Como ocurre con un árbol muy, muy alto, su estatura depende de la raíz: “Mantén los pies en la tierra y los ojos en el cielo”, le dijeron desde que era un niño gordo que soñaba con ser arquero. Entonces el niño tenía 5 años y había llegado a la escuela del profe Seifer Aponzá Peña, en Guachené, con la obsesión de desafiar la gravedad bajo los tres palos.
Era en verdad un niño pesado para su intención: durante el primer partido le metieron cinco goles espantosos, recuerda el profe. Pero aun así el niño no se desanimaba. Tenía por nombre Yerry Mina y tal vez desde esa época ya estaba empeñado en hallar su destino entre las alturas.
Luego de aquel día, cuenta el profe, el chico se convirtió en volante de recuperación. Sus coqueteos con el arco habían sido pequeñas dudas existenciales planteadas por embelecos de la genética que, en su caso, quedaron resueltas a punta de goles en contra: su papá, José Ulises Mina, había sido uno de los mejores arqueros que vio el fútbol aficionado del pueblo y el chico quería seguir el ejemplo. Hacerse grande al crecer.
“Mantén los pies en la tierra y los ojos en el cielo”, le repetía el profe Seifer, que fue su entrenador hasta cuando el chico tuvo 17 años y viajó a probarse al Pasto, segunda estación del viaje ‘intergaláctico’ que emprendió hasta desembarcar años después en la galaxia del Barcelona de Messi.

Con ese equipo de compañeros más grandes, Mina jugó la Copa El País
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El profe Seifer, pues, vio los brotes más puros del futbolista que en el ímpetu de la juventud a veces le discutía las indicaciones tácticas que lo obligaban a quedarse defendiendo, cuando a él lo que le gustaba era de vez en cuando salir de paseo por las nubes para cazar balones en función de ataque. Al llegar a los 13-14 años, la talla de sus guayos empezó a dar aviso de la estatura que podría que alcanzar, y más o menos desde ese tiempo, el profe lo incluyó en equipos donde le tocó batirse con jugadores que lo rebasaban en tamaño y edad. Pero no en fútbol.
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18
años tenía el central caucano cuando debutó con Pasto. Un solo año de campaña con ese equipo le valió para ser fichado por el Independiente Santa Fe.
“Siempre fue muy decidido. Como volante o como lateral. Cuando empezó a jugar de central no le gustaba la posición pero lo hacía todo bien, organizaba la defensa, siempre con mucha actitud”. Para ese momento, recuerda el profe, es decir, cuando lo ubicó en la zaga, Yerry ya era fuerte yendo a buscar el cabezazo. El hombre lo cuenta con la compleja sencillez que explica la consistencia inmaterial de un don: simplemente lo tenía. Su fuerza para ir arriba no era proveniente de un músculo desarrollado en el gimnasio, sino que simplemente había sido una bendición. Entonces como Dios dijo ayúdate que yo te ayudaré, el profe dice que a partir del hallazgo empezaron a trabajarle específicamente la coordinación y la saltabilidad, de modo que quedaran incorporadas en sus movimientos de ataque y defensa. Y entonces Yerry empezó a entrenar y a entrenar, y a saltar y saltar. Las alturas permanecían muy lejos entonces. Pero él saltaba y saltaba. “Mantén los pies en la tierra y los ojos en el cielo”, le repetía el profe Seifer.

Con este equipo jugaba Yerry Mina a los 14 años. Aquí, con el número 17. Primero de izquierda a derecha, el profe Seifer.
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Wilson Gutiérrez, actualmente entrenador del Carabobo FC, fue el técnico que recibió a Yerry en Independiente Santa Fe, cuando como central salió traspasado del Pasto, en el año 2013. Gutiérrez hoy tiene recuerdos parecidos a los de su primer entrenador: Yerry desde siempre fue poderoso en el juego aéreo. “Su fuerte cada día se hacía más visible y nosotros trabajábamos mucho la pelota quieta: ahí se fue haciendo importante. Siempre cabeceó bien pero con el paso del tiempo y los técnicos que ha tenido, se llenó de confianza y mejoró su movilidad, lo que lo volvió determinante en sus equipos”.

El profe Seifer (de pantaloneta azul) siempre estuvo junto a Yerry (sin camisa) en sus primeros pasos futbolísticos.
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Después de Santa fe, el resto del camino es una historia repetida por estos días: luego Yerry saltó al Palmeiras brasilero, donde su cabeza volvió a brillar para ponerlo en la órbita del mejor equipo del planeta. A la hora de recordar a su pupilo, Gutiérrez sin embargo no recuerda al jugador que con sus cabezazos salvadores se vuelve tendencia viral, sino al chico tranquilo, humilde y dispuesto al trabajo, que vio crecer en la capital. Su primer técnico, el profe Seifer, está seguro de que Yerry lo escuchó. Se lo dijo muchas veces: “Mantén los pies en la tierra y los ojos en el cielo”. El gordito que no se podía estirar, ahora es el árbol que da sombra a todo un país.
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