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El drama de los padres que prefieren ver a sus hijos presos

¿Por qué papás o mamás prefieren ver a sus hijos en un centro juvenil? Historias de menores acusados por sus mayores.

18 de mayo de 2015 Por: Alda Mera | Reportera de El País

¿Por qué papás o mamás prefieren ver a sus hijos en un centro juvenil? Historias de menores acusados por sus mayores.

El Viernes Santo pasado doña Maura cambió de vía crucis. En vez de acompañar a Jesús en su camino del calvario en la parroquia del barrio Marroquín, ella madrugó para  la Estación de Policía Los Mangos.

 –Vengo para que vayan a capturar a mi hijo Frank, dijo.

 El joven, de 17 años, pagaba  una pena en el centro transitorio para menores de edad del barrio  El Trébol. Pero 15 días antes hubo una fuga y Frank  se escapó.

De contextura delgada, el muchacho está sentado en el pasillo del   centro de atención de menores infractores,  ubicado en la zona céntrica de Cali. Es difícil distinguirlo entre  muchos adolescentes que como él, siguen detenidos por estar implicados en  algún delito.

 Los encargados del centro dicen que  él ya está condenado   por homicidio. Pero el joven dice que fue  por un intento de robo con arma blanca a un carro de Postobón. “Ya me iban a entregar la plata, cuando llegó la Policía y me capturó”, declara. 

El Sábado Santo su mamá llegó de la calle y lo despertó:

– Alístese que nos vamos–.

Frank no alcanzó a despertarse bien ni a preguntar para dónde iban, pero se encontró con  la respuesta en sus narices.

“Me asomé por la ventana y allí estaba la ‘parca’”, dice, como los menores infractores llaman la patrulla de la Policía. “Los agentes entraron, me  esposaron y me llevaron a la Estación  Los Mangos”.

En el nuevo proceso de judicialización, su mamá declaró: “Lo entrego porque no quiero que siga haciendo daño a la sociedad”. Pero Frank le reclamó   por qué lo delataba. Ahora,  él mismo se contesta: “Ella  me dijo que quería que saliera legal, que salga de libertad, no volado”, explica el  joven que también desertó del colegio en primero de bachillerato.

Baja la cabeza y añade con acento lento: “A la vez es bien, ella me quiere hacer el bien, que salga libre sin deberle nada a nadie... quien sabe de qué me está librando mi mamá y mi Dios”.

Mauricio Burbano,  segundo al mando de la Unidad de Responsabilidad Penal para Adolescentes de la Policía del centro de Cali, lleva 20 años trabajando en procesos de menores infractores y  su experiencia es que los padres de familia tienden a ser alcahuetas. Y los pocos que  entregan sus hijos, dice él, no los motiva resocializarlos sino  librarlos de un atentado contra ellos y  sus familias.

“No hay otra forma, aquí los traen es porque se dan cuenta que les  van a matar al hijo”, enfatiza. “Y cuando ya lo ven encerrado, los padres  exclaman: ‘Así descanso yo’,” revela.

Otro analista de procesos  de la Policía de Infancia y Adolescencia, sostiene que de cada diez casos diarios de menores infractores, tres son denunciados por los padres de familia, en su mayoría por violencia intrafamiliar, dice el funcionario. “Es la mamá que llama y  dice: ‘Mi hijo tiene 14 años y me pegó’. Casi todos son consumidores de sustancias psicoactivas que son denunciados por la mamá, en su mayoría, porque la golpean a  ella, o a la abuela o algún miembro de la familia”, relata. 

“Andaba mucho en la calle, estaba jodiendo mucho la calle...”

Es la razón por la cual Edelmira decidió  denunciar a su propio hijo, Stiven,  ante las autoridades. Ya estaba cansada,  hastiada de verlo vaguear siempre. Ella  se iba todo el día a cuidar una pareja de ancianos. Y al regresar al anochecer, su hijo de  16 años entraba también, pero de la calle. Algo le decía que  él no andaba en muy buenas compañías.

Hasta hace menos de un año, Stiven iba al colegio, estaba en séptimo grado y estaba ilusionado jugando  fútbol. Pero de un momento a otro, le cogió pereza al estudio y hasta al balón. Le comenzó a ir mal, mal, mal en el colegio. Entonces optó por retirarse.

Cambió las aulas de clase por las esquinas  y los parques y los compañeros de clase por los parceros del barrio. “La calle no es buena, andar día y noche afuera no trae sino problemas”, dice Elvira.

Ella supo que “como que se robaron un celular. Se lo robó en realidad el otro, pero  como Stiven andaba con él, pues...”, justifica ella. Lugar común  de los padres de menores infractores: otro hizo el daño, otro  portaba el arma, otro  vendía estupefacientes y “ahí cayó él”.

 “Eso me tenía estresada, aburrida”, continúa esta mujer que aceptó dar su testimonio a El País, para  ver si otros progenitores  se preocupan por sus hijos “y se ponen las pilas”.  “Yo ya lo iba a matricular, estaba en el proceso de sacar los papeles para que entrara al colegio, pero...”, dice dejando en suspenso la frase. Luego  admite que sí, que su hijo estaba consumiendo vicio con ese grupo de jóvenes que viven en  y de la calle.

Entonces ella  mandó a su hija mayor a instaurar la denuncia a la Estación de Policía Los Mangos. La remitieron a  la de El Vallado, luego al Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, ICBF, y después  al Juzgado de Menores, en el centro de Cali.

Después de toda esa tramitología, en menos de 24 horas, el joven fue detenido en su propia casa. “Él puede no ser malo, pero en la calle hay muy malas influencias”, dice la atribulada madre que vive en el barrio Andrés Sanín, entrada al Distrito de Aguablanca.

“Es que hay tanto muchacho en las calles haciendo nada, metiendo vicio,  que a  mí me da pesar y a las madres de familia no les importa. No hacen nada”, comenta la mujer que decidió hacer algo por su hijo y la única opción que encontró fue entregarlo a las autoridades.

“Toda madre  quiere salvar a sus hijos, uno no los puede dejar a la deriva”, opina y admite que  está desesperada porque tuvo que abandonar su trabajo para estar llevándole las tres comidas, mientras le sale cupo en un centro de menores.

“Él está aburrido y estresado, pero qué va a hacer, quién lo mandó, yo soy la mamá, yo soy la que lo mando. Ahí está sufriendo y me duele en el alma verlo así, pero los muchachos en la calle se dañan”, comenta.

Solo entonces dice la verdadera razón por la que decidió entregar a Stiven. No quiere que le pase lo que le pasó con su hijo mayor: “A los 18 años me lo mataron, también cogió la calle con malas amistades y...”. No puede hablar; su voz se apaga.

El agente Solís hace  turno en la Línea 123 de la Policía. Suena el teléfono:

–Mi hijo llegó con dos armas de fuego y está durmiendo con ellas.

 De inmediato  se acuerdan las condiciones de la entrega y se monta un operativo  para poder capturarlo durmiendo, sin que él se entere y  escape.

La patrulla de la Policía sube a la madrugada al sector de El Caguán. Sí, Cali también tiene su Caguán:  en  lo alto de Siloé, más allá de La Estrella.

La madre  acordó dejar la puerta entreabierta para que los uniformados pudieran entrar. El menor, de solo 14 años, despierta sobresaltado, pero los agentes ya lo han  esposado y ya tienen en su poder un revólver 38 y una ‘pacha’ (arma artesanal), calibre 38 también.

En el proceso de judicialización, la madre refirió que su marido también está en la cárcel de Jamundí por homicidio. Y ella quedó a cargo de los tres hijos, “pero el menor se me  descarriló y  no quiero que le pase nada”. Eso significa que  puede llegar el dueño de esas armas a recuperarlas o a cobrar por ellas, y pagar con su vida o las de la familia.

“Es increíble, pero  el mismo papá llamó desde la cárcel de Jamundí a pedirle a la Policía que por favor le colaboráramos capturándolo porque no quería que le pasara nada a su hijo”, dice uno de los investigadores.

Ese es el verdadero motivo por el cual muchos prefieren ver a sus hijos en uno de  los centros juveniles que  el ICBF dispone para ello. “En realidad, los denuncian  poco y si  lo hacen es porque ven que su hijo se ha metido con una banda más peligrosa o con más poder que la de su hijo y pone en riesgo a toda la   familia”,  dice el sargento Burbano.

En su opinión, es cierto que se juntan la pobreza y la falta de oportunidades, pero también la falta de compromiso de los padres que quieren que el colegio los acabe de criar.  “Son muchachos que no respetan ni a la mamá, nunca la han respetado, no cumplen  normas, son rebeldes, se salen de estudiar, ya se les ha salido de control  y cuando ya le quieren poner normas, reaccionan violentamente y los agreden”, dice el sargento.

Pero también hay  casos en los que llama la mamá y dice: “Acaba de llegar mi hijo con dos libras de marihuana”, “él vende y vende marihuana o cocaína” o “vino, se me robó la licuadora y ya la fue a vender”. Esas son las expresiones más recurrentes de los padres para reportar  a las faltas de sus hijos. Las autoridades abren la investigación y acaba hasta en desmantelamiento de bandas. Como la de los Santander, en la cual dos adultos utilizaban a dos menores de edad para el microtráfico de estupefacientes. 

Pero por homicidio, son  muy pocos los progenitores que aceptan esa dura realidad. Sin embargo, en 2014, los padres se dieron cuenta de que su hijo  “había participado” en un doble  asesinato y lo delataron.

“Son pocos, pero son los  que no toleran el delito en su casa y dicen: ‘yo no voy a ser alcahuete de nadie, así sea mi hijo’ y ayudan al esclarecimiento de los hechos”, dice el investigador que prefiere reservar su nombre.

Pero son la excepción. “La mayoría los dejan hacer lo que les da la gana y son padres alhacuetas”, se queja. Como el que llamó desde la cárcel para que le “protejan a su hijo en un reformatorio” o la mamá que intentó entrarle diez cigarrillos de marihuana a su hijito detenido. “La señora fue  capturada y está en la cárcel de Jamundí por intentar entrar estupefacientes a una entidad del Estado”, remata el sargento Burbano.

Causas de entrega

El caso más común es el de los evadidos del Centro de Formación Juvenil Valle del Lili o de otro hogar de paso o transitorio y los padres deciden que es mejor que estén en el reformatorio y los entregan de nuevo, llamando a las autoridades para que vayan a la casa por él.

La violencia intrafamiliar es la causa por la que más los padres de familia denuncian a sus hijos, porque la gente la sabe que este delito tiene agravantes si es contra otro menor de edad, persona de sexo femenino o de la tercera edad y por ello, da privación de la libertad.

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