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Duque está haciendo una revolución

Lo hace al proscribir de manera radical el uso de la mermelada, poniendo el interés general como criterio rector de las relaciones entre el ejecutivo y el Congreso.

19 de agosto de 2018 Por: Antonio de Roux

Iván Duque ha comenzado a gobernar con pie derecho, pero los gritos de sus contendores y malquerientes no cesan. A estas alturas le siguen achacando con brutal intemperancia y como si fueran de él, los errores cometidos por Uribe a lo largo de su dilatada vida pública.
La verdad es que el nuevo presidente comenzó bien.

Con su talante amable y abierto, sin ofender a nadie, protagoniza un cambio sustancial en la vida de nuestras instituciones. Lo hace al proscribir de manera radical el uso de la mermelada, poniendo el interés general como criterio rector de las relaciones entre el ejecutivo y el Congreso. Esta medida significa el renacer de la democracia porque quienes hacia delante deseen intervenir en política, no enfrentarán las maquinarias tanqueadas con los recursos inmensos que provienen de la contratación podrida.

De manera coherente con ese compromiso de construcción democrática el presidente también ha anunciado que no intervendrá en la selección del Contralor. Es una posición que el país añoraba desde hace tiempo en su gobernante. Era una burla a la institucionalidad que el ejecutivo influyera en el nombramiento del funcionario que debe vigilar el manejo de los recursos públicos.

Pero el problema de Iván Duque es que su gestión estará a dos fuegos: enfrentando las artillerías de la izquierda y la derecha. Tiene en contra una oposición que sigue sin aceptar su derrota y considera que con movilizaciones podrá revertir el veredicto de las urnas; tiene en contra una buena cantidad de parlamentarios siempre ávidos de cambiar su voto por frascos de mermelada; tiene en contra una antigua tecnocracia viuda de poder y de influencias; y tiene en contra a los sectores recalcitrantes de su propio partido.

Este último elemento se sumó quizá a los objetivos democráticos de Duque para determinar su actitud frente a la elección del Contralor. Intervenir le habría planteado favorecer a José Félix Lafaurie, esposo de la senadora María Fernanda Cabal, quienes pertenecen al sector más tradicionalista de su partido y no vieron con buenos ojos la selección de Iván como candidato. Si la alternativa Lafaurie se concretara el Presidente quedaría atenazado. Una cosa es ser vigilado por funcionarios ecuánimes y otra quedar en manos de antiguos malquerientes.

Eliminar la mermelada es indispensable para derrotar la corrupción que se apoderó de Colombia. La medida tiene mayor impacto que diez consultas anticorrupción. No puede pretenderse que los funcionarios públicos y los ciudadanos cambien sus actitudes éticas cuando el mal ejemplo viene del Estado; cuando los congresistas están en la posibilidad de recibir contratos y embolsillarse los sagrados recursos de la República.

Y todo con garantía de impunidad. Al cabo de los años acusarán a un funcionario de tercer nivel o a un contratista que abandonó la obra y escondió su patrimonio. Mientras tanto los habitantes de la ruralidad, por ejemplo, continuarán sin los acueductos y el saneamiento que hemos pagado varias veces.

Lo que está planteando Duque al eliminar la mermelada es una revolución en todo el sentido de la palabra, y los ciudadanos no podemos ser indiferentes. Más allá de nuestras convicciones partidistas deberíamos sumar esfuerzos para apoyarla. Este cambio trascendental es el comienzo del país mejor que deseamos.

Sigue en Twitter @antoderoux