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En estos días cuando fusilen a la heroína Policarpa Salavarrieta en la...

18 de julio de 2011 Por: Alberto Silva

En estos días cuando fusilen a la heroína Policarpa Salavarrieta en la novela ‘La Pola’ del canal de televisión RCN, se estará dando término a una de las principales producciones de ese canal que por fin ha puesto al descubierto la serie de mitos con que algunos de los historiadores tradicionales del Siglo XIX quisieron embaucarnos durante más de siglo y medio. Maravillosa la producción que también demostró la ignorancia a que nos ha tenido sometidos el Ministerio de Educación desde 1976, cuando suprimió las 75 horas de cátedra de Historia Patria obligatoria en escuelas y colegios, que dejó a discreción de los profesores enseñarla o no a sus alumnos, con el perverso resultado de que ni ellos mismos la aprendieron y menos aún la enseñaron.Resultan por demás dramáticas las escenas de los fusilamientos que se dieron en la Independencia y el escarnio público que se pretendía con ellos. Conmovedoras las escenas previas al suplicio de nuestros héroes y heroínas, cuando sus familias, inermes, vivieron momentos de espanto y de rabia ante el inminente sacrificio de sus seres queridos. Valga el ejemplo de ‘la Pola’ para recordar que aquí, en el marco de lo que hoy es la Plaza de Cayzedo, fueron fusilados 24 caleños durante la Independencia. Uno de ellos, Manuel Santiago Vallecilla, quien fue el primer gobernador criollo de la Provincia de Popayán a la cual pertenecía Cali y el actual Valle del Cauca. Fue ejecutado por la espalda como traidor a la corona en la plaza caleña el 24 de septiembre de 1816, durante la reconquista española, por orden del ‘Pacificador’ Pablo Morillo, ante la mirada estupefacta de sus familiares y su cuerpo colgado en una escarpia a la vista de todos, hasta el otro día. Qué tremendo espectáculo debió sufrir el pueblo caleño. Le siguieron al patíbulo ese mismo día seis caleños más: Buenaventura Barona, Silvestre Chatré, Nicolás Morales, Vicente Segundo Pisa, José María Herrera, Manuel Joaquín Fajardo, Narciso Quiñones, Francisco Barrera y Marino Velazco. Todos corrieron la misma suerte.Allí, en ese sagrado lugar de la Plaza de Cayzedo, que fue humedecida con la sangre de tantos patriotas y regada con lágrimas de muchas familias caleñas, escupen a diario al piso, orinan, defecan, botan basura, cantan y ríen, personas de toda laya, sin vislumbrar siquiera que se encuentran encima de un santuario de la patria. En otras palabras, no saben dónde están parados. Pero lo grave es que nuestras autoridades tampoco lo saben, desde el alcalde para abajo. La novela de ‘La Pola’ debe servir para que recapacitemos sobre nuestra verdadera historia, que no es la que escribieron desde Bogotá en el siglo antepasado los historiadores capitalinos, recostados sobre cómodos sillones, poniendo al papel historias de épocas pretéritas contadas a ellos por terceros. Así como se le ha puesto énfasis al inventario físico, arqueológico y antropológico de los ladrillos del antiguo Puente Ortiz, de igual manera el Municipio debe hacer lo mismo con su historia patria, ya que por lo visto los historiadores oficiales ahora sólo se dedican a investigar si los libertadores eran ricos o esclavos, negros o blancos y que pasaría hoy si las cosas se hubieran dado así o asá - mamertismo puro - y muy poco sobre lo que verdaderamente sucedió. Debemos honrar el protagonismo de nuestra gente, no importa que ellos hayan sido católicos, protestantes, masones, ingleses, franceses, españoles, criollos o mestizos, casados o separados, machos, muy machos o menos machos.En buena hora vino ‘la Pola’ a los hogares para indicarnos que nos debemos tocar para borrar tantos mitos y leyendas impuestas, que no han permitido al colombiano del común lucir la camiseta del sentido de pertenencia.