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Un poco de historia

Los colombianos vivimos paralizados entre un asombroso desconocimiento de nuestra propia historia...

10 de agosto de 2016 Por: Alberto Valencia Gutiérrez

Los colombianos vivimos paralizados entre un asombroso desconocimiento de nuestra propia historia y un futuro que nos produce toda clase de pánicos. Tendemos a creer que siempre todo será lo mismo, que nada va a cambiar. Nos cuesta trabajo imaginar que algo pueda terminar y se abra una nueva fase de nuestra historia. Vivimos instalados en el aquí y en el ahora, y por eso somos crédulos receptores de todas las mentiras que provienen de los enemigos de las negociaciones de paz, que nos pintan un futuro catastrófico si damos un paso adelante en la resolución del conflicto. Le propongo amigo lector algunos elementos de juicio que puedan ser útiles en sus decisiones.La posibilidad de llegar a un acuerdo definitivo con las Farc es un acontecimiento histórico de primer orden porque significa la desaparición definitiva del último vestigio de una época que comenzó en 1946, con el enfrentamiento sangriento entre liberales y conservadores, comúnmente llamado La Violencia. Algunos historiadores de la guerrilla dicen que este grupo nació en mayo de 1964 como consecuencia de los bombardeos a la ‘república independiente’ de Marquetalia. Pero la verdad es que su origen se encuentra más atrás. El propio Tirofijo organizó en 1949 las autodefensas liberales de inspiración gaitanista, para defenderse de la agresión conservadora en el sur del Quindío. Y desde entonces sobrevivió a todas las violencias.La Violencia de los años 1950 es algo de lo que hoy en día nadie quiere acordarse porque fue una época en que las élites políticas lanzaron a los sectores populares a destrozarse entre sí en una guerra que no era la suya. Las Farc representan la supervivencia de aquella época con toda su gravosa carga de intransigencia y de fatalidad.A comienzos de los sesenta no eran más que un pequeño grupo de campesinos que, huyendo de la persecución, habían organizado unas unidades productivas independientes en el sur del país. Si el gobierno de Guillermo León Valencia no se hubiera dejado pedalear por las voces catastróficas que desde el Senado, con Álvaro Gómez a la cabeza, lo incitaban a la guerra y, en lugar de bombas para desalojarlos de sus posiciones, les hubiera enviado trabajadores sociales y abogados para resolver su situación, hoy en día estaríamos contando otra historia. El grupo minúsculo de aquel entonces optó por la resistencia y vegetó en la periferia durante algunos años hasta que a finales de los setenta se encontró con las inmensas posibilidades económicas que le ofrecía la economía del narcotráfico, entre otras fuentes de ingresos. Y al convertirse en ‘cazadores de rentas’ los objetivos políticos iniciales se degradaron y terminaron convertidos en responsables de los horrores que les hemos conocido.Pero no nos hagamos ilusiones. Las Farc son el espejo trágico de nuestra realidad y de nuestra historia. No es fácil establecer una negociación con un grupo que tiene en su haber un sinnúmero de crímenes y de atentados, incluso contra la propia población campesina de donde provienen. Pero si pasamos a la otra orilla el panorama no es menos desolador. El narcotráfico nos arrastró a todos en su vorágine. Los grupos paramilitares que se organizaron para combatir la insurgencia, reprodujeron y multiplicaron el horror de las guerrillas que querían combatir. La ilegalidad, la corrupción y el ‘todo vale’ se convirtieron en la regla. La guerra se degradó y por eso la paz sin impunidad valdría para todos. Y como dice el Evangelio, señor Uribe, el que esté libre de culpa que tire la primera piedra. Para cerrar una época, voto por el sí.