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Una historia antigua (Opinión)

"Todos los que escogimos cambiar de país somos migrantes".

22 de octubre de 2018 Por: Enrique Falquez*

Migrantes somos todos los que escogimos cambiar de país, comunidad autónoma o municipio. Desde que aterricé en Madrid en 1990, leo múltiples reportes de ONG y la ONU respecto de que Europa adolece de un crecimiento de la población inferior al que necesita para mantener la pirámide poblacional en sus justas proporciones. Nacen menos de los que mueren y, por ende, el anhelado y envidiado estado de bienestar continental, parido después de la Segunda Guerra Mundial y como resultado de las penurias generadas tras la gran depresión, se resiente.

La luna de miel con los Derechos Humanos que ha vivido la población europea, después de la segunda gran guerra, está amenazada por la caída de la natalidad: hacen falta más personas en edad de trabajar para mantener semejante estado de gracia.

Es esta y no otra, la razón por la que los europeos y sus ‘think tanks’ proyectaron desde 1990 o antes, que para sostener la protección que el Estado da a sus ciudadanos, se necesitaba asimilar paulatinamente a 50 millones de inmigrantes antes de 2050.

Clarísimo el término, gente que viniese de fuera de las fronteras de la Unión Europea (UE) para quedarse aquí para siempre. Esta necesidad reconocida con antelación, más un acuerdo multinacional de recepción solidaria recíproca de migrantes avalado por la ONU, posterior a la segunda gran guerra, después de la cual en los suelos europeos deambulaban fantasmas desolados, son las razones por las cuales Alemania asimiló sin rechistar un millón de sirios en 2016, y el resto de los países del continente cumplieron, aunque sea parcialmente, con sus deberes solidarios en ese sentido. Cada cual recibió una cantidad proporcional a sus posibilidades.

Así las cosas y remitiéndonos solo al periodo comprendido desde la creación de la UE en 1957 hasta el hoy, el balance de la inmigración asimilada en la UE sigue siendo claramente inferior a sus necesidades y estas, a su vez, no se pueden cumplir a cabalidad dado que no ha sido posible escoger a sus inmigrantes. Llega o viene desde los alrededores de la UE o de allende los mares, una mezcla indiscriminada de ciudadanos de otros países que salen de ellos en busca de una vida mejor, pero que en algunos casos no corresponde con los criterios que anhela la reestructuración o soporte del estado de bienestar europeo.

En el peor de los casos al llegar a la UE, se instalan en ella a base de las ayudas iniciales que los países de recepción expiden y pasado un tiempo no solo no se dedican a trabajos que generen riqueza visible, sino a otros que no dejan huella en las arcas del Estado, cuando no, sencillamente a parasitar el sistema. El estado de bienestar está tristemente amenazado con desaparecer, diluido por la afluencia a la UE de ciudadanos de otros países que drenan el sistema y por la escasa natalidad registrada en la misma, la cual fue en 2017 de 1,2 nacimientos por mujer año. Una pena.

* Columnista invitado

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