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Herrera y Vergara

Es probable que quienes lean este artículo hayan pasado en algún momento por el sitio donde se encuentra el precioso monumento levantado en homenaje al emérito caleño Ignacio de Herrera y Vergara.

17 de julio de 2018 Por: Alberto Silva

Es probable que quienes lean este artículo hayan pasado en algún momento por el sitio donde se encuentra el precioso monumento levantado en homenaje al emérito caleño Ignacio de Herrera y Vergara, único vallecaucano firmante del Acta del 20 de julio de 1810 en Santafé de Bogotá. El lugar no es otro que la conocida: Plaza del 20 de julio o San Nicolás de Cali.

¿Acaso sabemos quién fue ese personaje? Hizo estudios primarios en el Seminario de Popayán y los de jurisprudencia en el Colegio Mayor del Rosario en Santafé y se incorporó como abogado de la Real Audiencia en 1797. Por su matrimonio con la santafereña María Ignacia Ortega y Sanz de Santamaría ingresó al alto círculo santafereño. En octubre de 1809 aparece denunciado ante la Audiencia por el Virrey, como conspirador en las reuniones secretas que celebraba en asocio del canónigo Andrés Rosillo y Meruelo. En diciembre de ese mismo año ocupa el cargo de Síndico Procurador General del Cabildo de Santafé, donde lo sorprendieron los hechos del 20 de julio.

El espíritu que embargaba a los criollos por aquella época lo expresó Herrera y Vergara en sus Reflexiones de un americano imparcial al diputado del Nuevo Reino de Granada, donde expuso su pensamiento sobre el deplorable estado social del virreinato, proponiendo medidas políticas y administrativas para su desarrollo, entre las cuales esbozó las autonómicas; bases fundamentales de la independencia de España. ¿Se anticipó así al Memorial de Agravios de Camilo Torres? Hagan cuentas y juzguen.

Herrera y Vergara fue aliado y confidente de Nariño. Adoptó el programa de gobierno centralista como el más adecuado para la defensa y organización de la incipiente nación. Actuó como el más eficiente y tenaz contribuyente en los hechos de Cali y de las Ciudades Confederadas por medio de comunicación escrita y permanente con sus primos Manuel Santiago Vallecilla, fusilado en Cali, y de Joaquín de Cayzedo y Cuero, que desembocaron en el movimiento bélico alimentado por los tres, quienes descifraban siempre los códigos de inteligencia de los realistas españoles por medio de la intrincada maraña de mensajeros, espías y contraespías diseminados en la amplia geografía de la cuenca del río Cauca.

Durante el ‘Régimen del Terror’, impuesto por Pablo Morillo, fue condenado a diez años de prisión en Puerto Cabello, Venezuela, a donde se le envió desde Santafé encadenado y a pie, por los Llanos de Casanare. Más tarde regresó a Colombia. Jubilado por el general Santander murió en Bogotá el 11 de marzo de 1840 a los 71 años de edad. Todo lo fue para la Nueva Granada y para la vallecaucanía. Además de ser el Síndico Procurador del Cabildo de Santafé, participó con Nariño en la traducción de los Derechos del Hombre y ofició como Relator del Acta del 20 de julio en Santafé.

Luego de la Batalla de Boyacá, Bolívar le nombra como auditor de guerra. Se posesiona como Presidente de la Corte de Justicia y luego ocupa el cargo de Presidente del Congreso en 1824. Para colofonear su vida ejemplar, Ignacio de Herrera y Vergara alcanza el honor de ‘maestro de maestros’ como lo señala la galería de retratos de discípulos ilustres en el Colegio Mayor del Rosario de Santafé con la leyenda que dice: “Sirvió con desprendimiento a la patria. Su memoria existirá mientras se estimen la virtud y el mérito”.

Vallecaucanos y caleños que se precien de serlo deberían pasar al menos una vez en su vida por la Plaza de San Nicolás de Cali. Allí encontrarán entonces la efigie de Ignacio de Herrera y Vergara como ejemplo para todos. Así ratificarán que esta tierra nuestra es abundante en protagonistas de su propia y verdadera historia.