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Un polaco habla de su travesía por el mundo durante 1.095 días

En Cali se convirtió en bailarín de salsa, encontró trabajo y conoció el amor.

13 de junio de 2012 Por: Ángela Collazos / Reportera de El País

En Cali se convirtió en bailarín de salsa, encontró trabajo y conoció el amor.

Filip Ziolkowski ya no es la misma persona después de viajar alrededor del mundo durante 1.095 días. Este polaco, hoy establecido en Cali, emprendió una aventura por más de 60 países que lo llevaría no sólo a conocer paisajes exóticos, a probar comidas indescriptibles y a hacer millones de amigos sino a encontrarse con Dios y consigo mismo. Corría el 2002 cuando partió de su natal Gdansk hacia Londres, donde se desempeñó como diseñador en una prestigiosa compañía. Allá se volvió común relacionarse con extranjeros que llevaban hasta dos años recorriendo el mundo. En Europa es usual que los jóvenes al finalizar la universidad tengan un año sabático y salgan a explorar de qué está hecho el planeta donde viven. Filip soñó con eso en la adolescencia, y ya adulto se dio cuenta que hacerlo era fácil. Decidió dejar atrás el confort de su trabajo, porque a pesar de su éxito profesional, el dinero no lo hacía feliz, no lo llenaba. Así partió en busca del sentido de su vida. Compró libros como Lonely Planet, toda una biblia para trotamundos.Según este fotógrafo amateur, la primera inversión para emprender un viaje así es una mochila mediana, un candado y un ‘money belt’ (canguro) para cargar dinero, tarjetas de crédito y pasaporte. Dice que no debe faltar una cámara, libreta de notas, medicinas y poca ropa. Además hay que hacerse un chequeo médico, aplicarse vacunas como fiebre amarilla, hepatitis A y B y Polio y sacar al menos dos tarjetas de crédito.Muchas inquietudes rondaban la mente de este joven de 32 años sobre su misión en el mundo. Deseaba más que conocer paisajes, comprender el sentido de la vida, sumergiéndose en cada cultura, compartiendo con la gente y aprendiendo sus idiomas. Voló de Londres a Italia, donde entró en shock al ver parejas de la mano y besándose frente a la Torre de Pisa. Jamás había observado un panorama así, porque, según el viajero, en Londres escasamente sonríen. Ver esa diferencia a sólo tres horas de avión desde Inglaterra, tornó emocionante el viaje. Filip descubrió tres ‘europas’ distintas: el organizado Norte, un lugar para hacer dinero y crecer profesionalmente. Pero donde es difícil enamorarse y tener amigos. El Sur, (Portugal, España, Italia y Grecia), donde pese al desempleo, la gente es amable y feliz. Y el Este, que aunque no es tan organizado, va en crecimiento y la gente es divertida. De Italia saltó a Eslovenia, Croacia, Bosnia, Montenegro, Albania, Macedonia, Bulgaria, Hungría, Austria, Lituania, Estonia, Letonia y Rusia, lugares en los que estuvo cerca de dos meses. De Rusia, se dirigió a China en tren por siete días. Y en Asia lo esperaría un largo año en el que descubriría los más íntimos secretos de la espiritualidad. Conoció un mundo de miradas rasgadas y transparentes, donde la violencia no existe. Se contagió de la armonía del budismo, despojándose de emociones negativas.Estuvo en Hong Kong, Filipinas, Indonesia, Malasia, Talandia, el Himalaya y Japón, donde probó la mejor comida del mundo, saludable, rápida y económica, colorida y de sabores exóticos. Luego llegó a India, el país más ‘loco’, raro y cálido que conoció, pues la temperatura pasaba los 50 grados. “Cada minuto ves algo sorprendente, como en Varanasi, donde echan cadáveres incinerados al río Ganges”, cuenta Filip. Las calles están infestadas de perros y vacas, todo es colorido e impactante. Visitó en Daramsala, la ciudad del Dalai Lama, opuesta al bullicio de Varanasi, en donde encontró regocijo para meditar. De la India, partió a los EE.UU., en donde entre paisajes y parques alucinantes, percibió una cultura poco original. Aunque se sentía seguro en Los Ángeles o San Francisco y relacionándose con personas interesantes, todo es tan perfecto y predecible, que parece que la sociedad siguiera un libreto.Al llegar a Latinoamérica notó algo único que no había percibido en otros continentes: La calidez y la alegría de la gente lo enamoraron. Descubrió la sencillez y la intensidad de las emociones humanas, y las mejores fiestas. Recorrió México, Belice, Guatemala, Honduras, Costa Rica, Panamá, Colombia, Ecuador , Perú, Uruguay, Argentina, Chile, Bolivia, y cuando se dirigía hacia Venezuela, decidió regresar a Colombia para aprender español y bailar salsa. Este género tiene para él un significado especial: “En Europa nadie baila en pareja, hay poca interacción. En Londres, asistí a un Festival Cubano, y me sorprendió ver parejas bailando juntas y coordinadas, disfrutando la música y sonriendo”.Así lo hizo al llegar a Cali, la llamada ‘Capital de la salsa’. Y su estancia, que había sido planeada para un mes, se extendió a un año y medio. La salsa lo sedujo tanto que en la última Feria de Cali fue bailarín del Salsodrómo. Este polaco adquirió un ‘tumbao’ envidiable, mejor que el de cualquier caleño. Cali lo atrapó, no sólo por la salsa, sino por el clima, la bohemia y porque, además, encontró el amor y un trabajo como profesor universitario.Filip, quien tres años atrás salió de viaje en busca de sí mismo, al culminar su travesía se dio cuenta que la respuesta estaba más cerca de lo que imaginó: “No hay lugar más importante en el mundo que el silencio dentro de ti mismo. Ese es el lugar al que todo el mundo debería ir antes de morir”.

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