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El Papa mató a la mula y al buey

El 21 de diciembre del año pasado dediqué esta columna al pesebre,...

19 de diciembre de 2012 Por: Alberto José Holguín

El 21 de diciembre del año pasado dediqué esta columna al pesebre, la linda tradición iniciada por San Francisco de Asís en 1223 cuando por inspiración divina resolvió revivir lo ocurrido en Belén 13 siglos atrás y convenció a un potentado del pueblo de Greccio, Italia, que festejaran el nacimiento de Jesús en un bello predio de propiedad de éste que estaba lleno de pequeñas cataratas y transparentes arroyos, mucho árboles y misteriosas cuevas. Allí montó el primer pesebre de la historia, con animales vivos y la colaboración de los pobladores de la región que se convirtieron en protagonistas de los distintos personajes, logrando revivir fielmente la noche invernal en que José y María, cansados de su viaje desde Nazareth y acompañados por su fiel mula, consiguieron que el dueño de un establo, en el que protegía de la intemperie a su viejo buey, les permitiera quedarse a dormir.La costumbre se fue extendiendo y aún se conserva. Por todas partes se ven pesebres: en numerosos hogares, en las iglesias, en muchos parques y en las vitrinas de almacenes y centros comerciales. Los hay en las grandes ciudades y en las poblaciones más sencillas. Los hacen felices los ricos y los pobres.Pero como siempre hay alguien que trata de acabar con las cosas buenas, el papa Benedicto XVI, en un libro que acaba de publicar sobre ‘La infancia de Jesús’, mató de un tajo a la mula y al buey. De paso eliminó también a los demás animales que adornaban los pesebres y que, aunque fuera simbólicamente, acompañaban al Niño Dios. Trató de justificar su absurdo con un argumento muy simplón al afirmar que los evangelistas Lucas y Mateo no mencionan animales en los versículos dedicados al nacimiento de Jesús, olvidando que la misma Iglesia pregona que la Biblia no debe interpretarse literalmente. ¿Y qué si no los mencionan? ¿Estaban ocupados en otras cosas, lo olvidaron, o no quisieron hacerlo? Eso no tiene importancia. La verdad es que hubo muchos testigos de que José y María eran dueños de una mula a la que querían mucho, por lo que no tiene lógica que la dejaran abandonada en la mitad del camino cuando les estaba ayudando a cargar sus trastos en el viaje a Belén. ¿O será que se la tragó la tierra? Por otro lado, todos los campesinos tienen animales. Por eso es absurdo que quien les dio posada fuera tan raro que siendo dueño de un establo no tuviera allí ni siquiera a su buey. ¿Y qué tal los pastores? Eran aun más raros, los únicos pastores del mundo que no tenían ovejas. ¿Y tampoco había gallinas, ni patos, ni perros, ni gatos? No puedo creer que en una época en que casi todo giraba alrededor del campo, no hubiera animales en una población rural. ¿O será que ese 24 de diciembre los escondieron todos? Su Santidad hiló muy delgadito.Aunque todo ésto me parece raro, me tiene sin cuidado porque yo seguiré haciendo y coleccionando mis pesebres con las figuras de la mula y el buey, además de las de la Virgen, San José y el Niño. También con ovejas, camellos y hasta cucarrones, guatines, guacharacas, ranas, ardillas y micos, sin importarme las omisiones de Mateo y Lucas.Al matar a la mula y al buey el Papa metió la pata, pero por fortuna muy pocos le harán caso. Sin ninguna necesidad casi le quita a la Navidad uno de sus más bellos símbolos, la hermandad entre seres humanos y animales que con tanto amor defendió San Francisco de Asís.