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Más de cinco años después, el Palacio de justicia de Cali despertó del coma

Tras el atentado guerrillero del 2008, el Palacio de Justicia volvió a operar el lunes. La crónica del primer día de funcionamiento tras cinco años.

11 de febrero de 2014 Por: Redacción de El País

Tras el atentado guerrillero del 2008, el Palacio de Justicia volvió a operar el lunes. La crónica del primer día de funcionamiento tras cinco años.

La justicia cojea pero la gente confía en que llegue el día en que mejore el paso. El lunes, cuando el Palacio de Justicia de Cali abrió al fin sus puertas tras más de cinco años de haber quedado reducido a un montón de hierro y losas astilladas, la frase aquella se repitió varias veces por ahí, entre la gente que hacía fila a un costado del edificio. Agobiados por el calor, por cola, por el tiempo que muchos llevan dando tumbos con sus procesos, la reapertura del Palacio resultó entonces alivio para tantos. Al pasar la puerta, recibidos por un chorro de aire acondicionado, en algunos casos alcanzó a escucharse ese suspiro de descanso con que los publicistas ofertan la cerveza fría: aaahhhhhhh... La justicia cojea pero llega.La fila, cuenta un policía que prestaba guardia en la Carrera 10 con 12, empezó temprano, antes de las siete. A las once la cola ya le daba la vuelta a la manzana y la gente trataba de resguardarse del sol como fuera: cubriéndose con las manos, metiéndose bajo la sombrilla del vecino, arañando la sombra flaca de un poste de luz, cubriéndose con la agenda, la cartera, un pañuelo, lo que fuera con tal de entrar y saber qué ha pasado con el caso de “mi hijo que está en la cárcel”, “la pensión, que la tengo embolatada”, “una amenaza que me hicieron hace años”. Durante cinco años, después de que las Farc dinamitaran el centro de administración de justicia de esta ciudad, miles de personas tuvieron que acostumbrarse a ir de un lado para otro preguntando dónde estaban sus dolencias. Durante todo ese tiempo, los procesos de miles de caleños estuvieron desperdigados por toda la ciudad en rincones, cocinas y baños de casi veinte edificios adecuados para atender la emergencia.A las once de la mañana, en su primer día de reinauguración, la fila de gente avanzaba lenta, renca, como un gusano al que faltaban patas; detrás, sobre uno de los muros limpios y recién refaccionados, el Palacio estrenaba su primer grafitti: ¡Camilo Vive! se leía ahí, en una caligrafía afanada, vomitada por un aerosol de tinta negra. ¿Quién habrá sido? La justicia, coja, a veces nunca llega.Adentro del edificio, la fila se extendía hasta la puerta de los ascensores. Un vigilante, radio en mano, detector de metales en el cinto, sudor en la frente, le repetía a un grupo de periodistas que no, que no podía responder eso: “Yo no sé nada de ascensores descolgados. Nosotros estamos encargados de la seguridad. Mejor hable con la doctora”. La doctora se llama Johanna Fúquene y el lunes llevaba tacones que le hacían juego con un vestido de hilo negro. Johanna, que es la coordinadora del área administrativa de la Dirección Ejecutiva Seccional de la Administración Judicial de Cali, dice que está cansada de explicar lo que pasó con el ascensor; entonces cita informes y notas de prensa donde ya se dio cuenta de lo sucedido. Lo que pasó fue que hace dos semanas, cuando los funcionarios se estaban trasteando para el Palacio, hubo una descompensación de energía y uno de los elevadores se descolgó del primer piso al sótano. Viajando hacia arriba, un empleado de la rama judicial, se apuraba a desmentir el comentario que daba vueltas al interior del aparato: “Los ascensores tienen un freno automático. Es imposible que se hubiera descolgado”. A un reportero de este diario, sin embargo, le aseguraron que eso sí había pasado. Incluso llegaron a decirle que adentro iban diez personas, entre ellas una mujer en embarazo que luego tuvo que ser incapacitada. Después de eso, los trabajadores de Asonal (jueces, fiscales, secretarios de despacho) empezaron una huelga rechazando que los trabajos del Palacio aún no estuvieran finalizados.Al mediodía, en el piso diez, un hombre se quejaba por la falta de baños. Se llama José María Muñoz y a esa hora tenía una carpeta de papeles bajo el brazo. Viste de corbata, el pelo de medio lado. Dice que es veedor de salud municipal, señor, mucho gusto. Con una voz carrasposa hablaba de lo que él calificaba como engaño: “Decían que no abrían porque no había baños y mire: abrieron y ahora tampoco hay”.Johanna, bajando las gradas, le dice que los baños públicos están en el sexto piso. Esos a los que hace referencia el hombre, explica ella, se mantienen con llave por solicitud de los mismos funcionarios, que no pueden estar bajando todo el día. En el Palacio no quieren que les pase lo que antes, cuando los dejaban abiertos y eran usados sin ninguna conciencia. “había días en que a la gente no le importaba que no hubiera papel y así los utilizaban”, cuenta ella mientras sigue avanzando hacia abajo. La urgencia, como la justicia, a veces corre pero no llega. En el piso sexto, un juez que prefiere hablar sin dar el nombre, se recuesta contra la pared con la lengua afuera y el pecho agitado. Es alto y debe pesar unos ochenta kilos. Transpira. Viste de guayabera y lleva un portafolio de cuero. Dice que si eso va a ser cosa de siempre, será muy duro. “No hay ascensor para nosotros”. El juez sigue su ascenso con voluntad jadeante.Johanna, pelo recogido, dice que es el primer día y que el primer día todo es complicado: “Entre el 14 y el 24 de enero se hizo el traslado de lo que estaba en los despachos que se habían adecuado en la ciudad. Lo de los ascensores para los jueces ya se está solucionando. Son seis elevadores y solo falta que entreguen uno. Los que están funcionando no tienen ningún problema. Es el primer día, falta que la gente se acostumbre, le coja el tiro al edificio”.La abogada Astrid Molina, en un escalón, espera que aquello suceda pronto: “Como no se han terminado de acomodar, no hay programación de audiencias. Hay mucha desorganización. Y por eso, por vencimiento de términos, están saliendo libres personas que habían sido investigadas por un año. Algunos de ellos, por haber cometido delitos sexuales”.Más abajo, Humberto Hernández, abogado litigante, decía en cambio que los trabajos del Palacio estaban bastante bien. Ponderaba lo hecho. La única falla que encontró es el acceso, complicado porque hasta el momento hay una sola entrada. Antes de la bomba del 2008, los funcionarios entraban por una puerta, los jueces por otra, el público por otra. Ahora, en cambio, todos van por la misma y esa es la razón de las filas. En el Palacio de Justicia, se prevé, trabajarán 935 funcionarios. $71.000 millones fueron invertidos para que más de mil personas puedan llegar todos los días hasta ahí. Muchas cosas, en todo caso, han cambiado. Adentro, el calor es asunto de celulares y termómetros ambulantes. En las oficinas, cerca a las salas de audiencias, hay gente trabajando con suéteres, sacos, bufandas, chalinas. Hay sillas para que los usuarios esperen, pantallitas que anuncian los turnos de despacho en las salas de servicios. Ayer, pasadas las dos de la tarde, Dargelina Córdoba, de 51 años, respiraba aliviada junto a su sobrina. Estaba a punto de entregar toda la documentación sobre su pensión, para que ya no se le embolate más. Decía que fue cosa de un par de horas, la demora a la entrada y luego esperar sentadas. Afuera, sobre la calle 12, Mónica Ventura, dueña de un restaurante en la esquina del Palacio, también descansaba. Empezaron a llegar más clientes a la hora del almuerzo y la fotocopiadora no para de trabajar. El sol baja, llega viento de alguna parte. Al otro lado de la calle, el Palacio se ve limpio, blanco, nuevo. Desde afuera solo se advierte el grafitti en la pared. Como un lunar. O la cicatriz de una vieja herida. Un recuerdo del coma.

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