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Lección de filosofía

Una sencilla reflexión filosófica podría sernos muy útil para pensar no sólo...

20 de mayo de 2015 Por: Alberto Valencia Gutiérrez

Una sencilla reflexión filosófica podría sernos muy útil para pensar no sólo los grandes problemas de la política sino también los de la vida personal. Me refiero a la diferencia que se puede establecer entre lo que los filósofos llaman una “ética de la convicción” y una “ética de la responsabilidad”, que define no solamente dos tipos de conducta sino también dos tipos de hombres, y que llevadas al extremo producen verdaderos desastres.Del primer grupo hacen parte todos aquellos que consideran que lo verdaderamente correcto es obrar con base en las convicciones y en los principios, sin tener en cuenta las consecuencias. La gama de personajes es supremamente diversa, y va desde el hombre corriente, probo y honesto, que obra de buena fe, hasta el fundamentalista irresponsable. Nos encontramos aquí, por ejemplo, con los santos, que movidos por su fe se alejan del mundo o con los mártires que se inmolan por una idea; pero también con los terroristas a los que no les importan los ‘efectos colaterales’ de sus acciones sino la afirmación de su causa; los guerrilleros que en nombre de los ‘intereses del pueblo’ lanzan un cilindro bomba sin importarles la población civil; los ‘vengadores ciegos’ que sólo piensan en la realización de su odio; entre muchos otros casos emblemáticos. Todo esto configura lo que podríamos llamar un moralismo puro, casi siempre irresponsable.Del segundo grupo hacen parte todos aquellos que sólo consideran como criterios de sus decisiones las consecuencias de sus actos, las conveniencias del momento, el éxito puro y simple, las circunstancias que tienen en frente, el cálculo de los resultados, la adaptación a las corrientes dominantes, las variables en juego, pero sin tener en cuenta para nada las convicciones y los principios. Todas estas son características de los hombres que actúan en la política y configura lo que podríamos denominar un ‘realismo cínico’, muy bien descrito por Maquiavelo en El Príncipe.La historia reciente de Colombia nos ofrece múltiplos ejemplos de estos dos tipos de hombres en todas sus versiones. Y también encontramos ilustraciones de estas dos actitudes cuando observamos los grandes fracasos de las opciones políticas recientes, de derecha o de izquierda, desde los movimientos totalitarios hasta los movimientos revolucionarios que han tratado de construir una nueva sociedad; desde el ‘gran dictador’ hasta el ‘guerrillero heroico’.La experiencia del Siglo XX nos obliga a considerar que no podemos aceptar ni el fundamentalismo ni el cinismo. Ambos extremos son igualmente nocivos. No podemos actuar teniendo en cuenta simplemente las convicciones y las ‘buenas intenciones’. Cuando valoramos una conducta, propia o ajena, tenemos que tener en cuenta no sólo las intenciones sino también las consecuencias de los actos. Hacer algo con ‘buenas intenciones’ no exime a nadie de la responsabilidad por las consecuencias, sobre todo cuando son previsibles.En el proceso de paz que está en marcha hay que exigir que los bandos comprometidos piensen al mismo tiempo en ambos registros. Los fundamentalistas, que vemos desfilar a diario por la televisión llamando a la guerra y a la intransigencia, me producen tanto pánico como los abiertamente cínicos, que sólo piensan en cálculos políticos. Ambos parecen la encarnación del mismo demonio pero con diferente rostro. Hacer la paz con un grupo armado que ha cometido toda clase de atrocidades conlleva un elevado costo moral, pero las consecuencias positivas que se derivan de allí, el número de muertos y daños que evitamos, justifican ese sacrificio. Y así combinamos la convicción y los principios con la responsabilidad.