Cali¿Un sueño atravesado por un río?

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El río CaliGritos de un sobreviviente

Ese que dejó su huella sobre la ciudad antes que el primero de nosotros. Ese que nos ha acompañado desde antes de nacer. Ese que ha sido testigo de nuestras alegrías y tristezas. Ese, hoy lucha en silencio para no morir ante nuestra mirada indiferente. El País te invita a este viaje virtual para recuperar el amor por nuestro querido río Cali.

Primera parteEl río que nos recorre…

En las entrañas del Parque Nacional Natural Los Farallones, a 4.000 metros de altura sobre el nivel del mar, el Alto del Buey da vida al río Cali. Desde su nacimiento hasta su desembocadura recorre más de 50 kilómetros y articula una cuenca de 21.526,4 hectáreas. Sobre sus riberas se han creado poemas sublimes y también desagües malolientes. El río Cali podría contar miles de historias sobre lo que fuimos y lo que somos. Y a pesar de nuestro olvido sigue allí, regalándonos a cada segundo su alma. Es la segunda fuente de abastecimiento hídrico de la ciudad. Gracias a él, 500.000 caleños experimentan cada día el milagro de la ducha matinal. El río Cali sigue allí… esperando por nosotros.

El duro golpe de la erosión y la minería

Muchos dicen que al río Cali se lo toma la ciudad, porque las dos terceras partes de su caudal las capta Emcali en su acueducto de San Antonio para calmar la sed de medio millón de caleños. Y dicen, también, que sus aguas están contaminadas de metales pesados como cadmio, níquel, cianuro y mercurio que utilizan los mineros artesanales en la explotación de oro en la parte alta de los Farallones.

Dicen que el hilo de agua turbia que llega a la ciudad y se abre paso entre las piedras como una serpiente moribunda bajo el sol, no es apto ni siquiera para que nade un corroncho, uno de los tres tipos de peces que extrañamente aparecieron muertos por cantidades sobre el lecho del río la semana antepasada.

Y dicen que nuevos colonos e invasores están pelando las lomas y que están enterrando el río. Que los 600 mil caleños asentados sobre sus cuenca y riberas -desde su nacimiento hasta su desembocadura a lo largo de 50 kilómetros-, lo tienen de cloaca y de basurero, y que ya no tendremos más río atravesando un sueño de ciudad.

Lo que dicen las autoridades ambientales, por el contrario, es que mucho de lo que dicen los otros son mitos urbanos, preocupaciones entendibles de ecologistas y ciudadanos que añoran el Charco del burro donde se zambulleron varias generaciones.

Río Cali, nacimiento - El País.com.co

Cuenca Alta Río Cali

Ahora, lo que dice el río desde el Alto del Buey donde nace a 4000 metros de altura, hasta más allá de Floralia donde muere, son muchas cosas, buenas y malas: Susurros de vida en los sectores de Peñas Blancas, La Leonera y Felidia por donde pasa vigoroso y cristalino todavía; y alaridos de muerte en la ciudad, cada vez más dolorosos, mientras busca diluirse en el Cauca.

Arriba, a 2000 y 3000 metros de altura, tras la complicidad de la neblina, el principal impacto que sufre el río Cali en su cuenca hidrográfica de 21.526 hectáreas es la deforestación. Claudia Jiménez, gestora ambiental de Emcali dice que eso ocurre por la expansión de la frontera agrícola, por la decisión de construir y por las quemas que hacen los campesinos para sacar el rastrojo cuando van a hacer siembra.

En esa cuenca alta se cultivan verduras y hortalizas que suelen utilizar una buena cantidad de agroquímicos para combatir plagas de los cultivos. Muchos de esos residuos tóxicos terminan cayendo al río desde las faldas de Pichindé.

Para hacer esas parcelas hay que talar el bosque. Por eso, el 39.8% de la superficie de la cuenca presenta erosión entre ligera y muy severa, dice el diagnóstico de una comisión conjunta de la CVC, Parques Nacionales y la Alcaldía de Cali que estudió la zona.

Y sí, el primer problema de la parte alta del río es la deforestación. Pero el segundo y casi tan grave como el primero es la minería. El espejo de agua cristalina que brota de esa laguna del Alto del Buey y refleja los tonos azules y verdes del paisaje, se rompe a poco andar cuando la tocan los chorros ocres de una rara mezcla de minería.

Son las minas del Socorro que están sobre el bosque de Peñas Blancas, como a ocho horas de camino por loma agreste. Hace tres años cuando subió la Policía y una comisión del gobierno encontraron 40 campamentos de mineros y 70 socavones abiertos en la cordillera para extraer artesanalmente el oro de sus entrañas.

Dicen que los químicos que produce esa explotación minera son los que han envenenado el río y pese al esfuerzo oficial, no todas las minas se pudieron cerrar. Más aún, dicen los baquianos que muchos frentes de explotación “se volvieron a abrir porque hay gente y herramientas que suben para allá”.

A lo mejor para saber si en realidad el problema sigue, cada mes de 2012 la CVC monitoreó el agua en tres puntos de la cuenca media: en la quebrada Felidia, el río Pichindé y la bocatoma del acueducto de San Antonio, y “ninguno excedió el valor límite de cianuro en agua”.

Sin embargo, en 2 de los 17 monitoreos realizados entre julio y septiembre de ese año “en la bocatoma del acueducto se excedió el valor límite de mercurio en agua”.

Pese a ese resultado, las mediciones de Emcali y el Dagma sostienen que no es grave. Que los metales pesados se diluyen aguas abajo de las minas y lo que queda es apenas una pequeña intoxicación, que no acabaría con ningún ser humano.

El ingeniero Alberto Alarcón, jefe de mantenimiento de la planta del acueducto río Cali, en San Antonio, asegura que el agua que se capta arriba del zoológico para abastecer a medio millón de caleños no tiene problema por contaminación de metales pesados. Que sólo la afecta alguna turbiedad, pero que eso es controlable en la planta y que el verdadero problema está en los aportes que se hacen aguas abajo, desde que recibe el cauce del río Aguacatal, en Entrerríos.

Conozca el nacimiento del río Cali

Segunda parteLa pesada carga de Cali

A lo largo de la historia, el río Cali ha sido crucial para el desarrollo de la ciudad. Sobre su margen derecha reposan las huellas del pasado, y sobre su margen izquierda la evolución de las últimas décadas. El río aún embellece una parte de la ciudad. Pero en la medida en que crece, Cali le pasa una alta factura al río que le da vida.

"...Y ya era Cali un sueño atravesado por un río".
Eduardo Carranza

Cuando deja la neblina y se asoma a los poblados de Pichindé y Felidia, el cauce del río es torrencial y estrecho debido a las fuertes pendientes, lo que suele provocar desbordamientos durante las avenidas del río por las fuertes lluvias.

La razón, dice la gestora ambiental Claudia Jiménez, es que la cuenca ya no puede almacenar lluvia debido a la falta de capa forestal que es como una esponja que retiene el agua. Dado que la esponja ya no está, no hay filtro natural, el agua pasa sin freno, la montaña pelada se lava y el lodo cae con gran velocidad al río. Sus consecuencias se sienten abajo, en la ciudad de cemento que se levanta en sus márgenes. Ocurre en cada invierno.

En esa zona rural hay 25.000 habitantes vecinos al río. El 49 % de los predios emplea el agua del afluente para usos domésticos y labores de riego en pequeñas parcelas. Pero le devuelve al río las aguas servidas contaminadas que utiliza.

Sólo en Felidia hay una pequeña planta de tratamiento de aguas residuales que remueve parte de la carga contaminante que vierte al río Felidia y, por este, luego al río Cali.

Lo que muchos no saben es que buena parte de los 2000 litros por segundo de agua que trae el río de la montaña, sirven para mover las turbinas de una pequeña central hidroeléctrica de la Epsa, la llamada Central Río Cali, ubicada dos kilómetros arriba de la bocatoma del acueducto.

Juan Fernado Conde, Profesor Universidad Javeriana, Educación Ambiental

La hidroeléctica toma el agua, genera hasta mil kilovatios de energía (suficientes para alimentar 16.600 bombillas de 60 vatios) y devuelve nuevamente el agua al río tutelar, 20 metros antes de la bocatoma.

En este lugar Emcali vuelve a tomar el agua, ya desarenada por la hidroeléctrica, y la conduce dos kilómetros más abajo hasta la planta de San Antonio para su potabilización. La cuarta parte de los caleños beben de ese acueducto. La semana pasada se tomaron 1380 litros cada segundo de ese caudal.

Así que más adelante, cuando ya el río se mete a la selva de cemento, no llega casi nada. Tal vez 300 o 400 litros por segundo (apenas el caudal ecológico) serpentean entre el lecho de piedra a su paso por el CAM, alimentados con las aguas del Aguacatal que recoge en Entrerríos. Lo que dicen es cierto: el 70% del agua se la toma el acueducto.

La muerte del río Cali se ve aguas abajo, como lo dijo el ingeniero de Emcali, Alberto Rincón. Es la muerte reflejada en las aguas oscuras, casi sin oxígeno del afluente que pasan por la ciudad como un desfile fúnebre hacia su extinción en el río Cauca.

Pero antes de que ocurra ese desenlace, el río es una de las mejores cosas que le ha ocurrido a la ciudad. Además de darle agua a medio millón de habitantes, llena de belleza y frescura el entorno urbano desde el Zoológico hasta la clínica de los Remedios.

Sus orillas custodiadas por inmensos guaduales son recorridas por los caleños que trotan en las mañanas o pasean en la tarde aprovechando el fuerte abrazo de los vientos alisios.

Bajos sus orillas Emcali hizo hace unos años dos colectores marginales para recoger el agua servida de casas y edificios aledaños, con lo cual le quitó toneladas de desechos líquidos al cauce.

Pero, la muerte empezó arriba, como lo había advertido Claudia Jiménez, con la deforestación, los desechos de un centenar de minas y las 231 toneladas de residuos contaminantes que le caen cada año de tres corregimientos e invasiones en las Lomas de Quintero, en La Fortuna (vía al mar), en las Pilas del Cabuyal (arriba del Zoológico) y en todas partes por donde pasa.

De paso por Santiago de Cali

Tercera parte El triste final de un río

Después de entregarle casi todo su caudal a los caleños, en sus últimos siete kilómetros el río Cali pierde casi toda la vida que nace en El Alto del Buey. El abandono, y ante todo, la indiferencia ciudadana, le clavan una puñalada en el corazón. Aún así, hay esperanza...

"Para revivir el río se necesita mucha conciencia, muchos recursos, mucha autoridad. ¡Empecemos ya!"

La estocada final al río Cali se la da el abandono, la falta de civismo y la miseria que florece en sus orillas y bajo los puentes de la ciudad, en sus últimos siete kilómetros de recorrido.

Lo que dice Efraín Torres, jefe de acueducto de Emcali, es que es en la margen derecha donde se genera el mayor impacto humano sobre el río, porque es en esa franja donde están las invasiones: Desde la parte posterior de las bodegas de la antigua Industria de Licores del Valle (que contaminó el río por muchos años), hasta el jarillón de Floralia, pasando por la Isla y Camilo Torres.

Cientos de cambuches, no se sabe cuántos, se recuestan sobre el río; han rellenado con escombros sus riberas para levantar paredes de plástico y esterilla. Son 422 tonelada de escombros, basura y aguas negras que se chorrean cada año al cauce tutelar y terminan con su vida. Buena cantidad proviene de ese mundo sórdido de asentamientos inseguros donde a veces no entra ni la Policía.

Poltronas y muebles viejos se han detenido en el lecho seco del cauce bajo el puente de la Calle 44 con Carrera 9N, sobre cuya estructura transitan miles de carros cada día a gran velocidad.

Sin embargo, debajo del puente -pocos se dan cuenta- se esconden los cambuches en plástico de habitantes de la calle, gente que nadie ve bajo esos oscuros recovecos. El ambiente huele a basuco y a mugre y solo se ve un hilillo de agua sucia estancada en entre el lecho de piedras, como una serpiente dormida. El río ya no circula.

Casi un kilómetro más abajo, en el inexpugnable puente de la 52, la agonía aprieta. Pese a ello, debajo de la estructura se oye el cacaraqueo de gallinas que se crían en la cloaca, emerge un sórdido murmullo de alcantarilla y se advierte el humo de fogatas y cigarrillos.

La entrada del río Cali al Cauca pocos la conocen. Su entorno es como una fortaleza impenetrable de casuchas erigida sobre el jarillón, desde donde, nuevamente, se vierten todo tipo de basuras y aguas negras.

Lo que dice Camilo Vélez, ingeniero del Dagma, es que el año pasado fueron retiradas de allí 600 toneladas de escombros y basura. El agua pura del Alto del Buey llega prácticamente sin vida al río Cauca.

El sueño de ciudad es que toda esta historia no sea más que una pesadilla en pocos años, que el río vuelva a respirar y que inspire la vida sana y sostenible de tres millones de habitantes.

Así lo soñó un grupo de técnicos del Ministerio del Medio Ambiente, el Parque Natural Nacional Los Farallones, la CVC y el Dagma, que se tomaron el trabajo de formular un plan de ordenamiento y manejo de la cuenca del río Cali.

Ellos se trasladaron 15 años en el tiempo, hasta el 2028, y están viendo la otra vida del río Cali. Lo que ven es que en ese momento ya se ha logrado recuperar el 40 % de las 4178 hectáreas de la zona forestal protectora del río, sus quebradas y afluentes.

Hay más agua y menos contaminación. Las lomas tienen más verde, porque se ha reforestado el 50% de ellas, 3990 hectáreas de las 7981 deforestadas. Todo gracias al trabajo de la comunidad, el sector privado y las instituciones del Estado. Esa es su visión.

Óscar Libardo Campo Velásco, Director General CVC

Para lograr ese sueño es necesaria la recuperación de de más de mil nacimientos, quebradas y otros afluentes que nutren de agua al río. Es necesario recuperar los bosques para preservar la biodiversidad (flora y fauna) y la oferta hídrica.

La subsistencia humana cerca al río sólo es posible si se definen los usos agrícolas, se garantiza la subsistencia alimentaria, hay vías e infraestructura de transporte planificadas y se proveen los servicios básicos adecuados a la zona. Es decir, si se frenan las invasiones y se reubican o regularizan las existentes para quitarle ese impacto al río.

Y, como el río es para disfrutarlo, la propuesta es que en su cuenca se definan zonas eco turísticas y agroecológicas. Es decir, adaptar el río para que pueda ser usado para la recreación a través de proyectos paisajísticos y turísticos y habilitar parques con grandes zonas verdes a su alrededor.

Este es precisamente el sentido que tiene el proyecto del Parque Río Cali que hará la actual administración, una megaobra con 3000 metros de andenes en los márgenes del río y mil metros cuadrados de plazoletas para el esparcimiento, la recreación y el deporte, inicialmente entre el Hotel Intercontinental y la clínica de los Remedios.

Para revivir el río son necesarios muchos esfuerzos públicos y privados. Muchos recursos. Mucha autoridad. Mucha conciencia ciudadana. Es necesario empezar ya.

Llegada al río Cauca

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