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Dime cuánto mientes

El triunfo del No en el plebiscito del año pasado, ha producido una profunda crisis entre los que nos dedicamos al oficio de estudiar e interpretar lo que ocurre en este país y creemos en su futuro.

18 de abril de 2017 Por: Alberto Valencia Gutiérrez

El triunfo del No en el plebiscito del año pasado, ha producido una profunda crisis entre los que nos dedicamos al oficio de estudiar e interpretar lo que ocurre en este país y creemos en su futuro. Sabíamos que Colombia era uno de los países más tradicionales de América Latina, pero también teníamos confianza en que se había modernizado y las mentalidades se habían transformado a tono con los grandes cambios del mundo contemporáneo. Sin embargo, la mayor desilusión no fue propiamente el descubrimiento de que el arcaísmo de nuestras costumbres seguía vigente, sino el hecho de que la gente se dejara engañar con mentiras primarias, a todas luces contraevidentes.

El problema es que convertir la mentira en el criterio fundamental de la vida política es una bola de nieve que crece, crece y crece. Las redes sociales están inundadas con las noticias más inauditas y falaces. Unos amigos me mostraron alarmados un mensaje reciente en el que se decía que las Farc dominaban en este momento cuatro estados venezolanos, y que preparaban desde allá una invasión a Colombia, gracias a las armas que habían almacenado en ese país. Su pánico era enorme. Pero el hecho es que la presentación de esta noticia alarmante dejaba mucho que desear, por su forma y por su procedencia, y no era más que un panfleto para despertar sentimientos de miedo en las personas.

¿Qué hace un ciudadano común y corriente, que se siente invadido día a día por toda una sarta de mentiras, para descifrar mensajes a todas luces carentes de fundamento? Muchas veces no tiene los elementos de juicio suficientes para desvirtuarlas y lo que cunde es la impotencia cuando no la ingenuidad. Además, los mecanismos que se ponen en práctica para construir mentiras no son fáciles de desmontar. Uno de ellos consiste en decir exactamente lo contrario de lo que se es, de lo que se quiere o de lo que otros piensan de nosotros. Veamos, qué podría decir uno de los grandes maestros de este tipo de prácticas en la actualidad.

Si nos acusan de corrupción, de ‘falsos positivos’, de chuzar a las grandes cortes, de ofrecer notarías para conseguir una reelección, o de compromisos con personas dudosas, lo mejor es organizar una gran marcha nacional de lucha contra la corrupción. Es decir, una marcha en contra de lo que se nos acusa, y presentarnos en las calles, frente a todos, como los adalides de esa batalla.

Si queremos a toda costa garantizar la impunidad de los nuestros, comprometidos en asuntos equívocos en el pasado como el apoyo a grupos paramilitares, el desalojo de tierras, el desplazamiento de poblaciones o el asesinato selectivo de líderes sociales, lo mejor es hacer exactamente lo contrario: declararnos partidarios de la lucha contra la impunidad, con la certeza de que nadie se va a dar cuenta de que es precisamente la impunidad lo que buscamos.

El ciudadano común y corriente, el buen padre de familia que cree en la ‘blancura de los cisnes’, como decía de los abuelos el poeta Jorge Robledo Ortiz, no tiene razón alguna para dudar de las buenas intenciones de quienes llaman a marchar para proponer tan nobles causas y, por consiguiente, el éxito queda garantizado. Sólo faltaría que a la cruzada no se sumen personajes como ‘Popeye’, el lugarteniente de Pablo Escobar y asesino confeso de más de 300 personas, que en Medellín se solidarizó con la marcha contra la corrupción y la impunidad -sin que su presencia haya sido impugnada por sus promotores- a pesar de que era la mejor representación de todo aquello contra lo cual marchaban. Preparémonos para las elecciones presidenciales de 2018, que van a ser una competencia de mentiras.

Dime cuánto mientes y adivinaré tu futuro...