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Suárez, en el norte del Cauca, es un pueblo donde la gente habla del miedo

Tras el ataque con explosivos en Suárez, Cauca, cualquier sonido puede derivar en un temor generalizado. Crónica.

14 de noviembre de 2012 Por: Andrés Felipe Becerra Ibáñez | Reportero de El País

Tras el ataque con explosivos en Suárez, Cauca, cualquier sonido puede derivar en un temor generalizado. Crónica.

Si alguna persona se hubiera enfermado el martes en Suárez tal vez ningún médico la hubiera podido atender. Los médicos de este municipio ubicado a hora y media de Cali todavía están dedicados a lo mismo que hacen desde el domingo: atender a las víctimas del atentado. Entonces se la pasan haciendo curaciones, tomando radiografías, exámenes de audiometría, revisando heridas, suturas, contusiones, dolores, miedos.Eso es lo que se sabe de los médicos y de los heridos. Porque de otras personas es difícil saber algo. Incluso dónde están. Tras el ataque con cilindros bomba perpetrado por las Farc, que dejó 25 heridos y al menos 60 viviendas afectadas, muchas familias decidieron dormir en otras partes. Creen que eso puede resultar más seguro que estar por ahí, en el centro del pueblo o cerca a la estación de Policía.La mayoría teme que se vuelva a repetir un ataque, uno más grave que el del domingo, día en que las personas mercan, rumbean, comparten en familia. Hoy Suárez es un pueblo con miedo.Botellas rotas, corazones que latenUn cilindro es ahora, tal vez más que antes, símbolo de miedo. El martes, mientras pasaba un camión lleno de pipetas de gas por el mismo lugar donde el domingo fue estacionada la camioneta con los explosivos camuflados en plátanos, la gente guardó silencio, observó, se retiró cuidadosamente. Allí donde los guerrilleros estacionaron el carro con explosivos ahora se ve la destrucción en medio del pueblo: techos destruidos, huecos de esquirlas en locales, vidrios en las calles, plátanos partidos, gente limpiando. También se ve el blanco fallido de los hombres de las Farc: la estación de Policía de Suárez.Los dos cilindros nunca cayeron allí sino que explotaron en casas cercanas. Las cargas afectaron también a la camioneta desde donde fueron lanzados. Esa, lanzar las pipetas a distancia, afirman las autoridades, es una nueva modalidad de los subversivos para perpetrar sus ataques: ya pasó en Balboa y Argelia. Y en medio de la destrucción, el miedo; ahora en el pueblo casi cualquier cosa que suene más fuerte que la caída de un pañuelo asusta. Pasó el martes: la caída de una canasta con 30 envases de gaseosa alarmó a tres mujeres que, precisamente, en ese momento hablaban del atentado. El temor es tal, que los caminos que conducen a la estación de Policía ahora procuran ser evitados por la mayoría. La gente prefiere tomar rutas alternas, dar la vuelta o simplemente no pasar por ahí, quedarse en la casa si es posible.Los policías, mientras, siguen vigilando su estación. Y aunque ellos también deben tener miedo, dicen lo contrario: “Seguimos firmes en esta estación. El ataque del domingo nos cogió por sorpresa, pero alcanzamos a responder cuando pudimos porque aparte de que lanzaron cilindros, los milicianos nos dispararon, fue ahí cuando respondimos. Iban a ser las 10:00 p.m., fue una noche muy pesada”, dice uno de los oficiales, desde una trinchera afuera de la estación.Vidrios en la suela de los zapatosEl almacén El Garabato, donde unas chanclas, una camiseta, un reloj, cuestan $5.000, fue el local más afectado. Uno de los cilindros cayó en su interior.El martes ya se empezaban a calcular las pérdidas. No solo en El Garabato, también en el negocio de Gustavo, de doña Blanca, en la joyería, en la Miscelánea, en el granero de Dipimo, en Ferre Agro Ramírez, en la Notaría, en el restaurante El Buen Sabor Caqueteño. Los locales tenían las puertas abiertas, pero no había nadie adentro. Nadie más que sus dueños limpiando, barriendo, haciendo cuentas. El martes, Suárez era un pueblo con miedo, con vidrios en las calles, con restos de guerra. De una guerra ajena, pero que hacen suya cada que rezan en las noches.

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