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Palacio de Justicia, un documento estremecedor

“Padre, aún sufro pesadillas por ese infierno. Me duele el alma. Después...

27 de febrero de 2012 Por: Álvaro Valencia Tovar

“Padre, aún sufro pesadillas por ese infierno. Me duele el alma. Después de 27 años de semejante tragedia, de toda suerte de espectáculos mediáticos políticos y jurídicos, la más atropellada y torturada víctima ha sido la verdad. Lo digo yo. Que era entonces un subteniente de 20 años de edad y que fui destrozado por las balas”.Ese joven subteniente, herido dos veces en el rescate del Palacio de Justicia, la primera en una pierna, no fue obstáculo para que continuara valientemente en cumplimiento de su misión. Carta amarga, dirigida a su padre, quien al lado de la camilla en que era conducido al hospital militar le propuso retirarse de esa vida llena de peligros e ingratitudes. Él no quiso. Amaba a su Ejército. A su patria, sin importar los sacrificios que su servicio a un ideal pudiere demandar. Hoy con el grado de teniente coronel, Hernán Mejía Gutiérrez, cinco veces condecorado en orden público, espera en una prisión militar que le resuelvan la situación debida a las acusaciones de un sargento corrupto que vendía material de guerra a los alzados en armas, por lo cual fue destituído y judicializado, presentó contra él por supuestos arreglos con paramilitares nunca comprobados.“Nunca podré olvidar la prueba descomunal que fue nuestro ingreso al Palacio de Justicia: el humo del incendio, el aire ardiente con olor a destrucción, los gritos desgarradores, el tableteo de las ametralladoras, la explosión de las granadas lanzadas por los terroristas; un real infierno (…) la frase del general Santander labrada en las lajas del portal: “Las armas os han dado la independencia, las leyes os darán la libertad”. “Que ironía, mi viejo, hoy las leyes por las que entregué todo me han quitado injustamente la libertad”, prosigue Hernán Mejía.De mi batallón teníamos varios oficiales y suboficiales heridos y un muerto, el teniente Sergio Villamizar, mi amigo, mi compañero de habitación en la barraca. ¿Quién se acuerda de ellos hoy? (...) Pasan las 11 de la noche cuando nos enteramos de que el teniente Pedro Parada, insigne oficial y gran ser humano, se encontraba herido, acosado por las llamas y con riesgo de ser ultimado. Era necesario evacuarlo y yo con mis hombres me comprometí a hacerlo...”.“Ahora antes los últimos acontecimientos, asalta a mi mente la tenebrosa imagen de arribar a la Plaza de Bolívar para pedir perdón por haber sido un buen soldado, por haber sido destrozado por las balas en el cuerpo y en el alma por la injusticia de mi país”.