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El aumento de los intereses

En las décadas de 1970 y 1980, América Latina atravesó un...

8 de junio de 2011 Por: Alfredo Carvajal Sinisterra

En las décadas de 1970 y 1980, América Latina atravesó un período tormentoso en materia económica. La mayoría de los países tuvieron inflaciones galopantes. Las depreciaciones de sus monedas se producían aceleradamente, a tal punto que los hoteles facturaban sus cuentas semanalmente, y en no pocas ocasiones, casi que a diario. Los empleados consignaban sus sueldos tan pronto los recibían, o salían de compras para de esta manera invertir su dinero y evitar las continuas alzas de los precios. Los pensionados presenciaban la erosión de sus mesadas, en total indefensión. Colombia fue una excepción, aunque no se escapó totalmente de la nefasta epidemia, las tasas de inflación fueron bastante más moderadas que en el resto de países. Cuando aún prevalecía este enrarecido ambiente económico, en 1991, nuestro país se dio a la difícil tarea de redactar y aprobar una nueva constitución; la que actualmente nos rige. Como era de suponer al Banco de la República se le otorgó el mandato de ser el guardián del valor de nuestra moneda, entre otros objetivos igualmente importantes relacionados con su función financiera, para evitar hasta donde fuese posible la pérdida de su poder adquisitivo. Además de conferirle esta importante atribución, lo dotó de independencia, con el fin de impedir que el Ejecutivo le metiera la mano, como lamentablemente estaba ocurriendo en los países que sufrían el desastre monetario. Los mandatos atribuidos al Banco de la República se motivaron en razones bien fundamentadas, pero fueron incompletos como lo veremos más adelante. La semana pasada el Banco Central aumentó la tasa de interés de intervención en un cuarto de punto o sea 0.25%, elevándola hasta el 4%, con base en muy dudosas premisas. La primera es la expectativa de crecimiento que se sitúa en niveles del 5%. Algunos economistas ortodoxos creen que existen riesgos inflacionarios cuando nuestra economía crece a ritmos superiores al 5%. Una falacia de excesiva prudencia que contradicen comportamientos económicos recientes, como el del Perú, el de China, y muchos otros, que con crecimientos superiores a esta cifra, durante numerosos años, sus monedas han permanecido estables. Un temor infundado al progreso. Otra consideración argumentada es que debemos anticiparnos al problema para no padecerlo; argumento baladí. Reflexión parecida a la de aquellos hipocondríacos que toman medicina por si acaso les da la enfermedad. También existe el temor de que la actual ola invernal encarezca los alimentos. Una razón cierta de un posible aumento en los precios de los alimentos, que no se cura incrementando los intereses, por el contrario la mayor tasa de interés va a desestimular la inversión, cuando se debería incentivarla para reparar los daños causados por las inundaciones y así restituir la producción en el menor tiempo posible.Al elevar los intereses de nuestra moneda las empresas van a acudir en mayor medida a endeudarse en dólares a menor costo, lo cual aumentará el monto de su oferta y por consiguiente contribuirá a su depreciación. Nuestra moneda, ya de por sí revaluada se fortalecerá en mayor medida, haciendo más atractivo importar que producir internamente, lo que sin duda contribuirá a desestimular la fabricación de productos transables, cerca del 50% del PIB. Esta tendencia fortalecerá el desempleo, sin embargo la Junta Directiva del Banco de la República nos dirá que ellos están cumpliendo rigurosamente con el mandato de la Constitución.