo a los 17 le daría veinte mil pesos. Sin embargo no hubo caso. Dos días después del cumpleaños y de mi oferta, vinieron a avisarme que le habían pegado una matada fea”. Pero la violencia no es distintivo particular de aquella zona de la ciudad, ni de las barras bravas, ni de los estudiantes del Santa Librada o del Camacho. Los llamados niños bien, los provenientes de colegios reputados, con tutores británicos o ‘councelors’ norteamericanos, no se quedan atrás. La bestia de la intolerancia y el resentimiento, sin distingo de clase social, se ha venido apoderando de quienes empiezan a vivir. En el origen de esta tragedia hay tres circunstancias a considerar. La primera es la violencia circundante, que los mismos medios se engolosinan en magnificar. La segunda es que la familia está fallando, vive una crisis profunda. Rara vez está en condiciones de acompañar, de ser referentes. Son mayoría los padres que dicen carecer de tiempo, estar atrapados por el trabajo y la materialización de sus propios planes. Los muchachos con frecuencia deben encarar una vida afectiva pobre, plagada de ausencias. Como los progenitores saben que tienen el rabo de paja, es usual que perdonen y validen los comportamientos inapropiados o violentos. Frente a las acciones reprobables y las tropelías de la prole atribuyen la culpa a la mala influencia externa, a las provocaciones de los terceros, a un inocente “traguito de más”.La tercera circunstancia a considerar frente a la violencia juvenil es que los establecimientos escolares, especialmente los públicos que son la mayoría, han venido perdiendo el foco. Olvidaron que educar no es sólo transferir conocimientos. Educar es ante todo formar. Eso significa desarrollar un sentido de los límites, del respeto por todo lo que hace posible vivir en sociedad. Formar es igualmente abrir los horizontes, propiciar anhelos, facilitar que se construya un verdadero sentido de la vida.No obstante las dificultades registradas, hay miles de muchachos gestando proyectos y significados, jugándosela por realizar metas audaces. El ejemplo más reciente lo han dado quienes buscan un sistema de transporte estudiantil gratuito, y lograron matricular su iniciativa en la agenda legislativa. Pero ellos y sus líderes como el caleño Josías Fiesco, deben avanzar. ¿Que tal si lucharan por una Asamblea Constituyente en verdad revolucionaria, orientada a eliminar esa corrupción omnipresente que nos carcome desde hace tiempos?