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Papa Francisco en Brasil, en busca de potenciar la Iglesia latinoamericana

La visita del Papa ha obligado a Río de Janeiro a desplegar una logística semejante a la de un Carnaval y un esquema de seguridad ostentoso como el de una cumbre de jefes de Estado.

21 de julio de 2013 Por: Patricia Lee, enviada especial de El País, Brasil.

La visita del Papa ha obligado a Río de Janeiro a desplegar una logística semejante a la de un Carnaval y un esquema de seguridad ostentoso como el de una cumbre de jefes de Estado.

Fiel a sí mismo, el papa Francisco llegará este lunes a Brasil para iniciar su primera visita a América Latina, rechazando los privilegios de los que gozaron los anteriores pontífices. Ocupará un lugar en primera clase de un vuelo comercial de Alitalia, saldrá del aeropuerto Fiumiccino de Roma como cualquier turista, rechazó las lujosas habitaciones que le habían reservado en Río de Janeiro, se negó a viajar en el Papamóvil, pidió que las fuerzas encargadas de la seguridad durante su visita no usen fusiles sino pistolas y anunció que perdonará pecados por Twitter. La visita de Francisco será un gran acontecimiento religioso, político y social, que reunirá cerca de cinco millones de personas, venidas de todo Brasil y de todo el continente. En Río de Janeiro, los peregrinos ya llenan los aeropuertos, mientras hombres de amarillo, azul y naranja trepan por los andamios del escenario de Copacabana, donde el Papa se presentará ante los jóvenes, ultimando los detalles. Desde Argentina, la Patria natal de Francisco, una impresionante delegación de 42.000 jóvenes, acompañada por 29 obispos (35% del total), ya está viajando para recibirlo. Las autoridades de Río de Janeiro preparan la mayor operación policial de la historia de esta compleja ciudad. Pero esta vez, el temor no serán las batallas con los narcotraficantes en las favelas, sino las protestas de distintos grupos juveniles y políticos, que ya se iniciaron y que pueden provocar cambios en el itinerario, como la recepción oficial, el lunes, en el Palacio de Guanabara, sede del gobierno provincial.En este primer viaje a tierra americana, Francisco deberá enfrentar, concentrados, todos los problemas que desafían a la Iglesia. ‘El Papa de los pobres’ pisará suelo carioca después de las mayores protestas juveniles desde el retorno de la democracia, visitará Río de Janeiro, la ciudad de las favelas, donde la droga y la pobreza han hecho un cóctel mortal, y colocará todo su carisma para intentar frenar el auge de las iglesias evangélicas. Su visita tendrá también un inocultable efecto político continental, con la misión de revertir el estancamiento de la Iglesia y restablecer la primacía indiscutible que el catolicismo tuvo.Evangelizar y renovarBrasil es el país católico más grande del planeta, con un 10 % de todos los fieles, en el continente que alberga a casi la mitad del billón 200.000 católicos del mundo. Mientras que el catolicismo decae con fuerza en Europa, en América Latina se encuentra estancado, con un crecimiento vegetativo, al tiempo que el número de seminaristas decrece, comparado con el crecimiento constante de la feligresía y de los ordenamientos en otros continentes como África y Asia.Uno de los mayores retos de Francisco será contrarrestar el crecimiento de las iglesias evangélicas. En Brasil, de 1991 a 2010, la proporción de católicos cayó de 83% a 68% de la población, mientras que los protestantes subieron del 9% al 20%. Esto también sucede en otras ciudades latinoamericanas, como Buenos Aires, donde en cada barrio se encuentran templos evangélicos.La visión ecuménica de Francisco será más necesaria que nunca en Brasil. Cuando era cardenal en Argentina, asistió a una oración de predicadores evangélicos en la cual se arrodilló ante 6000 pastores protestantes y rezó con ellos. En su tarea de renovar la Iglesia, Francisco tiene en los prelados brasileños uno de sus principales soportes, si no el fundamental. Brasil no solo es la tierra del principal movimiento renovador, la Teología de la Liberación, expuesta por Frei Betto, amigo personal del nuevo Papa, sino que los obispos brasileños fueron cruciales para su elección, en especial don Claudio Hummes, quien dijo que “la Iglesia, así como está, ya no funciona más”, y que operó de manera decisiva en el Cónclave a favor de Bergoglio. Fue él quien le susurró al oído, apenas salió elegido: “No se olvide de los pobres”, inspirándole así el nombre de Francisco. Cuando Bergoglio apareció por primera vez en el balcón del Vaticano, cometió su primera violación al protocolo, al pedir que Hummes permaneciera con él ante los ojos de todo el mundo, una poderosa señal del papel que la Iglesia brasileña juega en su papado.Fue también en Brasil donde se dio el puntapié inicial de la carrera de Francisco hacia el papado, cuando en 2007, en el santuario de la Virgen de Aparecida, el entonces cardenal argentino impresionó fuertemente a sus pares latinoamericanos, al ser el principal redactor del documento final de la conferencia del Consejo Episcopal Latinoamericano, Celam. Escuchar el grito de la calleHasta ahora, el papado de Francisco transcurrió en Roma lidiando con los conflictos internos de la Iglesia como el Banco del Vaticano, la Curia y los escándalos sexuales, pero ahora ha llegado el momento de la verdad. Brasil le ha preparado su bautismo de fuego. Como dijo Frei Betto, esta será “la semana inaugural de su papado”. Sus homilías a favor de la justicia social, de los pobres y desprotegidos y sus llamados a los jóvenes, se pondrán a prueba en el país que ha enfrentado las mayores protestas sociales desde el retorno a la democracia en los años 80. El Partido de los Trabajadores, que gobierna hace diez años, fue fundado en 1980 por Luis Inacio Lula da Silva, un devoto de San Francisco de Asís, con la colaboración directa de Frei Betto y el movimiento de la Teología de la Liberación. Don Claudio Hummes, en ese entonces obispo, prestaba las instalaciones de la iglesia para las asambleas del PT cuando éste luchaba contra la dictadura brasileña. Pero tras más de una década en el poder, en la cual millones de personas salieron de la pobreza, la imagen renovadora y el atractivo del PT sobre los jóvenes, los trabajadores y los pobres, ha caído en picada. El expresidente Lula, en un artículo publicado el viernes por Clarín de Buenos Aires, reconoció ese desgaste. Según Lula, en el último decenio Brasil duplicó el número de estudiantes universitarios, muchos de los cuales provienen de familias pobres a quienes se les abrieron las puertas de la educación y ahora quieren mejores empleos, mejores servicios públicos, más acceso a la cultura y sobre todo, “que las instituciones políticas sean más limpias y transparentes”. Evangelizar, mejorar las relaciones con otras corrientes religiosas, reformar la Iglesia, y aportar una alternativa a los jóvenes que protestan en las calles, son los gigantescos retos que el primer papa latinoamericano deberá enfrentar en su visita a Río de Janeiro que, desde ya, será recordada como uno de los acontecimientos más importantes del continente en este siglo.Un fenómeno continentalEl analista político Fabián Calle dijo a El País que la visita de Francisco a Río de Janeiro va a ser un acontecimiento político. “Es un actor político fundamental en América Latina, por más que no lo quiera”, explicó. Rosendo Fraga, director del Centro para la Nueva Mayoría en Buenos Aires, opinó que el nuevo Papa ha significado una conmoción política. “Los gobiernos populistas del Alba (Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua) tenían una postura contraria a la Iglesia. Incluso el presidente boliviano Evo Morales y el presidente ecuatoriano Rafael Correa asumieron con el rito de la religión indígena y no la católica. Hugo Chávez tuvo una posición de fuerte confrontación con la Iglesia. Pero los presidentes tuvieron que asumir que el catolicismo es muy fuerte en los sectores más populares y ello, sumado a la popularidad del Papa, ha hecho que moderen su posición”, agregó. Ante el desprestigio de los gobiernos de centro izquierda que han liderado la región en los últimos años, la apuesta de Francisco es convertir a la Iglesia Católica en el catalizador del descontento de los millones de pobres y jóvenes.

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