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Carranza y Teresa

Este mes se cumplen cien años del nacimiento de Eduardo Carranza, fundador...

3 de julio de 2013 Por: Alberto José Holguín

Este mes se cumplen cien años del nacimiento de Eduardo Carranza, fundador del movimiento Piedracielista que llegó a su apogeo a mediados del siglo pasado y, sin duda, uno de los mejores poetas colombianos. Coincidencialmente hace unos días, revisando viejos papeles, encontré una nota publicada en El Espectador hace varios años por Gonzalo Mallarino, en la que corrige el gazapo del entonces importante columnista de ese diario que firmaba con el seudónimo de Argos, quien erróneamente dijo que la inspiradora del famoso soneto de Carranza era su amiga Teresita Henao.Como fui testigo presencial de la verdad, me tomo la libertad de ceder las siguientes líneas a Gonzalo, editando lo que entonces escribió:“Mis respetos a doña Teresita Henao que ha de ser una dama encantadora, y tuvo que ser muchacha en flor de ‘ternísima cintura’ como las amaba el poeta. Mi homenaje, repito, a doña Teresita, pero tengo que desengañarte, mi apreciado Panoples Argos, porque te equivocaste. La verdadera inspiradora del ‘Soneto a Teresa’ fue María Teresa Holguín Zamorano, amiga muy de mi alma desde que la conocí. Ya Carranza había escrito el soneto, éste se había publicado y era vox populi que la bellísima caleña era la encarnación real del ser poético ‘en cuya frente el cielo empieza’ y la destinataria expresa de esos catorce versos medidos por la gracia. Cuando me radiqué en Cali por unos años, ella y su esposo eran lo más cercano que teníamos mi señora y yo. Teresa, ‘la del suave desamor’ que sutil y noblemente confiesa el tercer verso, aunque nunca estuvo enamorada del poeta, siempre mantuvo el reconocimiento de su clara amistad y estaba justamente orgullosa de ser la dueña del soneto. Y alguna vez lo dijimos a tres voces con ella y el poeta Alfredo Ocampo, y brindamos a la salud de nuestro impar amigo, Eduardo Carranza. En realidad lo que ha pasado es que el gazapo que se te escapó, mi querido Argos, ha venido a meterse en un jardín nocturno de la desperdigada memoria en el que están muchos de los seres que uno debiera tratar de revivir. Sirva la digresión para tomar respiro y hablarte de María Teresa. Desde los 14 años, como ocurre con las muchachas en el Valle, tenía la estatura, la ligereza y las proporciones de una diosa. La complexión y los cabellos rubios, los ojos almendrados, la boca que te pone a sufrir, hasta cuando se parte de la risa. Había nacido con la malicia de la poesía, con una inteligencia aguda e imperiosa que no daba ni pedía cuartel y con una especie de derecho innato al capricho de la mujer bella. Porque un poeta puede instalar a una muchacha en el tiempo inalterable de las ideas pero no puede lograr que el tiempo de la vida de una mujer deje de transcurrir. Y con el sólo transcurso del tiempo vienen las adversidades, aun en las existencias felices. Y fue en las adversidades donde María Teresa se reveló como la gran mujer que lograron moldear los mimos de sus padres, sus hermanos, su esposo y su hijo. Es que a los seres excepcionales hay que tratarlos como seres excepcionales, sin ocultarles su condición. En la enfermedad de su marido, en la vejez de sus padres, en la educación de su hijo, las circunstancias le exigieron a la niña bonita el despliegue de toda la energía, la presencia de ánimo, la imaginación y el talento de una mujer de acción. Y no sólo cumplió sino que su cariño y su don de gentes se desbordaban hacia nosotros, sus amigos, con la misma gracia desenfadada que había tenido el brillo de su juventud. Ay, Panoples, Teresa sólo hay una”.