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La capital mexicana

Una corta estadía en ciudad de México obliga al turista colombiano a...

24 de julio de 2013 Por: Álvaro Guzmán Barney

Una corta estadía en ciudad de México obliga al turista colombiano a reflexionar sobre similitudes y diferencias con nuestras ciudades, siempre teniendo en cuenta que aquella es una metrópolis de más de 22 millones de habitantes. La reflexión se motiva ya que la asimilación del turista al nuevo medio urbano se hace muy rápidamente. Las similitudes tienen que ver con la presencia de una población migrante considerable y mayoritariamente indígena y mestiza que se enmarca en una estructura social de clase blanca y elitista. Ciertamente, la población negra no tiene el peso ni la función que reviste en Colombia. Hay desigualdad social y pobreza patentes, como en nuestras ciudades, aunque menos pronunciadas. Lo que es intrigante y fascinante en la vida cotidiana de la ciudad es la manera como se relacionan los grupos sociales y de manera particular, cómo hace presencia la informalidad de unos, concatenada con la lógica moderna de los otros. Nada me permitió intuir mejor este rasgo distintivo que el sistema de transporte de la ciudad, especialmente el metro. Lo conforma una red muy extensa con un servicio muy eficiente; cuesta alrededor de 450 pesos colombianos y lo usa todo tipo de ciudadanos, desde los más pobres, hasta los oficinistas y empleados profesionales. Varios millones de pasajeros utilizan el metro cada día. En horas pico, se viaja como en lata de sardinas. En una semana no presencié problema alguno de agresividad o mal uso del sistema. Las calles adyacentes a las entradas de las estaciones están atestadas de puestos de comida, especialmente de tortillas, y todo el mundo parece disfrutar la comilona. Durante el recorrido, es posible que tres o cuatro vendedores informales ofrezcan los más diversos productos, todo un mercado, por cinco o diez pesos mexicanos, mientras se vocifera: “damas y caballeros, en las tiendas valen el doble...”. Al salir del metro, parquean buses más pequeños e informales, los ‘peseros’ que llevan a los interesados cerca de su lugar de destino. El sistema funciona bien; moviliza una proporción muy grande de la población y lo hace en una demostración masiva de civilidad en la que toma parte lo popular y lo informal.Por otro lado, está el tema de la seguridad ciudadana. La nación mexicana está viviendo una situación de conflicto y violencia muy agudas y altamente dependiente del funcionamiento de carteles de la droga. Pero, la excepción es precisamente la ciudad capital con su enorme población y todas las contradicciones que manifiesta. Pregunté a personas conocedoras del tema y salen a relucir dos razones: una política pública persistente de la alcaldía de la ciudad capital, alrededor de inversión social y construcción de ciudadanía, es decir inclusión, y otro tema fundamental en mi consideración, un replanteamiento sobre la forma de vigilancia de la policía que en la nación mexicana esta sindicada de corrupción y convivencia con el crimen. El replanteamiento en la forma de vigilancia consiste en que el ciudadano puede tener acceso con relativa facilidad a la policía que se encuentra en las calles, a pié o en automóvil, en grupos de dos agentes identificables que conocen la zona. Esta es una diferencia notable con el caso colombiano, en el que la policía hace ‘operativos’ puntuales con diez o doce policías, de los cuales siete están distraídos conversando y no conocen ni el lugar ni sus habitantes. Para no hablar de los policías en moto o en carro que parecen estar haciendo mandados, antes que vigilando. De la metrópolis mexicana es mucho lo que podemos aprender, en transporte, seguridad y civilidad.