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Entre Ospina y Ortiz...

Jorge Iván Ospina puede usar la estrategia de declararse en huelga de hambre y evitar los debates previos a las elecciones, sobre todo cuando la intención de voto a su favor parece estar menguando.

13 de octubre de 2019 Por: Antonio de Roux

Jorge Iván Ospina puede usar la estrategia de declararse en huelga de hambre y evitar los debates previos a las elecciones, sobre todo cuando la intención de voto a su favor parece estar menguando. Pero lo inaceptable es su afirmación en el sentido de que quienes tienen opiniones contrarias a su aspiración hacen parte de una conspiración siniestra. Según las encuestas cerca del 70% de los caleños preferiríamos otra alternativa, eso no nos hace hampones y mucho menos nos lleva a desear o instigar daño a la persona del ex alcalde, cuya vida como la de todos los colombianos es sagrada y merece garantías plenas.

Como lo dijeron los candidatos de origen ciudadano, la vinculación de Jorge Iván a los actuales procesos penales no tiene que ver con las elecciones en curso. Proviene de su desempeño pasado en el manejo de los asuntos públicos, y en un Estado de leyes tarde o temprano corresponde a la justicia actuar.

Quienes deberían haber llamado a la protesta o al cacerolazo son los electores caleños poseedores del derecho a unos comicios transparentes, con información adecuada sobre los antecedentes y posibles responsabilidades de los aspirantes. Estos ciudadanos no entienden porqué desde Bogotá se dilataron los términos para practicar las diligencias judiciales, programándolas después de las elecciones.

Más aún, como lo afirmara Elmer Montaña el conocido penalista, Ospina comete un error al responder con ofensas la citación que le hiciera un magistrado intachable y al despreciar la oportunidad de probar su inocencia. El eventual Alcalde de Cali tiene que ser ejemplo de acatamiento a las decisiones judiciales, de no ser así carecería de la autoridad moral para enfrentar el crimen y exigir de sus gobernados un comportamiento conforme a las leyes.

No conozco personalmente a Roberto Ortiz pero afirman que es bien intencionado. El problema es que carece de las destrezas y experiencia que debe poseer quien sea alcalde en una coyuntura tan difícil como la presente. Al igual que a Ospina lo apadrinan movimientos de la política tradicional, algunos de los cuales se especializan en la repartija burocrática, siendo responsables de que no contemos con una administración pública eficaz y una democracia verdadera.

En el Uribismo tiene Ortiz su otro auspiciador importante. Lo consideran el antídoto del Petrismo. Pero están equivocados, elegir a quienes necesitan recostarse en la politiquería tradicional, y no cuentan con habilidades probadas para hacer posible el desarrollo económico y social integral, es asegurar la llegada tarde o temprano del peor populismo. Ciertos uribistas además, dicen estar confiados en que ‘mangonerán’ a Ortiz. En eso también hierran. No se construye un emporio que combine la política y el mundo complejo de las apuestas oyéndole consejos a las matronas agraciadas y a los señoritos.

Queda Alejandro Eder, quien exhibe condiciones para ser un gran gobernante. Su preparación académica es impecable; tiene experiencia exitosa como servidor público pulcro; sus relaciones nacionales e internacionales son envidiables; su compromiso social es absoluto; su programa es audaz y viable, y es independiente de las maquinarias y los gamonales que tanto daño hacen. Cali tiene derecho al cambio, a ser grande y respetado otra vez. Por eso amigo lector, le propongo que escojamos a Eder.

Sigue en Twitter @antoderoux