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Las y los

Hay mejores causas para luchar por la igualdad. Y una de ellas es el buen uso del lenguaje.

16 de febrero de 2021 Por: Vicky Perea García

Una de las más importantes revoluciones que en el mundo han sido es la que las mujeres han protagonizado desde mediados del Siglo XX, vigente y en desarrollo hasta el día de hoy. Los movimientos feministas fluctúan entre dos extremos: los que consideran que las diferencias entre hombres y mujeres están profundamente arraigadas y representan diferentes formas de ver el mundo; y los que creen que esas diferencias son variables y socialmente construidas. Lo común a las diversas versiones es la oposición a lo que en algún momento se llamó el patriarcado, las relaciones de poder que discriminan y oprimen a las mujeres, sinónimo de dominación masculina.

Una mirada a los logros de los movimientos feministas desde el Siglo XIX nos muestra el alto nivel que han alcanzado. Hoy en día las mujeres pueden elegir y ser elegidas. Tienen los mismos derechos civiles y no están sometidas a la tutela del padre o del esposo. El acceso a la Universidad se ha ampliado hasta el punto de que los porcentajes con respecto a los hombres son iguales. Cuentan con la posibilidad de decidir sobre su cuerpo, su sexualidad y su maternidad; pueden acceder cada vez más a cargos de responsabilidad pública o política y la división del trabajo en el hogar se está transformando. Aún hay un largo camino por recorrer como es el caso de la igual remuneración en el mercado por el mismo trabajo que hace el hombre y muchos otros. Sin embargo, lo logrado hasta el momento son adelantos en un proceso civilizatorio, cada vez será más incluyente con respecto a las diferencias de género.

Las demandas de igualdad han llegado ahora a las formas básicas del lenguaje con la exigencia del ‘desdoblamiento de género’ en las conversaciones o en los textos escritos. No sólo porque se impone la obligación de ‘duplicar el género’ (compañeros y compañeras, todos o todas, ‘las y los’), sino porque se generaliza el uso de expresiones mixtas como ‘compañeres’ o ‘todes’, bajo la idea de eliminar la discriminación. Sin embargo, con todo respeto pero con toda franqueza, me parece que lo que hay aquí es una forma de llevar al lenguaje un problema que no es de su ámbito y deteriora nuestras formas de usarlo.

Las estructuras del lenguaje no responden a una discriminación de género sino a una lógica estrictamente lingüística. Un ejemplo tomado de la red. El participio activo del verbo ser es ‘ente’, una palabra neutra con respecto a la diferencia de género (no se dice ento o enta), y sobre esa base se construyen vocablos que enfatizan el elemento activo de la acción: presidente (que preside), estudiante (que estudia), dirigente (que dirige) y así por el estilo. Forzar las cosas para decir presidenta, estudianta o dirigenta, es torcerle el pescuezo al lenguaje. Así como hay palabras terminadas en o que abarcan todos los géneros hay muchas palabras terminadas en a que se usan indiscriminadamente. Para ser consecuentes con la igualdad de géneros tendríamos que decir taxisto, pedíatro, artisto, periodisto, telefonisto, violinisto, maquinisto, electricisto, futbolisto, deportisto, oculisto o machisto (por escribir estas columnas).

La Real Academia de la Lengua española considera que la mención explícita del femenino sólo se justifica cuando es relevante en el contexto de la frase. La exigencia de un ‘lenguaje inclusivo’ se funda más en razones ‘extra lingüísticas’ que en las exigencias del lenguaje y termina siendo excluyente para los que reivindicamos el buen uso del lenguaje. Leer y hablar se hace muy difícil, como ocurrió con el último documento de los acuerdos de La Habana que se volvió bastante ilegible cuando se introdujo en el texto la ‘perspectiva de género’. El día que los escritores decidan generalizar estas prácticas estamos a las puertas de la muerte de la literatura, que es lo más importante que tenemos.

Me identifico y apoyo los movimientos feministas y las reivindicaciones de género. Pero no creo que este tipo de prácticas sean realmente indispensables para establecer relaciones de igualdad en todos los ámbitos. Hay mejores causas para luchar por la igualdad. Y una de ellas es el buen uso del lenguaje.