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Le mostramos la cruda realidad de los niños de El Palo, Cauca, a causa de la guerra

El conflicto le ha causado trastornos psicológicos a los menores de la zona rural de Caloto, Cauca. Los padres cuentan que sus hijos han adoptado actitudes agresivas debido a los combates.

12 de marzo de 2012 Por: Daniel Suárez Pérez Reportero de El País

El conflicto le ha causado trastornos psicológicos a los menores de la zona rural de Caloto, Cauca. Los padres cuentan que sus hijos han adoptado actitudes agresivas debido a los combates.

David* estaba de pie, en la mitad de la cocina de su casa y nadie podía consolarlo. Gritaba: “¡No más! ¡No más! ¡Por favor no más!”. Al frente suyo estaba su madre llorando y lamentándose de que su hermanita de 10 años había muerto.Hacía quince minutos la guerrilla había lanzado un ‘tatuco’ (explosivo artesanal) que cayó en el patio de la casa del niño ubicada en el corregimiento de El Palo, zona rural de Caloto, Cauca. David, de 3 años, jugaba en el piso de la cocina. Escuchó la explosión y vio cómo su hermana mayor voló como una muñeca hacia el sitio donde él estaba. Se quedó paralizado viendo a su madre y a otros vecinos tratando de revivirla.“Empecé a llorar pues creía que mi hija estaba muerta. El niño comenzó a gritar, a decirles a los que habían tirado eso que no más, que no quería escuchar esas cosas”, expresa Lucía, madre del menor.La mujer, de 35 años, relata que eso fue hace dos años. Su hija no murió. Alguien le puso alcohol y vio que tenía signos vitales. Advierte que se tranquilizó pero David no, él empezó a gritar. “Desde ese día, el niño es hiperactivo y agresivo, los psicólogos me dicen que tiene un trauma por las bombas”.La agenda de la guerraLos habitantes de El Palo relatan que este año ya saben cuál es “el horario de la guerra”. Los ataques se presentan tres veces por semana. Cuando el Ejército ingresa al caserío, desde las montañas los guerrilleros lanzan el primer ‘tatuco’ entre las 6:00 a.m. y 8:00 a.m. Cada quince minutos se escuchan las explosiones. Luego las detonaciones se detienen un par de horas, la tregua les permite a los pobladores huir al casco urbano de Caloto o al resguardo El Nilo.Lucía también sabe que desde hace dos años su hijo siempre reacciona de la misma forma con el primer explosivo que cae. David le pide a su madre que quiere huir rápido, llora, se esconde debajo de la cama, comienza a gritar. Su madre expresa que no sabe cómo calmarlo, sólo tiene claro que debe escapar al pueblo, donde no se escuchan las bombas. Clara*, otra habitante del corregimiento, comenta que Pablo*, su hijo menor, “siempre está preparado”. Desde finales del año pasado el niño de 5 años empaca una sudadera y una camisa en su maletín antes de ir al colegio del pueblo. “Yo un día le vi la maleta llena, cuando le pregunté qué llevaba me dijo: mami, es que si suenan las bombas nos vamos para El Nilo. Es para no ensuciar el uniforme y como nos quedamos hasta el otro día no quiero oler feo”, cuenta Clara.Clases interrumpidasLos hechos justifican el susto de Pablo. Cifras de la Policía y el hospital local indican que de las ocho personas asesinadas en el 2011 en Caloto, una era una menor de edad. Este año van cuatro homicidios: los tres militares que fallecieron en los hostigamientos del mes pasado y un niño que cayó en una mina antipersona. Los dos pequeños perecieron en El Palo. El pasado 24 de enero el menor de 8 años pisó un explosivo en la vereda Venadilllo cuando llegaba a la finca donde residía.La muerte de la niña de 11 años se presentó en la escuela de la vereda El Pajarito el 16 de septiembre pasado. En un enfrentamiento con el Ejército las Farc lanzaron un ‘tatuco’ contra el plantel. A esa hora no había clases por lo que los pobladores la usaron como refugio. Otros tres menores quedaron heridos por las esquirlas.Aunque la Institución Educativa de El Palo, a la que asiste Pablo, está en la salida del casco urbano del corregimiento y en la parte más alejada de la montaña de donde provienen los ‘tatucos’, varios ya han estallado en las instalaciones. El pasado 20 de febrero se registró el último hostigamiento contra la población. El primer explosivo impactó en el kiosco de comida del colegio. Los 680 estudiantes salieron a tiempo. Ningún civil quedó herido, ese día a las 4:40 p.m. fallecieron los tres militares, a dos cuadras de la institución.La dueña de la tienda escolar indicó que esa mañana sólo vendió una golosina de $400 y por los continuos ataques el promedio de ventas semanales pasó de unos $400.000 a $100.000. Las pérdidas también se cuentan en horas escolares. Lida Mina, rectora del colegio, informó que hasta ese día habían transcurrido tres semanas de año escolar y sólo se habían dado seis jornadas de clase.La directora explica que sus estudiantes “no rinden como antes”, el nivel académico ha disminuido, faltan a clases y cada vez más los padres de familia le informan que sus hijos sufren de problemas psicológicos.Las pesadillas“Pinten lo que vieron hoy”, les dijeron a los menores los recreacionistas que los recibieron el día de los hostigamientos en el resguardo El Nilo.En los pliegos de papel bond los niños no ahorraban ningún detalle. Los carrotanques del Ejército tenían seis ruedas, un soldado en la parte de arriba sostenía una metralleta, los guerrilleros disparaban desde las montañas y a todos los muñecos los unían líneas punteadas que ellos describían como balas. Las crayolas que más usaban eran las de color negro, rojo y verde. La psicóloga María del Pilar Catocolí, que los entretenía con rondas, explica que “la mezcla” de esos colores expresa agresividad.Lucía señala que el sonido de los ‘tatucos’ y los disparos han vuelto a su hijo violento. Cuando no quiere obedecer y pelea con sus hermanos los amenaza con un cuchillo. En las noches se despierta sudando y diciendo que se quiere ir. “Él me cuenta que ve a los guerrilleros y los soldados disparándose. Y que todavía ve a mi hija muerta, volando”.

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