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“Mi corazón se radicó en Colombia a través de los encuentros de poesía”, Águeda Pizarro

De esa manera, “viví entre dos mundos durante muchos años, porque desde entonces vine cada año a Roldanillo en las vacaciones. Omar pasaba seis meses aquí y seis meses allá conmigo”.

24 de febrero de 2013 Por: Redacción de El País

De esa manera, “viví entre dos mundos durante muchos años, porque desde entonces vine cada año a Roldanillo en las vacaciones. Omar pasaba seis meses aquí y seis meses allá conmigo”.

En ese mismo 1968, Águeda Pizarro, la neoyorquina, vino por primera vez a Colombia. En su primera noche en el país, Rayo la llevó a la Plaza de Bolívar de Bogotá y al poco rato salió el presidente Carlos Lleras del Palacio de San Carlos, pues le gustaba salir a caminar por el centro: “El Presidente me saludó”.Luego fue llevada al café El Automático, “donde conocí a León de Greiff, a quien quise como un abuelo. Me ganó y su poesía me parecía la mejor del mundo”. Águeda también hizo recitales con los nadaístas.Y llegó el momento de venir a Roldanillo: “Me dio miedo conocer a sus padres y sus siete hermanos. Hubo cierta resistencia y me sentí muy extraña”.Las primeras sensaciones en Águeda fueron contradictorias: “Vine por admiración al arte colombiano y aquí vi un país violento pero con gran potencial. Me sentí extranjera y muy blanca. Me encantaba la belleza de la gente y su manera de hablar, y yo quería aprender a hacerlo, pero no podía, así que me asumí como una foránea que hablaba un español que no era de aquí, tampoco el de mi papá, y lo que escribía era diferente. De ahí la extrañeza de mis poemas”.En lo personal, “aquí nos dimos cuenta de que la relación iba en serio y éramos pareja”. De esa manera, “viví entre dos mundos durante muchos años, porque desde entonces vine cada año a Roldanillo en las vacaciones. Omar pasaba seis meses aquí y seis meses allá conmigo”.Cuando Águeda quedó en embarazo tomaron la decisión de casarse: “Cuando en 1977 nació Sara, la idea era venir a vivir en Roldanillo, pero eso fue difícil, porque al dejar de trabajar me convertía en la esposa de Omar y la mamá de Sarita, y nada más”.Águeda reconoce que “el gran amor de la vida de Omar fue Sara y trató de ser buen padre. A veces lo conseguía, a veces no”. La venida se aplazó, porque en 1981 a la madre le ofrecieron cátedra en Barnard College, donde estuvo hasta que se jubiló. Además, la suegra de Rayo fue hostil: “Todas las suegras lo son y mi madre fue peor”.Ésta, Graziana, también vino al pueblo, pero “no le gustó y tuvo un encontronazo con la madre de Omar, la cual pensaba que éramos creídas”. El pintor se desquitó diciendo que “por ser mi mamá de Transilvania, cuando ella llegó a Roldanillo todos los murciélagos se fueron del árbol de mango que hay en la casa”, rememora Águeda. En ese entonces surgió la idea de fundar el Museo Rayo: “Cuando Omar ganó la Bienal de Sao Paulo y el municipio le donó el terreno, hubo cierta resistencia de los matarifes, pues el proyecto partía del traslado de la plaza de mercado”. El resto es historia conocida.Al mismo tiempo se fraguaba el proyecto de los Encuentros de Mujeres Poetas: “Yo pensaba cómo podría contribuirle al museo. Yo quería aportar y no solo ser la esposa del fundador, pues aunque en parte la idea fue también muy mía, era el museo de Omar Rayo”. En 1974 se hizo el primer encuentro “con Dominga Palacios, Gilma de los Ríos, Beatriz Zuluaga y Carmelina Soto, y otra poeta de Cali, Ana Milena Puerta. En ese primer encuentro fuimos siete mujeres”, recuerda Águeda.Y añade: “A Omar le gustaba mucho el encuentro y gozaba con nosotras. Como al principio éramos pocas, nos reuníamos en la casa a leer poemas y el sitio donde nos sentábamos fue bautizado por él como ‘El rincón de la arrechera’. Además nos diseñaba los libros de los encuentros”. Entonces sentencia la poeta: “Mi corazón se radicó en Colombia a través de los Encuentros de Poesía”. Pero, a pesar de la afinidad intelectual entre pintor y poeta, marido y mujer, “la convivencia con Omar a veces fue difícil y a veces fue fascinante. Hasta lo último mantuvimos conversaciones de poesía, de arte, en fin. Viajamos mucho y a muchas partes juntos. Fuimos compañeros intelectuales”. Sobre el difícil carácter del artista, su mujer lo explica: “Un chico de pueblo, hijo de talabartero y el mayor de diez hermanos, que consigue lo que consiguió Omar debió ser en medio de muchas tensiones, inseguridad y una personalidad arrolladora. Incluso sufría depresiones y se encerraba. Y fue cada vez más explosivo, porque creía que el museo moriría con él. Después de su segundo infarto, se encerró y encerró el museo”.Sometido a diálisis durante seis meses, Rayo retrocedía a ojos vista: “Yo me quedé a cuidarlo, falté a mis clases y nos acercamos mucho. Yo pensé que moriría cerca de mí, aunque estaba muy hermoso en esa época. Fue cuando me contó la idea del Museo del Intaglio”. Sin embargo, se recuperó y volvió a casa. “Fue también una época muy difícil y llegué a pensar que nos separaríamos. Me quedé por amor y por terquedad. Además, quiero mucho el museo”, confesó Águeda.Ya para entonces había nacido el único nieto: “Mateo fue un regalo enorme y Omar lo quiso mucho, aunque no aguantaba el ruido que hacía. Esa fue una relación prístina, perfecta, porque en el niño no quedan sino recuerdos bonitos de su abuelo”.Un tercer infarto puso fin a su vida: “La muerte de Omar fue un golpe devastador y he luchado por recuperarlo, en sueños, en cánticos, contemplando sus camisas vacías, mirando de reojo los lugares donde solía estar. Sigo queriendo decirle lo que no alcancé antes de su muerte”, dice, emocionada.Con esa partida también surgió un nuevo desafío para Águeda, hacerse cargo del Museo Rayo: “Yo lo conocía muy bien, pues fui testigo de todo su proceso. Pero los estatutos establecían una cosa terrible, como era tener un presidente vitalicio, una especie de dictadura que podría heredar un familiar suyo, y yo creo que Omar pensaba en Sara más que en mí”. Sin embargo, la junta directiva le entregó la dirección a la esposa y ella llamó a Miguel González, quien fue el primer director del museo, al maestro Édgar Correal para que manejara la colección de intaglios y recuperé a Juan José Madrid, quien conoce todos los intríngulis de la gestión cultural: “Lo que hice fue aglutinar a gente preocupada por el museo”, dice la directora. “Estoy viviendo quizá la época más plena de mi vida, pues trabajar con la obra de Omar y descubrir pinturas y dibujos que creía perdidos es un placer profundo. Dirigir el museo es una experiencia emocional, intelectual y espiritual como ninguna que he experimentado en una vida ya larga y bien vivida”, añade.Y volvió a escribir. Es un libro que se me desató luego de ver un performance de Rosario Jaramillo, en el museo. Próximamente saldrá con Ediciones Embalaje, con grabados de Édgar Correal. Por todo ello, Águeda Pizarro ya olvidó que es ciudadana del mundo: “Mi patria es Colombia, porque estoy entregada a esta causa. No volvería a vivir en Nueva York, aunque si la vida me lleva, iré. Pero pienso morir aquí en Roldanillo”.

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