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La aguda crisis de Siria despierta los temores del mundo entero

Tras diecisiete meses de matanzas y protestas, la permanencia de Bachar al Asad en el poder ha provocado una profunda división entre las grandes potencias.

22 de julio de 2012 Por: Sal Emergui | Corresponsal de El País en Oriente Medio

Tras diecisiete meses de matanzas y protestas, la permanencia de Bachar al Asad en el poder ha provocado una profunda división entre las grandes potencias.

Tremseh es el símbolo de la sangrienta crisis siria que ya se extiende en las calles de la mismísima capital. Por un lado, la oposición cifró en más de 200 los muertos en esta ciudad, en su mayoría civiles, lo que define como “una matanza brutal más del régimen de Bashar Asad”. Por otro, el aparato de la dictadura lo negó limitándose a calificarlo como “combates contra opositores al plan de paz de Kofi Annan (enviado especial de la Liga Árabe y la ONU)”. Entre unos y otros, la comunidad internacional impotente y dividida que condena la masacre de Tremseh con adjetivos contundentes, pero vacíos de contenido.Adjetivos que acompañan una cruda realidad que se cifra fríamente en unos 17.000 muertos en 17 meses de protestas populares y represión de Asad. Los 120.000 refugiados registrados en las oficinas de la ONU en los países limítrofes (Líbano, Turquía, Iraq y Jordania), son las caras de un evento que no tiene otro nombre que “guerra civil”. Y, como tal, con golpes letales y mutuos como los del pasado miércoles que descabezaron de una tajada la todopoderosa cúpula del Ministerio de Defensa. Reivindicado por el Ejército de Libre Sirio, el atentado suicida no sólo ha derribado varios pilares clave del régimen de Asad, sino que deja la sensación que nadie, ni tan siquiera sus máximos allegados y protegidos están a salvo. Ni siquiera su cuñado y poderoso viceministro de Defensa, Asef Shaukat. Ni siquiera el búnker de la sede de la Seguridad Nacional en Damasco. El Palacio presidencial de Asad ya no parece tan accesible y aunque tiene el escudo de China y Rusia en la escena diplomática, puede caer por las bombas de los rebeldes.La reacción de Siria anunciando que “amputará las manos de los terroristas” forma parte de un guión cada vez más explosivo y lo que preocupa aún más en Occidente, incierto. La caída o mejor dicho el mantenimiento de Asad en el poder tras 17 meses de matanzas, fusilamientos, atentados de los rebeldes y protestas ha provocado una gran escisión entre las grandes potencias. Estados Unidos y la Unión Europea cada vez emplean un lenguaje más agresivo hacia el lenguaje sumamente comprensivo de Rusia y China hacia el régimen.La Casa Blanca no ocultó su furia el viernes tras el bloqueo ruso y chino (ya van tres vetos) a una nueva resolución de condena a Siria en el Consejo de seguridad de la ONU en la que, además de las sanciones de turno contra el régimen, incluía una seria amenaza: el Capítulo VII de la Carta de Naciones que permite una intervención armada si Asad sigue usando artillería pesada contra centros urbanos. La división es tal que el embajador francés en la ONU, Gerard Araud, denunciara a Rusia por “querer ganar tiempo para que el régimen de Asad pueda aplastar a la oposición”.Inglaterra cree que Rusia y China “anteponen sus intereses nacionales a las vidas de millones de sirios”. Lo apunta con resignación Shalman Shaij, experto de la Brookings Institution: “Para la ONU, Siria se configura como otro horrible episodio de fracaso e ineptitud. De Ruanda a Bosnia, ahora debemos sumar Siria”.A un nivel más regional y cercano en los efectos, dos potencias asisten con mucha atención y preocupación (por motivos diferentes) los dramáticos acontecimientos en territorio sirio. Israel, el gran enemigo de Asad, condena la represión y pide su fin, pero al mismo tiempo no oculta su temor ante una alternativa poco clara y con potencial explosivo. Solo el recuerdo del enorme arsenal de armas químicas en poder de Asad hace temblar a Israel y, más a distancia, a Estados Unidos. Como se ha repetido en los últimos días, “hay algo más peligroso que un dictador con armas químicas. Un dictador que pierde el control de sus armas químicas”. Y Siria es una potencia en este determinado y letal arsenal.El otro país a tener en cuenta es Irán. El único y último factor que apoya con uñas y dientes las acciones de Asad contra las protestas populares que piden la caída de la dictadura. El régimen de los Ayatolas teme que la caída de Asad, como si fuera un peón en la partida de ajedrez, le deje más solo en el tablero regional. El famoso eje, formado por Irán, Siria y los grupos Hamas y Hizbulá, se vería dañado.En un segundo plano, pero forzando la máquina para acabar con el dictador Asad, se encuentran Turquía, Catar y Arabia Saudí.Interrogantes y temoresLa gran pregunta que se hacen muchos en la zona es cómo y por qué Estados Unidos reaccionó de forma veloz para hacer caer a un ex fiel aliado suyo, Hosni Mubarak, o accedió a una intervención bélica en la Libia de Muamar Gadaffi, mientras un enemigo de siempre y aliado del enemigo iraní sigue en el poder con represiones mucho más sangrientas y frecuentes.Uno de los motivos es que Siria no es fundamental como Libia en el campo del petróleo y de la inmigración africana a Europa. Otro es su importancia crucial en la estabilidad de la zona ya que, aunque los países más anti Asad le llaman “sátrapa”, saben que la alternativa puede ser peor. El temor compartido es que sin Asad, Siria se convierta en un nuevo Iraq con bolsas del grupo terrorista Al Qaeda y de movimientos afines a Irán actuando a diario. Todo un volcán que afectará a la región.Es un discurso que emplea Asad para convencer a las minorías alauitas y cristianas, a los sectores afines y acomodados de Damasco a no sumarse a la rebelión.Es un discurso que emplea Rusia que parece haber aprendido la “lección de Libia”, cuando EE.UU, Francia e Inglaterra se las ingeniaron astutamente para asistir con un paraguas militar a las fuerzas de oposición. “Rechazamos cualquier elemento que prepare el camino para una injerencia del exterior en apoyo de la oposición armada. No tomamos partido por nadie en el conflicto sirio. Nuestro único interés es no permitir la desestabilización del Estado y la ulterior desestabilización de toda la región”, señala el ministro ruso de Exteriores, Sergei Lavrov, en un intento de vender “neutralidad”, cuando en realidad se trata de apoyo a Asad. Rusia se juega su influencia geoestratégica en la zona y contratos de casi $3.000 millones de euros en venta de armas a Siria.Pese a las críticas a Moscú y Pekín y las condenas sin paliativos a las matanzas en Siria, EE.UU. optó hasta la fecha por una diplomacia menos agresiva que en el caso libio. Más allá del previsto veto ruso y chino a cualquier resolución de condena o acción que Washington proponga en el Consejo de Seguridad de la ONU, hay otras explicaciones a su inicial tibia reacción.Como Israel, EE.UU. es consciente que un cambio desordenado y caótico de régimen puede ser perjudicial para sus intereses regionales. Ciertamente el Pentágono ayuda a los rebeldes sirios y la secretaria de Estado norteamericano, Hillary Clinton, critica diariamente y con mucha contundencia a Asad, pero al mismo tiempo teme una Siria dominada por elementos radicales islamistas contrarios a EE.UU. O peor, una Siria no dominada por nadie donde la semilla del caos se extienda en toda la zona provocando incluso una guerra.Solo hace falta que desde la frontera siria se lancen ataques contra las poblaciones fronterizas israelíes para convertir la tensión a un enfrentamiento bélico. “Es mejor un dictador conocido que un caos peligroso”, podría ser el slogan que se basan los jerarcas de muchos países.Su caída se producirá en un plazo de dos meses a dos años, prevé Kojav Avivi, el jefe de la inteligencia militar israelí poco antes de la explosión en Damasco. Tras la misma, intensas reuniones de la plana mayor del Ejército ante un inminente cambio en el vecino sirio y la segura influencia que tendrá en Israel.El atentado suicida del miércoles refleja que Damasco ya no está a salvo de la guerra civil y sugiere una posibilidad cada vez más real: Asad será derribado a base de fuego y bombas y no en los despachos divididos de la comunidad internacional. Las deserciones de sus principales generales y el avance rebelde al Palacio presidencial son más tangibles que las palabras vacías de la ONU.

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