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Una revolución en la política

Desaparecidas las Farc, la extrema derecha se queda sin su razón de ser e irrumpe un espacio político nuevo, de centro, que aún está vacío, a la espera de quien pueda ocuparlo.

4 de septiembre de 2018 Por: Alberto Valencia Gutiérrez

Colombia ha cambiado pero la clase dirigente parece no darse cuenta y sigue atrapada en la inercia de un pasado que se aleja cada vez más y de un país que ya no existe. El hecho es que estamos viviendo una ‘revolución silenciosa’ en las formas de hacer política que sólo tiene parangón, en los últimos 60 años, con las transformaciones de la reforma constitucional de 1991.

¿Y cuál es el origen de esta transformación? La respuesta es muy sencilla: la desaparición de las Farc. No sólo su desarme, sino también el hecho de que ha quedado demostrado que, a diferencia de lo que muchos pensaban, una vez dejaran las armas no representarían una amenaza, se desinflarían y se convertirían en un partido político, con tantas o más dificultades de sobrevivir como cualquier otro; con el agravante de que cometieron el error garrafal de conservar su nombre en lugar de darse una nueva identidad.

La política anteriormente estaba organizada en dos espacios: por un lado, los grupos políticos del establecimiento (liberales y conservadores), de derecha pero con diferentes matices y, por otro, la extrema izquierda armada; las posiciones intermedias eran precarias o inexistentes. Desaparecidas las Farc, la extrema derecha se queda sin su razón de ser e irrumpe un espacio político nuevo, de centro, que aún está vacío, a la espera de quien pueda ocuparlo y donde la clase media tiene altas posibilidades de expresión.

El pánico que inspiraban las Farc creó un bloqueo institucional y una gran inmovilidad en las opciones políticas. La agenda siempre estuvo sobredeterminada por la lucha contra esta organización y los temas del debate público eran los que esta circunstancia imponía. Sin las Farc en el trasfondo, el uribismo no habría existido y la gente no habría estado dispuesta a aceptar mentiras, prácticas ilegales, la amenaza del miedo, el paramilitarismo y demás componentes de la forma de hacer política que conocimos durante tantos años y que ahora están siendo relegados a un segundo plano.

La violencia y la lucha armada hicieron un aporte nada despreciable para que este país se volviera cada vez más reacio al cambio, a la modernidad y a la civilización; y para que se perpetuaran las formas más aberrantes del orden social y las mentalidades más arcaicas.

Sin las Farc la agenda política se renueva y aparecen nuevos problemas que antes estaban relegados a un segundo plano: la lucha contra la corrupción o en favor del medio ambiente; el tema de la equidad, que nunca había hecho parte de la discusión pública.

La protesta social adquiere nueva legitimidad. El miedo pasa a un segundo plano como criterio prioritario de la política. Irrumpen nuevas voces que antes no se manifestaban por temor. La izquierda que, con excepción de Carlos Gaviria en 2006, no había obtenido nunca una vocación significativa, ahora saca más de ocho millones de votos. Y la opinión libre, sin tamal y sin salchichón, pone más de once millones en una consulta. La diferencia entre un país con Farc y un país sin Farc es abismal.

Muchos creían que con el triunfo de Duque regresaría al poder el uribismo ‘duro y puro’ y corrieron a hacer parte de la coalición (como César Gaviria). Pero la aparente unanimidad inicial se ha ido resquebrajando de manera más rápida de lo previsto y el propio Presidente sabe que tiene que reinventarse, como lo hizo de manera inteligente la semana pasada al convocar a Palacio una cumbre contra la corrupción, ante el hecho político del exitazo de la consulta. De haber seguido la línea de su mentor Uribe, su gobierno se habría ido a pique antes de cumplir un mes. Hasta el propio Petro debe saber que para conquistar el potencial de votos del centro tiene que reinventarse, si quiere tener éxito en 2022. Los grupos políticos, o se reinventan en sintonía con estas nuevas realidades, o perecen.