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El episodio que involucró al general Alzate sintetiza algunos rasgos del...

10 de diciembre de 2014 Por: Álvaro Guzmán Barney

El episodio que involucró al general Alzate sintetiza algunos rasgos del conflicto armado en Colombia. En primer lugar, muestra que las Farc si tienen dominio territorial y sobre la población. Demuestran capacidad de retener o secuestrar a un grupo de personas, a pesar de un gran despliegue militar. Esto sucedió en la región del Atrato, pero es una situación que se puede repetir a lo largo y ancho del país, en zonas en las que las Farc ejercen un dominio efectivo territorial y sobre la población. La organización armada ha sobrevivido y se ha expandido por más de cincuenta años en conflicto con el Estado. Por esta razón, la caracterización más adecuada que se puede hacer de las Farc es la de una organización política alzada en armas, a pesar de otros rasgos que tiene y de formas de acción violenta que pone en práctica, llenas de barbarie. Pero no se trata de un grupo terrorista a secas, domina amplios territorios y población en competencia con el Estado con quien tiene una tradición de lucha y conflicto que se debe reconocer por las partes y resolver en un proceso de paz negociada. En segundo lugar, el hecho revela que las Farc si están interesadas en las negociaciones de paz de La Habana y en terminar el conflicto armado. No sólo la presión política, nacional y seguramente internacional, hizo que estuvieran dispuestos a entregar al General y a sus acompañantes a los quince días de tenerlos en sus manos. Sabían que las negociaciones de la Habana peligraban y para asegurar su continuidad, destacaron a uno de sus dirigentes que estaba en La Habana para la entrega de las personas retenidas/secuestradas. La muerte de alguno de ellos habría tenido consecuencias graves para los diálogos de paz. Con su entrega, las Farc envió además un mensaje para establecer puentes y lograr un entendimiento con los militares colombianos y se abrió una puerta para “desescalar” el conflicto. En probable entonces, que el evento que nos ocupa tenga como consecuencia que las conversaciones se retomen con el interés de abordar de manera más clara y decidida el último y definitivo punto de la agenda de negociación que el Gobierno ha decidido desarrollar “en medio del conflicto” y sin adoptar un mecanismo de “cese al fuego bilateral”. En tercer lugar, el episodio muestra una debilidad en el funcionamiento del Ejercito. Es incomprensible lo que le sucedió al General. Se han argumentado varias hipótesis que van desde la esfera privada, pasan por intereses en actividades filantrópicas comunitarias y llegan al terreno de los “contactos” con mineros ilegales que se mueven en el territorio. En cualquier caso, cometió un error frente al cual era normal esperar su renuncia, o pedírsela. El punto importante, sin embargo, es que lo acontecido al general Alzate, le ha podido suceder a otros Generales que desarrollan rutinariamente conductas parecidas. El hecho revela entonces la enorme tarea de cambio institucional por realizarse con las Fuerzas Militares y de Policía, en el sentido de ponerlas a tono con las nuevas circunstancias del conflicto en Colombia y su papel en el posconflicto. La protección del territorio, de la riqueza nacional y del medio ambiente, estarán en el orden del día. En cuarto lugar, es destacable el manejo que le dio el presidente Santos al caso. Combinó la calentura inicial con la frialdad en el manejo estatal institucional y su interés en continuar las negociaciones. Con “nadadito de perro”, el Presidente, entre ahogo y ahogo, fue saliendo del torbellino, enfrentando a las Farc y al militarismo de la sociedad colombiana.