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Toros y violencia

La decisión del Alcalde de Bogotá de no arrendar la Plaza de...

27 de junio de 2012 Por: Álvaro Guzmán Barney

La decisión del Alcalde de Bogotá de no arrendar la Plaza de Santamaría para que se lleven a cabo corridas de toros es una decisión de importancia nacional que amerita un debate público. Columnistas tan prestigiosos como Antonio Caballero y Alfredo Molano se han opuesto a la medida, con argumentos que no son solamente el de la “alcaldada” del funcionario público.La justificación por la tradición cultural y folclórica es deleznable ya que tiene también una historia de implantación, cambios y adaptaciones culturales estrechamente ligados con los intereses particulares de los ganaderos, los empresarios y el público del espectáculo. No todas las tradiciones culturales y artísticas son por ello validables. Una justificación más sofisticada es la que indica que se está en presencia de una expresión estética en un evento lúdico de masas, lleno de simbolismo y de arte. Este es un argumento de fondo que tiene un buen ejemplo en los comentarios de los críticos de oficio de las corridas, como Caballero, que pueden poner en evidencia lo que lleva implícita una faena, como arte. Últimamente han salido a relucir justificaciones de tipo político, muy colombianas, como el derecho que tienen las minorías en una democracia, argumento que es válido como principio abstracto, pero difícilmente aplicable en este caso concreto.El tema que se elude por parte de defensores de la fiesta brava es que el espectáculo implica un ‘goce’ público con el uso de la violencia, sistemática y organizada, contra el animal, hasta su muerte. Peor aún: en un ceremonial de ataque y defensa, es posible que el herido o el muerto sea una persona. Así es: se trata de un espectáculo de violencia organizada contra un animal, en el que también puede morir un individuo. Se funda en un factor siniestro: produce atracción y goce aquello que, por otro lado, rechazamos como negación de la condición humana. Se unen la vida y la muerte en un momento sublime de goce estético. La pregunta es si somos capaces, como sociedad, de superar esta situación de goce perverso para mostrar aspectos civilizados de la relación entre los hombres y de nosotros con los animales y la naturaleza. Es ingenuo pensar que pueda existir una sociedad humana sin violencia, pero ésta se puede prevenir, controlar y evitar en muchas circunstancias. La sociedad futura es deseable y será mejor, siempre y cuando logre circunscribir la violencia a su mínima expresión, tanto la de las guerras, como la de los conflictos interpersonales, como del suicidio o de la muerte del héroe que se inmola ante el aplauso del público, conociendo las consecuencias de su acción. ¿Cómo acabar con la violencia implícita en las corridas de toros? En parte, la misma sociedad evoluciona, deja de considerar que esto es un espectáculo, lo rechaza con organizaciones y movilizaciones sociales, los individuos se abstienen progresivamente de asistir al espectáculo. Los empresarios de las corridas se quejan de que no hay público suficiente. Lentamente, la conciencia colectiva cambia su percepción sobre el tema. En este contexto, un alcalde tiene todo el derecho a proponer una acción administrativa que le ponga un punto final a las corridas de toros. Es cierto que el tema de fondo que debería tratarse es el del sufrimiento a los animales, por fuera de las plazas de toros. Por ejemplo, al ganado en los mataderos. Estoy lejos de ser un vegetariano, pero haría lo posible por imponer una forma de sacrificio de semovientes que no fuera dolorosa y bárbara como sucede hoy en tantos pueblos de Colombia.