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Derechos y deberes

PD. Feliz Navidad y un próspero año para todos. La Universidad del Valle publicó un libro que recopila mis columnas publicadas en este periódico durante los últimos 23 años, con el nombre de ‘Pensar El País. Conflicto, democracia, cultura y paz’, que recomiendo especialmente.

21 de diciembre de 2021 Por: Alberto Valencia Gutiérrez

La semana pasada entró a regir la norma que establece restricciones para el ingreso en lugares públicos a quienes no tengan la dosis completa de la vacuna contra el Covid-19. Muchos sectores sociales se han opuesto a la medida bajo el supuesto de que es una indebida restricción de los derechos ciudadanos y un atentado contra la ‘autonomía personal’, instaurada en varios apartes de la Constitución política, como el Artículo 16 que establece que “todas las personas tienen derecho al libre desarrollo de su personalidad”. Sin embargo, hay muchos matices para esta reivindicación ciudadana.

Comparto el derecho que tiene cada cual de no vacunarse, independiente de cuál sea su justificación, desde el cuidado de su salud hasta la protesta contra un supuesto ‘complot internacional’ de grupos que nos quieren controlar e, incluso, exterminar. Pero las razones no son importantes. Cada cual puede hacer lo que quiera con su propia pelleja.
Vivimos en el marco de una democracia liberal en la cual se reconocen los derechos inalienables del individuo frente al ejercicio del poder y la inviolabilidad de su vida privada.

Sin embargo, los derechos individuales no son absolutos y están limitados por los derechos de los demás. Puedo no usar el tapabocas si no me da la gana. Pero mis prójimos, que creen en la posibilidad de un contagio, tienen el derecho a exigirme su utilización. Puedo no vacunarme, pero la sociedad en la que vivo puede limitar mis derechos a la libre locomoción en aras del bien común. El artículo citado anteriormente establece a renglón seguido que el ejercicio de mi libertad tiene limitaciones en los derechos de los demás y en el orden jurídico.

Los derechos humanos son una de las grandes conquistas de la humanidad en la época moderna, y un baluarte contra todos los despotismos. Las primeras declaraciones aparecieron en el Siglo XVIII en Inglaterra (‘Bill of Rigts’ de 1689) y posteriormente en las 13 colonias que firmaron la Constitución federal de Estados Unidos. Pero su consagración definitiva, la que llegó a nuestro mundo político en la traducción de Antonio Nariño, se dio con la ‘Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano’ proclamados el 24 de junio de 1793 en el marco de la Revolución francesa. Desde entonces las constituciones del mundo han recogido esta declaración y la han incorporado a su legislación. Las recién fundadas Naciones Unidas proclamaron estos derechos urbi et orbi, el 10 de diciembre de 1948, como el patrimonio de la sociedad contemporánea a la salida de la Segunda Guerra Mundial.

La declaración francesa original tutela claramente los derechos fundamentales a la igualdad, la libertad, la seguridad y la propiedad; y la igualdad de los ciudadanos ante la ley. Pero lo que muchas veces se olvida, sobre todo con el auge contemporáneo del neoliberalismo, es que el Artículo cuarto (recogido en el artículo 29 de la declaración de la ONU) establece claramente que los derechos no son absolutos: la libertad consiste en la posibilidad de “poder hacer todo lo que no perjudique a los demás". Mis derechos tienen un límite en los derechos de los otros, que también aspiran al goce de estos mismos derechos.

En síntesis, si bien comparto el derecho a la no vacunación también comparto el derecho que la sociedad tiene de imponer restricciones de movilización a quienes no estén de acuerdo. El equilibrio de una democracia consiste en un juego recíproco de mutua limitación entre la comunidad que no se puede inmiscuir en los asuntos privados de los ciudadanos, y el individuo que no puede imponer su voluntad a la colectividad. Estos principios deberían ser la base de la educación de los niños desde la más temprana infancia.

PD. Feliz Navidad y un próspero año para todos. La Universidad del Valle publicó un libro que recopila mis columnas publicadas en este periódico durante los últimos 23 años, con el nombre de ‘Pensar El País. Conflicto, democracia, cultura y paz’, que recomiendo especialmente.