Tras el hecho se instaló el Batallón de Alta Montaña Rodrigo Lloreda, en el corazón de los dominios del Frente 30 de las Farc.
El turista vestido de tenis y bermudas llegó temprano al restaurante La Cabaña y estuvo afuera haciendo algunas imágenes en video mientras muchos caleños ingresaban para almorzar ese 17 de septiembre del 2000, que tenía un ingrediente adicional: corría Juan Pablo Montoya en Illinois.
Para entonces la delincuencia común y organizada era parte del paisaje. El Kilómetro 18 era un corredor donde el bosque de niebla fue obligado a ser cómplice del tráfico de drogas, del tránsito de insumos químicos, armas, secuestrados y ruta del narcotráfico hacia el Pacífico.
Muchos de los caleños que salían por ese sector de la vía al Mar para hacer deporte, pasar los fines de semana en sus casas campestres o se movilizarse por razones de trabajo tuvieron encuentros con guerrilleros del Frente 30 de las Farc, del Frente José María Becerra del ELN o reductos de grupos paramilitares y de otras organizaciones criminales.
“La situación en esa zona de Cali era relativamente ‘normal’ porque, a pesar de que estábamos viviendo una época difícil de seguridad, la gente subía con tranquilidad a sus fincas. Yo mismo estuve el día anterior al secuestro del Kilómetro 18 en esa zona, celebrando mi cumpleaños más abajo de La Tigra, al lado izquierdo de La Cabaña, donde fue el plagio”, recuerda Ricardo Cobo, el entonces alcalde de Cali.
Aunque 16 meses atrás el ELN había realizado el secuestro de La María, una operación similar en el Kilómetro 18 no estaba en los cálculos de nadie y la vida transcurría con relativa normalidad.
José Knorpel llegó ese día junto a Carlos Alberto García, Tochi Bueno y Humberto Corzo para almorzar y ver la carrera en La Cabaña y parquearon sus motos Harley Davidson afuera del restaurante. El turista en bermudas continuaba haciendo imágenes.
Cuando decidieron regresar a Cali, Knorpel le ayudó a García, un hombre de estatura pequeña para el tamaño de su moto, a ubicarla frente al descenso, cuando fueron rodeados por hombres armados al mando de alias Caliche, quienes los obligaron a regresar al restaurante.
“En el grupo de nosotros, Tochi Bueno no andaba con la camiseta de Harley y cuando lo separaron se metió rápido con los niños. Luego, el señor vestido como falso turista entró con el video y empezaron a revisar en las imágenes qué persona era el conductor de qué vehículo, y de acuerdo a lo que veían en la cámara, decían ‘usted, dueño del Mercedes, venga para acá’ y empezaron a separar la gente”, recuerda Knorpel.
En total, el ELN se llevó 70 personas, la mitad fue liberada al día siguiente, 3 fallecieron en cautiverio y los demás lograron su liberación 45 días después de estar internados en los Farallones.
Los únicos victoriosos ese 17 de septiembre fueron Juan Pablo Montoya, en Illinois, y en La Cabaña, Tochi Bueno, quien se escondió bajo una mesa, y José Knorpel, que logró escapar del plagio gracias a que una de las empleadas de La Cabaña le señaló un baño que se encontraba en la planta baja.
“Eran unas gradas bien empinadas y yo me tiré. Había un muchacho con un rifle que era el que nos estaba sacando y alcanzó a ver cuando me tiré y no hizo nada; al resto de las personas se las llevaron y yo me encerré en el baño”, recuerda Knorpel.
Minutos después, la misma empleada le tocó la puerta del baño para anunciarle que ya los guerrilleros y los secuestrados se habían marchado. Con el teléfono fijo empezó a ubicar a las familias para notificarlas de lo sucedido.
La mayor tristeza de Knorpel, recuerda, fue la noticia de la muerte en cautiverio de García, el harlista al que le ayudó a parquear la moto, supuestamente en una caminata en la que un burro, en el que iba porque tenía lesionado un pie, se desbarrancó y le cayó encima.
Aunque secuestros como el de La María y el Kilómetro 18 fueron en apariencia dos golpes tácticos de gran importancia para la guerrilla del ELN, sobre ese falso triunfo se empezó a gestar lo que sería el fin de su accionar delictivo en este sector.
Tomando atenta nota de lo que venía ocurriendo en la zona rural de la capital del Valle, el Gobierno Nacional creó el 5 de mayo del 2003, tres años después del secuestro del Kilómetro 18, el Batallón de Alta Montaña No.3 Rodrigo Lloreda Caicedo, en predios de la vereda El Diamante, en el corregimiento de Felidia.
La instalación de esta unidad estratégica en el corazón de una zona controlada por el Frente 30 de las Farc tenía como objetivo la seguridad de la zona rural de Cali y de los Farallones desde Jamundí hasta Buenaventura, pasando por Dagua. A 2275 metros de altura se ejerce vigilancia sobre un total de 23 corregimientos.
“Con el Batallón de Alta Montaña se corrigieron muchísimos de los errores tácticos y de planeación en este sector rural de Cali, porque la realidad es que teníamos unas tropas con poca tecnología, sin los equipos para garantizar la seguridad en este sector de la vía al Mar y sin la capacidad de personal para copar todo este sector en el que los subversivos se movían con plena libertad”, señala un empresario caleño que tiene una finca en El Queremal.
Pero con el batallón llegaron los resultados y en los primeros años, pese a la resistencia de los grupos armados ilegales, se lograron importantes golpes representados en decomisos de explosivos, capturas de subversivos, incautación de insumos químicos para la producción de cocaína, el desmantelamiento de campamentos guerrilleros y la erradicación de enormes cultivos de hoja de coca.
La cifra de secuestros se redujo en un 99% y muchas de las personas que habían abandonados sus predios en esa zona rural entre Cali y Dagua, empezaron a llegar de nuevo a ella para pasar vacaciones y fines de semana.
“Hoy en día esa zona es muy controlada; realmente el batallón de alta montaña, con militares muy bien preparados y con un gran cubrimiento de esa zona, garantiza la seguridad del lugar. Anteriormente lo que tenía que hacer uno era echarse la bendición y mirar en qué momento le podían dar un apoyo, porque era insuficiente el personal de tropas e insuficiente la respuesta del Estado”, explica el exalcalde Ricardo Cobo.
Veinte años después de uno de los secuestros más grandes que recuerde el país, las amenazas a la seguridad del Kilómetro 18 son otras.
Uno de los principales problemas es la destrucción del parque natural Los Farallones por parte de la minería ilegal, un fenómeno que persiste pese a que se ha ordenado la instalación de una base militar en la zona alta de las Minas del Socorro.
Igualmente, la presencia de organizaciones del crimen organizado y de la delincuencia común que de vez en vez siembran el terror en la vía al Mar.
Lo más triste es que los 20 años de conmemoración del secuestro del Kilómetro 18 solo sirven para recordar que, pese al crimen atroz que allí se cometió, las familias de los 61 secuestrados no han encontrado Justicia de parte del Estado.
Por el contrario, sienten que las muertes en cautiverio de Miguel Alberto Nassif, Carlos Alberto García y el ingeniero Alejandro Henao fueron absolutamente en vano.
20 años de una barbarie que pudo haberse evitado
Camilo Gómez, excomisionado de Paz, asegura que fue la negociación de rehenes más compleja de la historia del país.
Dos décadas después, las víctimas del plagio reclaman la verdad, la justicia y la reparación
Veinte años después del secuestro del kilómetro 18, las víctimas, y sus familias, señalan que hasta el momento no ha habido verdad, justicia y reparación.
Si el país no sabe recordar a sus muertos, yo si me siento en la obligación de recordarle a mis hijos, que mantengan su memoria viva, Alejandro vive en ellos, y les dejó un hermoso legado de bondad, trabajo y amor.
Para recordar los 20 años del secuestro del kilómetro 18, y honrar la memoria de las víctimas, el Centro de Memoria Histórica y la Comisión de la Verdad organizaran a lo largo de esta semana diferentes actividades...