Cuando sea grande me voy a casar, voy a tener dos hijos, pero me voy a separar para que no me vayan a matar como mi papá mató a mi mamá.
La expresión refleja el impacto de una pequeña, que tenía solo 5 años de edad, cuando presenció cómo su padre, Miguel Ángel Pérez Arteaga, asesinaba a su madre, Paula Andrea Vera Arce, a cuchillo.
Su vida gira ahora sobre la muerte de su madre: reúne a sus compañeritos de colegio y les cuenta cómo esa noche del 23 de octubre de 2017, cuando su abuelita le hacía el disfraz para el Halloween que se avecinaba, su padre llegó borracho y apuñaló a su mamita. Una joven que “apenas tenía 24 añitos”, recuerda la hermana de la víctima y tía de la niña, Luz Helena Ramírez Arce.
La niña no solo lo cuenta, también lo dibuja: garabatea una figura femenina en posición acostada, con un enorme manchón rojo a la altura del corazón. En su testimonio a la Fiscal del caso, relató que su papá, un supuesto prestamista que siempre estaba armado, asesinó a su mamá y de paso, su inocencia.
“Mi mamá subió al tercer piso, donde vivía la pareja –relató a El País Luz Helena– y vio por la ventana a la niña toda llena de sangre, entonces le dijo: ‘mamita, páseme las llaves’; porque Pérez Arteaga las dejó encerradas y escapó. Abrió y encontró a mi hermana muerta”.
Con la mirada de quien apenas está abriendo sus ojos al mundo, la niña trataba de explicarle a su abuela el dantesco cuadro: “Mi papá mató a mi mamacita con un cuchillo”, dijo, y hacía el movimiento de apuñalar, recuerda la abuela. El cuchillo de la cocina no aparecía y la niña reveló que sí, que con ése era que le había quitado la vida a quien le había dado la vida a ella.
También recordó que como ellas ya estaban durmiendo cuando Pérez Arteaga llegó, éste primero le aplicó una inyección a su mamá. Por eso, la familia materna de Paula Andrea, que vivía en el primer piso de la vivienda, en el barrio República de Israel, no escuchó nada: ni una discusión ni un golpe, ni un grito de resistencia que las alertara.
En su testimonio a la Fiscal, relató que en ese instante, ella apretó bien sus pies, en los tobillos y se quedó quietica, calladita. Hoy, –ya cumplió 6– habla como una adulta: “Ay, la vida que me tocó, sin mamá”, cuenta Luz Helena. A su abuela le dijo que iba a estudiar para Policía para hacer justicia “con ese señor”.
Al principio, la niña no dormía bien, trasnochaba a la abuelita, daban las 2 y 3 de la madrugada y no podía conciliar el sueño. “Tuvimos que andarle rápido y buscar ayuda psicológica”, dice Luz Helena. Desde que va al psicólogo, ha vuelto a dormir mejor, anota la abuela, quien obtuvo la custodia de la niña, y si le pasa algo, quedaría con su tía Luz Helena.
Jairo Ramírez Benjumea, psicólogo social y asesor de la Fundación Carvajal, dice que el impacto emocional en un niño de presenciar o saber que su propio padre asesinó a su madre y lo dejó huérfano, es tan hondo, que no es un recuerdo doloroso, sino un trauma.
El impacto es traumático porque rompe toda la normalidad del desarrollo, advierte Ramírez Benjumea, ya que la calidad de las relaciones parentales son las que ayudan a formar la estructura psicológica del niño.
En los huérfanos de los feminicidios, esas relaciones parentales “se rompen y de qué manera; hay una destrucción del Yo que hace que el niño pierda toda la confianza en la humanidad, porque se va lo que más quiere, que es su mamá, y lo otro que más quería, su papá, queda como el verdugo”, explica Ramírez Bejumea. Sus relaciones afectivas quedan desestructuradas y pueden causar patologías de orden mental, tipo trastornos de ansiedad, psicosis, psicopatías.
Erika, la hija mayor de Rosileny Huertas Gómez, asesinada por Dioner Fabián Mosquera Sánchez el pasado 6 de marzo en Yumbo, respondió a El País desde un lugar lejano a donde ella y sus dos hermanos tuvieron que huir por las amenazas de la familia del asesino.
Erika, de solo 24 años, tuvo que asumir el cuidado de su hermana menor, de 15 años, mientras se resuelve el proceso legal de la restitución de derechos. Situación que ha dificultado que la niña reciba atención psicológica, porque en la Comisaría de Familia y en la Defensoría del Pueblo donde llevan su caso, no brindan ese servicio.
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Y aunque Erika dice que su hermana aparentemente está bien, ya reinició sus estudios secundarios y tiene el atenuante de que Mosquera Sánchez no es su padre, cuenta que permanece muy callada, muy introvertida, no dice nada, no expresa nada, ni siquiera llora.
El psicólogo social Jairo Ramírez Bejumea explica que el horror al que asiste un menor de edad en esta condición, solo puede dejar un aislamiento, una soledad y una tristeza, que lo hace un caso delicado.
Incluso, si hay redes familiares que pudieran reemplazar las figuras parentales y paliar el dolor y el trauma, podría minimizar sus efectos en el largo plazo, “pero el hecho ya está dado y es imposible borrar o eliminar el recuerdo de su mente, eso ya queda en el archivo de su inconsciente”, explica Ramírez Benjumea.
Por su parte, Óscar Díaz, médico psiquiatra forense, indica que la estadística dice que “los niños huérfanos de feminicidio son invisibles para la sociedad, nadie los identifica, nadie los detecta y un alto porcentaje de ellos no recibe ayuda psicológica o les dan dos o tres sesiones y no más”. Algo delicado ya que esa experiencia queda como huella indeleble en su memoria y tarde o temprano va a salir y pueden ser repetidores de esas conductas. Es por ello que las secuelas no se pueden cuantificar.
Natalie García Arias, la prima que es como una hermana de Jhor Jhany Esquivel Alvarán, asesinada el pasado 4 de abril en Cali por su expareja Kevin Anderson Rosero Alvarado, respondió a El País, que no puede pronunciarse sobre el impacto emocional de los dos hijos de la víctima.
Desde un lugar de los Estados Unidos, donde vive, Natalie dice que por salvaguardar a los pequeños de 7 años y 15 meses de edad, la familia no puede exponerlos públicamente, mientras se surte el proceso de restitución de derechos y asignación de la custodia.
“La Comisaría de Familia, el ICBF, la Policía de Infancia y Adolescencia, nos exigen no dar declaraciones para mantener la estabilidad emocional de los niños y garantizar su tranquilidad”, dijo Natalie, que no se repone de la trágica desaparición de su hermana del alma.
El País conoció extraoficialmente que la familia del agresor, Kevin Anderson Rosero, está disputando la custodia de los niños. Por ahora, ambos están bajo la custodia temporal de su familia materna y el mayor recibe atención psicosocial.
Como la bebé fue bautizada después del feminicidio, la familia del victimario se llevó los niños sin consentimiento de la familia materna y la Policía de Infancia y Adolescencia procedió a recuperarlos y retonarlos al hogar de Jhor Jhany.
El médico psiquiatra forense Óscar Díaz comenta que el daño es altamente significativo para la psiquis infantil el saber que ese hecho es fruto de esa relación inadecuada entre hombre y mujer. Y denuncia que la justicia y la sociedad se enfocan en esta díada, la pareja, pero olvida que se trata de una tríada, que involucra a madre-padre e hijos.
Además de que el niño siente el agravante de que queda sin mamá y sin papá (se suicida, va a la cárcel o huye), añade Óscar Díaz, esa vivencia le genera sentimientos inadecuados, va a vivir en total desarraigo, porque mientras se decide a quien se entrega la custodia, muchos quedan en hogares sustitutos del ICBF y se plantean, ¿quién me va a dar los elementos, los valores o las herramientas para poderle hacer frente a la vida?
La razón es que la red parental (papá y mamá) es la que le da al niño principios y valores para la vida.
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Para otorgar la custodia del menor, hay que mirar en contexto la calidad de los vínculos afectivos y el soporte emocional que va a tener a futuro, explica el psicólogo social Ramírez Benjumea.
“Lo importante es cómo el niño puede asumir y resignificar lo sucedido. No todos los seres humanos asumimos de igual manera lo que les ocurre, depende de los soportes emocionales que tenga y del acompañamiento profesional de psicólogos y de la red familiar, que podrían minimizar los efectos”, explica Ramírez.
El psicólogo enfatiza que el niño debe tener acompañamiento psicológico profesional prolongado, para hacer un seguimiento y ver cómo se va desarrollando, si está llevando una vida funcional, es decir, si es capaz de socializar, si tiene un desempeño académico normal, y si más tarde también es funcional en un ambiente laboral.
“Las familias a veces tienen mucha prevención con el psicólogo y olvidan que es un especialista que puede lograr que de un trauma de esa magnitud, aparezca una alternativa para darle nuevo sentido a su existencia, si abren su corazón y su mente, pues toda crisis es siempre una oportunidad”, recomienda.
El psicólogo de la niña de Paula Andrea les ha recomendado sacarla, distraerla y hablarle. “La llevé a Bogotá, por allá pasó bueno, pero llega acá y... no quiere saber nada de esos hermanos (paternos)”, dice la abuela. Ojalá no vaya a tener consecuencias cuando crezca y vaya a tener pareja, por todo lo que vivió con la mamá”, añade Luz Helena. “Solo ayer le decía a la abuelita: ‘extraño mucho a mi mamá’.