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El abanico de las candidaturas

Sería de pensar que en la antesala de las elecciones presidenciales, las...

7 de abril de 2014 Por: Álvaro Valencia Tovar

Sería de pensar que en la antesala de las elecciones presidenciales, las agrupaciones políticas hubiesen tenido listos sus candidatos para la primera magistratura. Sin embargo, cambios de última hora alteran lo previsto, con el obvio desconcierto para el elector promedio que pasó a preguntarse ¿por quién voto?. En esta incertidumbre no se trata tanto de las personas pre escogidas, sino del cálculo del arrastre de cada nombre puede generar para la integración del Congreso en afanosa búsqueda de mayorías y eventuales alianzas utilitaristas la confección de las leyes. El efecto de semejante engendro, dada la corrupción rampante que afecta al país, es que la compra de votos ya no es recurso de caciques y gamonales pueblerinos financiados por barones de la alta política, sino que se realiza por lo alto en un lucrativo negocio, en el cual toman parte negociadores de los diálogos de paz, en su comprobado esfuerzo por ganar en la paz lo que no les fue posible alcanzar en la guerra: el poder político. Para la ciudadanía honesta, adjetivo éste que cada día ya es difícil de pronunciar porque la honradez está dejando de ser el sello del colombiano de bien – rara vez difícil de hallar aún con la linterna de Diógenes.Quienes habíamos seleccionado nuestro candidato para dirigir los destinos de Colombia en el próximo cuatrienio con el precepto ético del pasodoble español el voto ni se compra ni se vende, nuestra decisión original sigue en pie. Sin confusiones ni incertidumbres pues obedeció a una decisión de conciencia: las capacidades ya evidenciadas y la honestidad para realizar un buen gobierno, justifican la escogencia inicial y así lo expresaremos en el cubículo donde nos corresponde ejercer el derecho, al mismo tiempo deber cívico de votar. Contemplar estos desarrollos de la política y de una guerra absurda desatada por un partidarismo sectario desorbitado, sin razonar bajo el prurito de que “todo tiempo pasada fue mejor”, añoramos los tiempos en que la dignidad gobernaba las elecciones de los altos dirigentes de la república.