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Así fue el retorno de los más de 200 indígenas Wounaan a sus territorios

Los indígenas que vivieron un año en el coliseo de Buenaventura volvieron a Agua Clara con la ilusión de reconstruir sus vidas. El País los acompañó en su travesía por aguas del río San Juan, entre el Valle y Chocó.

10 de diciembre de 2015 Por: Camilo Montaño Duque | Reportero de El País

Los indígenas que vivieron un año en el coliseo de Buenaventura volvieron a Agua Clara con la ilusión de reconstruir sus vidas. El País los acompañó en su travesía por aguas del río San Juan, entre el Valle y Chocó.

[[nid:489577;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/563x/2015/12/jmm_4599.jpg;full;{Los indígenas que vivieron un año en el coliseo de Buenaventura volvieron a Agua Clara con la ilusión de reconstruir sus vidas.Johan Morales | El País.}]]

Cuando el barco atracó en Agua Clara, el caserío que hasta hace un año solía ser el hogar de los indígenas Wounaan que venían viajando en el carguero, la tripulación fue testigo de los estragos que había causado el abandono. Flotando aún sobre el  San Juan, el río que recorre las orillas de la densa selva chocoana y del Valle del Cauca a lo largo de sus 15.000 kilómetros de extensión, los 323 indígenas, que hasta ese momento permanecieron desplazados por la guerra y el hambre  en Buenaventura, observaban el desolador panorama que tenía ahora  su caserío. Durante su ausencia, la selva avanzó hacia las casas de madera que se levantaban en hilera persiguiendo la ribera del río; las chalupas, amarradas con cabuya a unos árboles de troncos torcidos y delgados, flotaban sin propósito sobre el agua; las redes de pesca estaban echadas, pero los peces ya no estaban. Ahora, de las redes solo se desprendía una delgada estela de fango. No había electricidad, ni cultivos, ni senderos. Su destierro había generado estragos en el lugar. Hace un año, la comunidad tuvo que huir de su territorio debido al confinamiento en el que se había sumido por temor a los distintos actores armados que rondan la zona (Bacrim, Farc, ELN). Los episodios de hostigamiento llegaron a su punto máximo cuando un grupo de hombres armados llegó hasta Agua Clara pidiendo posada. Los Wounaan se negaron y los hombres se marcharon dejando una sensación de terror entre los habitantes del caserío, quienes abandonaron su tierra  la mañana siguiente. Un año después, José fue uno de los primeros en desembarcar en ese pueblito fantasma. Él y su familia durmieron durante todo el viaje acomodados en los estrechos pasillos del barco que los llevó de Buenaventura hasta Agua Clara.  Al igual que las otras familias Wounaan, hicieron sitio para descansar donde pudieron; unos durmieron sobre costales repletos de ropa, otros sobre algunos tubos de PVC, unos cuantos cayeron dormidos sobre el piso desnudo del barco, mientras que otros pasaron la noche en vela. José saltó del barco y echó a correr hacia su casa; cuando por fin llegó hasta ella, la encontró saqueada.  No encontró rastro alguno de sus modestos muebles; tampoco estaba el pequeño televisor que solía encender en las noches para espantar la oscuridad de la selva; los bombillos no estaban, y muchos de sus plafones desaparecieron.  La situación se repitió en todos los hogares de los Wounaan que volvieron del destierro. Las edificaciones permanecían de pie, con el techo de lámina oxidada y las paredes de madera blanqueadas por el sol. Los indígenas recorrieron el interior desolado de sus casas, pero parecía no importarles que sus pertenencias se hubieran esfumado. “Estamos felices de volver a nuestro territorio. Después de un año de vivir en un coliseo ya quería volver a mi casa, aquí junto al río”, dijo José, mientras se dirigía a ayudar a su comunidad con el desembarco. Mesas, máquinas de coser, equipos de sonido, estufas y muchas pipetas de gas empezaron a descender apresuradamente del carguero. Organizados en fila india, los Wounaan fueron desocupando el barco. De pie, frente a los bultos acumulados en el suelo, Mayolo pensaba en lo que su comunidad tendría que enfrentar una vez la embarcación hubiera zarpado. La remesa que la Unidad de Víctimas repartió entre las 64  familias de Agua Clara, antes de salir de Buenaventura, solo alcanzaría para dos días. Aunque la Unidad se comprometió en entregar la remesa faltante  finalizando diciembre, su preocupación se centraba en los días inmediatamente siguientes a su regreso.  “¿Qué vamos a hacer cuando se nos acabe? Cuando nos tuvimos que ir se marchitaron los cultivos, se dañaron las redes, se cuartearon las chalupas. No tenemos cómo conseguir comida, ni herramientas para la cacería”, dijo Mayolo, mientras gritaba a un par de niños que nadaban en el río.  Edinson también estaba preocupado.  En Buenaventura, cuando aún adelantaba los trámites necesarios para regresar a su territorio, un Jaibaná (líder espiritual del resguardo) le había dicho que el territorio  de Agua Clara necesitaba de una ceremonia para limpiar todo lo malo que se alojó allí  durante su ausencia. Había visto cómo durante su forzada estadía en Buenaventura, los jóvenes de su comunidad se desprendían poco a poco de su identidad, perdiendo todas las costumbres ancestrales que les fueron inculcadas por sus mayores.  Su modo de vestir, de hablar, de interactuar con el otro fueron cambiando, cosa que preocupó a los líderes de Agua Clara. “Cómo estábamos viviendo en el coliseo, a cada rato llegaban muchachos viciosos a hablar con nuestros jóvenes. Esa fue una de las cosas que nos llevó a acelerar nuestro regreso. Eso, y que varios líderes de la comunidad empezamos a recibir amenazas  contra  nuestras vidas. Nos sentíamos mal, éramos un estorbo para Buenaventura”, contó Edinson, quién a pesar de todo, no  ocultó la emoción de tener el río San Juan de nuevo cerca a su hogar.  “Ya estamos aquí, de vuelta a nuestro territorio. Ahora debemos preparar los rituales para apaciguar a los espíritus. El Jaibaná me dijo antes de volver que cosas muy malas podrían suceder. Eso me tiene inquieto, una vez que ellos dicen algo, lo más seguro es que se cumpla”, agregó Edinson. El destierro de Agua Clara El 27 de noviembre de 2014, Hernando, el segundo gobernador de Agua Clara, vio a cinco extraños sentados en el salón de reuniones de la comunidad. Al reconocerlo, los invasores se acercaron a él para pedirle posada -podemos acampar en la cancha para no incomodarlos- le dijo uno de los hombres tratando de disimular el arma. Hernando le insistió en que debían marcharse porque su presencia allí podría traerle problemas a la comunidad.  Los hombres, que insistieron en que solo se quedarían por una noche, se marcharon  ante las contundentes negativas de Hernando. Los Wounaan estaban asustados. Pensaban que por negarse a darles posada a los extraños iban a sufrir las represalias del grupo que controlaba esa parte del río.  Esa  noche la comunidad decidió abandonar el caserío, sin saber con certeza cuándo volverían a pisar suelo Wounaan. Ahora de vuelta en su territorio, solo esperan que se les brinden  garantías para poder permanecer en el. “Pedimos la presencia de las autoridades civiles. Necesitamos de su acompañamiento para que esos episodios no vuelvan a suceder”, sentenció Edinson. De regreso a la ribera del San Juan En total, tres comunidades Wounaan fueron acompañadas por la Unidad de Víctimas para que retornaran a sus tierras la semana pasada.La comunidad Unión Agua Clara,  de 323 integrantes.Chachajo donde fueron desplazadas alrededor de 196 personas.Y Chamapuro comunidad a donde retornaron 31 familias Wounaan. 

Una vez más en el destierro

El pasado 7 de diciembre, una semana después de su regreso a Agua Clara, 15 familias de las 63 que retornaron al resguardo decidieron regresar a Buenaventura por falta de garantías de seguridad y de dignidad.

"Nos dejaron allá (en Agua Clara) en las mismas condiciones en las que estábamos en el coliseo (de Buenaventura), sin transporte, sin canoas para movilizarnos y ya se agotó la alimentación", manifestó Edinson Málaga, líder Wounaan.

Están prácticamente hacinados en la pequeña vivienda a la que retornaron, por lo que piden que la administración distrital les responda con todos los compromisos que según ellos se habían pactado.Las familias aseguran que les dieron la misma cantidad de alimentos, sin tener en cuenta que no todos tienen el mismo número de miembros, describen que la situación es precaria en la zona, debido a que 30 niños, menores de 7 años están enfermos de fiebre, diarrea y vómito por la falta de agua potable."No tenemos el agua y por eso los niños están enfermos, nos toca coger agua del río y está contaminado" manifestó el líder indígena, Mayolo Chamapuro.Además aseguran que la situación de seguridad no ha mejorado, pues cuatro días después de llegar a los resguardos, fueron objeto de amenaza por parte de hombres armados."Cinco personas de la comunidad están amenazados, por eso también retornamos, también por las noches andan por el río unas lanchas que no sabemos quienes son" dijo Edinson Málaga, integrante de la comunidad.Representantes de la comunidad advirtieron que si no llegan a un acuerdo con el Comité de Justicia Transicional, las familias que están en los resguardos también regresarían al casco urbano de Buenaventura.La Defensoría del Pueblo local, confirmó que en las próximas horas se coordinará una reunión con el Comité con representantes de la comunidad indígena, la alcaldía y el Ministerio Público, con el fin de tomar las acciones que permitan realizar el retorno de la comunidad. Redacción - El País Buenaventura
 

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