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Esta expresión de sorpresa se me vino a la mente, cuando como...

30 de marzo de 2011 Por: Alfredo Carvajal Sinisterra

Esta expresión de sorpresa se me vino a la mente, cuando como televidente presencie la entrevista que le hizo Clara Elvira Ospina de RCN al Sr. Guido Nule. Al rato caí en cuenta que no debía extrañarme lo que había visto y oído. Cada vez con mayor frecuencia se escucha a los implicados narrar sus fechorías, con naturalidad y sanfasón, como si fueran actividades normales de la vida cotidiana. La corrupción y el crimen se han enquistado en nuestra sociedad. Lo que ahora nos debe sorprender es registrar actitudes de vergüenza y arrepentimiento.El Sr. Nule denominaba error al soborno, como si fueran sinónimos. Manifestó que él y sus parientes habían sido víctimas de un chantaje. Pretendió culpar como único responsable de su error a quien recibió la coima. De esta manera trató de encubrir el delito del soborno. Por la ambición de obtener los contratos, los socios Nule compraron a la autoridad distrital, para que les adjudicaran licitaciones, cuyo lucro seguramente excedió con creces las utilidades normales de estas labores. Los paganinis de esos jugosos valores fueron los ciudadanos sujetos a las contribuciones de valorización, en este caso prácticamente todos los dueños de predios, pobres y ricos, sin excepción. Nule admitió este delito, al que denomina error, tal vez porque fue pillado. No se sabe si ha cometido otros errores. Omitió deliberadamente mencionar si habían ganado otros contratos en la misma forma. Hábilmente eludió la pregunta que sobre este particular le hizo la entrevistadora.Desde hace mucho tiempo en nuestra comarca, como en el resto del país, se comenta frecuentemente que los sobornos para obtener contratos con los organismos del Estado se han convertido en un hábito; no obstante son escasísimas las ocasiones que salen a la luz pública estas irregularidades. Ésta es la razón por la cual el caso Nule ha tenido tanta repercusión. Infortunadamente los delitos que no se sancionan se multiplican como los hongos.Los organismos de control han demostrado ser ineficaces; si cumpliesen a cabalidad la labor para la cual fueron instituidos, la peste de la corrupción se hubiera mantenido a raya. Nuestra Constitución de 1991 estableció que los contralores, los personeros y la Procuraduría deberían ser elegidos por los órganos legislativos, es decir por las personas que con más celo deberían auditar o vigilar. Ante el origen de los nombramientos, lo normal es que existan deudas o lealtades que se convierten en obstáculos para que se ejerza un control riguroso. Se debiera modificar la forma como son elegidos los controladores o fiscales, para que exista una verdadera transparencia.Por lo general las soluciones que se sugieren para luchar contra la corrupción son la creación de normas cada vez más complejas y rebuscadas, con el propósito de taponar las argucias de los delincuentes. Sin embargo, lo que se consigue con este tipo de medidas es lo contrario, puesto que las personas de mala fe, amparadas en la complejidad y, por lo general, falta de claridad de la norma, casi siempre encuentran la manera de vulnerarla o eludirla. Lo que se requiere para erradicar la corrupción es voluntad política y determinación. Como ciudadanos debemos exigir a las autoridades judiciales, más acción y mucha menos dilación. Ahora que estamos próximos a elegir gobernadores y diputados, alcaldes y concejales, debemos tener muy en cuenta la honestidad de los candidatos. No son las leyes las que evitan la corrupción, son las autoridades pulcras las que no permiten que exista.