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La ilusión del posconflicto

La opinión pública está siendo alimentada día a día desde los medios...

1 de octubre de 2014 Por: Alberto Valencia Gutiérrez

La opinión pública está siendo alimentada día a día desde los medios de comunicación, las ONG, la academia, el Gobierno y los organismos internacionales con una ilusión más de lo que de manera recurrente nos invade. Según parece, estamos a las puertas de un “reino milenario”, de una “tierra prometida de leche y miel”: el final de las negociaciones con las Farc abriría para Colombia las puertas de un posconflicto, en el que el desarrollo económico se multiplicaría por dos, la paz reinaría en los campos, y las ciudades volverían a ser habitables y seguras. Pero las cosas hay que decirlas como son, con una buena dosis de realismo: no hay tal posconflicto. Algo va a cambiar, algo fundamental, pero la transformación no es de la envergadura que se promete.La capacidad que este país tiene de construir ilusiones es enorme. Con la muerte de Efraín González el 9 de junio de 1965, el último de los bandoleros, se creyó que se sepultaba definitivamente la ‘Violencia’; en 1991 se creó la ilusión de que una nueva constitución era un “nuevo pacto de paz”; en los años 1990 la muerte o la captura de los grandes capos del narcotráfico hizo creer que era la terminación del negocio; la entrega de los jefes paramilitares para muchos era el supuesto final del flagelo. Pero en todos estos casos lo que hemos encontrado son grandes mutaciones, que ponen en escena los mismos problemas pero con diferentes rostros y en otros contextos. Y la nueva situación no va a ser la excepción. Las Farc, a pesar de las grandes transformaciones que sufrieron desde comienzos de los años 1980, cuando se convirtieron en ‘cazadores de rentas’ (drogas, minería, etc.), pusieron los objetivos militares por encima de los objetivos políticos y se aislaron de sus bases campesinas, han sabido mantener con gran sagacidad a lo largo de los años la imagen de grupo revolucionario inspirado en ideales de transformación social, hasta el punto de que hoy en día se encuentran en La Habana pactando reformas con el Estado. Esta dimensión política es la que van a abandonar en el momento de una negociación. La renuncia a hacer política con las armas constituye sin lugar a dudas un paso fundamental, pero de ninguna manera es la panacea que va a resolver todos los conflictos.No tiene ningún sentido convertir la firma de un acuerdo de paz en el parteaguas entre dos épocas. Existiría posconflicto si el enfrentamiento fuera única y exclusivamente entre las fuerzas legítimas del Estado y un grupo armado. Las Farc son uno de los actores del conflicto, pero no el único. El narcotráfico sigue estando allí presente como uno de los grandes estímulos a todas las formas de violencia. Los componentes de la violencia urbana siguen vivos. Las estructuras locales de las Farc difícilmente se van a desmontar de un día para otro. Muchos de sus militantes rasos van a encontrar asilo en el ELN y la irrupción de las que ahora se llaman Farcrim, es un buen augurio de lo que nos espera.Lo que verdaderamente va a ocurrir en Colombia es una reconfiguración del conflicto, en la que los mismos componentes van a seguir presentes, pero va a cambiar su significación y su peso específico. El ‘posconflicto’ está mucho más lejos, y pasa por la transformación de las condiciones que han hecho posible esta situación, por la salida al problema del narcotráfico, por la apertura de procesos democráticos de participación y, además, por un profundo cambio de mentalidades. Y todo eso está aún por hacerse. No hay que confundir el pesimismo con el realismo. Y hay que cuidarse de utilizar de manera irresponsable esta denominación para alimentar ilusiones que conducen a nuevas decepciones.