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¿Puede la poesía cambiar la mirada de una ciudad sobre un barrio?

Estudiantes del colegio Potrero Grande escribieron un libro para intentarlo.

8 de noviembre de 2014 Por: Santiago Cruz Hoyos | El País.

Estudiantes del colegio Potrero Grande escribieron un libro para intentarlo.

Una noche que andaba con mi parche, se metieron los de otro bando. Andaban buscando a alguien. Lanzaron disparos e hirieron a mi socio, ‘el flaco’. A mí me apuntaron en la cabeza. Cuando sentí el arma, pensé en tener una pistola para descargársela todita a ese man. Al otro día, un socio me entregó una pistola y me dijo que fuéramos a buscarlos. Yo estaba decidido a matar o morir, pero ocurrió algo que cambió mis pensamientos. Me acordé del disco ‘48 horas’ que nos puso a leer María. Y empecé a pensar en mi familia y en todas las personas que me quieren. Me fui para la casa. Llegué a la conclusión que es mejor pensar antes de actuar. Mientras David* habla, María escucha. Recorre la mesa con una cámara fotográfica. Graba los testimonios de los muchachos. De vez en cuando, María se quiebra. Aunque no es un llanto de tristeza. En realidad es el llanto de quien, después de mucho trabajo, intentos, días en que le dieron ganas de tirar la toalla, por fin cumple un sueño. María – María Inés Martínez – es la bibliotecaria del colegio Potrero Grande de Comfandi. Los muchachos sentados en mesa redonda en la biblioteca son los estudiantes que conforman el grupo ‘Poetas de la calle’. Acaban de terminar un libro en el que cuentan su historia de vida. Ahora buscan apoyo – un patrocinador - para publicarlo. Si la poesía puede hacer cosas tan poderosas como evitar que un jovencito tome un arma para vengar el ataque a un amigo, sospechan, también podría generar cambios tan impensados como que la ciudad cambie su mirada hacia el que se dice, es uno de los barrios más peligrosos, Potrero. O por lo menos que la ciudad lo mire.También creen que si otros jóvenes en su misma situación leyeran el libro, sería como mirarse en un espejo en el que se comprueba que hay otras posibilidades distintas a la pandilla. El libro, escribe Juan*, está dedicado precisamente a las personas que creen que no tienen escapatoria. “La vida de un ser humano puede cambiar de un día pa' otro; solamente basta una noticia para tomar una decisión; Dime, ¿qué tu harías en esta situación?; si te tocan a uno de los tuyos, ¿tu mente trabajaría por ti?” (48 horas, del rapero Lito MC Cassidy). IIMaría se toma un café mientras cuenta su historia. Nació hace 31 años, en Cali. Sin embargo, tiene sangre indígena. Su familia es del Cauca. Tal vez eso ayudó para que los estudiantes del colegio Potrero Grande, la mayoría afrodescendientes, sintieran curiosidad por ella. Y su gusto por el Hip – Hop. Hace tres años, cuando llegó al colegio, María notó que los muchachos practican esa cultura con devoción. En los recreos organizaban ‘la tiradera’. Es algo así como una trova, pero rapeando. No se necesita una guitarra. Simplemente un puño cerrado que se lleva a la boca para producir la música. Desde que tenía 14, María comenzó a escuchar rap. Se identificó con los problemas sociales que narran esas letras. Fue una manera de encontrarle sentido a la rebeldía que sentía contra el Estado. Como los estudiantes de Potrero, María creció en zonas donde vio eso que los economistas llaman desigualdades sociales. Cuando escuchó por primera vez una ‘tiradera’, se erizó. El mundo de los estudiantes era, en parte, su propio mundo. Los muchachos, en cambio, no podían creer que a una mujer indígena le gustara el Hip –Hop. A María se le ocurrió que aquella afinidad podría servir para algo más. Potrero Grande fue creado en 2008 para reubicar a cinco mil familias que provenían de las invasiones del jarillón del río Cauca, las lagunas de Charco Azul, El Pondaje y la Colonia Nariñense. El barrio fue dividido en diez sectores y el gobierno les prometió a sus habitantes una mejor calidad de vida. Sin embargo, lo que se encontraron fueron casas diminutas – el hacinamiento es uno de los problemas, además del desempleo - y una guerra de ciertos grupos de cada invasión por el control del microtráfico de drogas. Esos grupos intentan reclutar a los jóvenes, que con la justificación de no tener con qué comer, acceden. Algunas jovencitas suponen que si se embarazan temprano, se van con un hombre, escapan de la violencia intrafamiliar. La guerra por las drogas también generó fronteras invisibles en las que muchos han caído. María, que estudió licenciatura en educación popular y se negaba a que su trabajo consistiera en simplemente suministrar libros, comenzó a hacer un diagnóstico de los muchachos que llegaban castigados a la biblioteca. Extrañamente, siempre ha sucedido en todo el mundo, a los estudiantes que no se comportan como se debe los mandan allí. Como si leer fuera algo tan atroz como para equipararse con un castigo. El diagnóstico indicó que todos compartían los mismos problemas: resentimiento, ganas de venganza. La rabia se debía no solo a la violencia sino también a la exclusión. La gente de Potrero que sale a buscar trabajo no debe decir el nombre del barrio. Si lo hacen, los descartan de tajo. Los muchachos no valoraban la importancia del estudio, mucho menos la importancia de leer. El que fuera a la biblioteca de cuando en vez lo llamaban bobo, nerdo. Mientras conocía todo ello, María recordó la película ‘Escritores de la libertad’, de Richard LaGravenese. Cuenta una historia que sucedió en una escuela de Long Beach, California, donde existía un salón, el 203, en el que solo iban estudiantes que se consideraban casos perdidos. Algunos tenían líos con las drogas, otros con la justicia, otros con su familia, algunos de todo un poco. La maestra Erin Gruwell estaba convencida que podía hacer algo por ellos y les compró unas libretas. Les propuso escribir un diario. Los muchachos decidieron llamarse ‘Escritores de la libertad’ y el salón de casos perdidos se convirtió en una gran familia de jovencitos que empezaron a pensar en cómo cambiar su realidad. Al principio, cuando llegaban castigados a la biblioteca, los muchachos no le hablaban a María. Para romper el muro, acudió al rap. Ponía una canción y después cada uno debía decir lo que pensaba. Llegaron tantos que María decidió crear un grupo, ‘Poetas de la calle’ – el rap es la poesía callejera - y, al principio, el objetivo era promover la lectura. Entonces leían las letras de las canciones. Como muchos componían, se dieron cuenta que para hacerlo bien debían leer poesía, cuentos, novelas. Leer los condujo a querer escribir un trozo de su propia historia: el día que debieron desplazarse de su tierra, la muerte del abuelo, el incendio que arrasó la invasión donde crecieron. Como en la película. Sin darse cuenta, después del proceso, se convirtieron en otras personas.En la mesa Yesenia* dice que escribiendo dejó de ser la muchacha agresiva que lo arreglaba todo a insultos; Jeisón* mejoró académicamente; David* encontró en la escritura una manera de desahogarse, espantar la soledad, contar como una manera de liberarse. En la escritura descubrieron en realidad una nueva manera de estar juntos y el resentimiento se esfumó. Se nota en la mirada. Los muchachos miran con alegría. Se nota en la risa. En la mesa no han dejado de carcajearse. María sigue grabando mientras, con una manga, se limpia lágrimas de felicidad. “Leer con ellos, en el fondo, es entregarles nuestra atención y afecto. En el medio en que se desenvuelven, la lectura puede ser uno de los caminos para transformar sus vidas, ya sean libros o canciones. La lectura es como un puñado de semillas: retoña en las mentes y cultiva el deseo de construir un mundo mejor”, escribió en el libro que los ‘Poetas de la calle’ acaban de terminar. IIIPublicar el libro, insiste Marcela* en la mesa, es una manera de que Cali cambie la mirada sobre Potrero Grande. En los periódicos solo salen los muertos. Algunos diarios llegan al barrio anunciándolos con megáfono, de hecho. Y en cambio no se cuenta que la cultura del Hip – Hop está pacificando la comuna. ‘Poetas de la calle’ es un ejemplo. Que otros muchachos lo lean también podría ser una manera de blindarlos.Con el libro se intenta también que Cali conozca quiénes son en realidad los jóvenes de Potrero, conozcan qué piensan. Los raperos que cantan en sitios públicos son artistas, no delincuentes como algunos imaginan, por cierto. “Somos de potrero, vamos pa’ delante, somos estudiantes que tenemos arte, no porque seamos de un estrato bajo, deben de tratarnos como a unos marranos.”, escribió, por ejemplo, Karen, de octavo grado. “Sueño que son buenas las noticias de los periódicos. Que los presidentes llevan la verdad en sus labios. Que no hay violencia en mi barrio”, escribió Agustín, de décimo. “En el norte o en el sur hay mansiones, casas con piscinas, calles sin huecos, mientras que aquí vivimos 8, 9, 10 en una casita de juguete”, reflexionó Pedro, de último grado. “El gobierno no le importó mezclar a todos, esto generó un problema de violencia hasta el punto de crear fronteras invisibles, por la ignorancia, la falta de estudio que es lo que conlleva a la violencia. El Estado nos puso a matarnos entre nosotros”, opinó Carlos.“Nuestra meta es alcanzar grandes sueños y tener otra oportunidad de vivir en un mundo mejor. Todos juntos en un mundo de libros, páginas divertidas, tatuadas de amor, magia, arte y poesía. Una aventura llena de oportunidades, donde la guerra es vencida con juegos y donde poetas callejeros cambian el sistema”, compusieron Juliana y Miguel. “Tuve caídas y amores escasos, mis familiares me trataron como un payaso. Tuve una madre que de niño no me dio abrazos, por eso salí a la calle a recibir balazos... Pero creo que de grande Dios escuchó mi petición, gracias por su bendición ya se fueron las cosas malas, ahora esta paloma vuelve a coger sus alas, ahora llegan oportunidades y se van las balas”, escribió Agustín.El libro que los ‘Poetas de la calle’ pretenden publicar con la ayuda de un patrocinador se llama ‘Mundo de pensamientos callejeros’. (*Nombres cambiados)

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