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Una noche de salsa a los pies de Jovita

El primer sábado de cada mes, cerca de mil caleños de todas las edades y estratos se toman el Parque de los Estudiantes para disfrutar de algo insólito en estos tiempos donde la música parece efímera: hacer memoria con discos de acetato. Aquí no importa si usted es un estudioso de la salsa o solo un melómano despistado. Aquí lo que importa es que usted ame este ritmo y esté dispuesto a compartirlo. Bienvenidos a Salsa al Parque.

15 de junio de 2014 Por: Lucy Lorena Libreros | Periodista de GACETA

El primer sábado de cada mes, cerca de mil caleños de todas las edades y estratos se toman el Parque de los Estudiantes para disfrutar de algo insólito en estos tiempos donde la música parece efímera: hacer memoria con discos de acetato. Aquí no importa si usted es un estudioso de la salsa o solo un melómano despistado. Aquí lo que importa es que usted ame este ritmo y esté dispuesto a compartirlo. Bienvenidos a Salsa al Parque.

Preguntale a Luis Alberto Cabezas. Pero preguntale en un rato porque ahora mismo está bailando con Magola mientras los parlantes dejan escapar a todo volumen una versión de ‘Guasasa’ de la orquesta del venezolano Cheo Navarro. El hombre está en la mitad del Parque de los Estudiantes, frente a Jovita Feijóo, la novia eterna de Cali que ya debe estar acostumbrada a que cada mes, bajo sus pies, ocurran cosas así: un hombre entrado en años y con varios kilos de más bailando con una muñeca de espuma, papel y rostro de maniquí atada a sus zapatos.Son poco más de las ocho y media de la noche y la lluvia ha estado necia. No hace mucho escampó. Luis Alberto entonces aprovecha la tregua para hacer lo que mejor le sale desde hace treinta años, cuando los payasos de un circo ecuatoriano —del que no recuerda el nombre— visitaron la ciudad y le enseñaron el arte extraño de fabricar muñecas del tamaño de una persona para luego ponerlas a bailar, al ritmo de su dueño, sobre pistas improvisadas. La suya, Magola, es una ‘caleña’ de cintura imposible y nalgas redondas y pronunciadas. La mujer ideal, dice con picardía este hombre de 56 años.—No se queja, no me pide plata y siempre está dispuesta para la rumba. Después dirá que por la ‘fisionomía’ que le regaló es la “la típica caleña”. Eso será poco antes de quitarse unos mocasines negros y gastados con los que lo vieron salir de su casa en El Troncal para calzar los zapatos ligeramente escarchados que consiguió pegar con ingenio a los tacones de su muñeca de turno. Vestido esta noche de pantalón claro, chaleco y gorra deportiva, cuenta que renueva a su ‘pareja’ cada seis meses porque tanto baile le va quitando la gracia, “la bellezura”. No le ha pasado a Magola aún, que ahora está lista junto a Luis Alberto para caminar hacia el centro del parque y empezar su espectáculo. Al fondo, ‘Guasasa’... “Ha nacido una palabra, en el África lejana, Roberto fue el creador de este refrán”... Y al fondo también, bajo una carpa blanca, centenares de manos que aplauden y les celebran los pasos. Porque hoy la lluvia no logró su cometido: impedir lo que ocurre aquí el primer sábado de cada mes, en la Calle Quinta con 22, a los pies de la imponente Jovita: que cerca de mil caleños —a veces suman más— se tomen un espacio público de su ciudad con un propósito elemental y noble, hacer memoria con música prensada en acetato.Porque de eso, lo vas a comprobar, se trata Salsa al Parque. Lo dice Alex Zuluaga, un maestro caleño de ciencias sociales que distrae sus horas libres preparando audiciones, una tradición que nació en las entrañas de los barrios populares de Cali a mediados de los 80, en pleno furor de las orquestas locales. Alex las hizo en El Poblado, en el Siete de Agosto, en Alameda, en La Floresta. Y siempre le fue bien: convocó masivamente, puso a girar vinilos con canciones gozonas, conquistó público, hizo amigos. Porque una audición es lo más parecido que podés encontrar a una democracia verdadera: llegás con tu acetato, pedís que te hagan sonar una canción, tu favorita, y luego te sentás para comprobar, feliz, cómo los demás la disfrutan igual que vos. En esas se la ha pasado Alex durante la última década. Solo que hace tres años sintió que era necesario sacar de los barrios esa tradición pues estaba a punto de morir. No estaba solo en la causa. Sus cómplices, once en total, son los integrantes de la Fundación Nuestra Cosa Latina, que desde hace tres lustros lideran actividades alrededor de la salsa como identidad cultural de Cali. Una de ellas, pues, es Salsa al Parque. Nació en Alameda, pero desde hace dos años se trasladó, en medio de la más completa incredulidad, a ese parque que custodia la colosal Jovita, regalo del maestro Diego Pombo, que otea nuestra ciudad desde lo alto con su mirada de aceituna.Pocos tenían fe de lo que ocurriría después. Los vecinos de Jovita suelen ser vendedores ambulantes, a veces muchachos que ensayan trucos con sus patinetas, otros más consumidores de vicio y la mayoría estudiantes y transeúntes asustados que caminan a paso rápido, rumbo a la estación del MÍO de Santa Librada, con la esperanza de no ser atracados. Y, si eso era así, ¿por qué entonces realizar audiciones aquí, en este parque lleno de problemas que cabe en la mirada? Jovita, allá en lo alto, ha visto repetir la respuesta. Lo que sucede cada vez que Alex y los suyos hacen el llamado. A través de redes sociales y el ‘correveydile’, Alex y la gente de la Fundación se las ingenian para notificar a todos, con dos semanas de antelación, de la temática de cada audición. Algunas han sido un verdadero delirio, como la que se organizó a propósito de los 20 años de la muerte de Héctor Lavoe, en junio del año pasado, o la que rindió homenaje al Cheo Feliciano en mayo de este año. En ambas oportunidades, los caleños que acudieron para gozarse el parque fueron cerca de dos mil. Esta noche de sábado es la audición número 36 y está dedicada a los soneros, los de ayer, los de ahora. Lo comprobaré con el paso de las horas: escucharé a Gilberto Santarrosa y su pregón en ‘Busca lo tuyo’ con la orquesta Puerto Rico All Star. Escucharé a Yuri Buenaventura preguntarse “quién borrará mis huellas y encendiendo estrellas en la oscuridad”... Escucharé el ‘Jaguey’ de Ismael Miranda y ese clásico tremendo que es ‘Río abajo va’ en la voz de Domingo Quiñónez. Lo mismo Frankie Vásquez que Ray de la Paz.Sonarán gracias a esa gente que comenzó a llegar a este parque despuecito de las cuatro de la tarde. Lo hacen con sus Lp bajo el brazo para hacerse anotar a tiempo en una lista que consigna a los privilegiados que podrán hacer sonar su música durante toda la noche. En cada audición, explica Alex, pueden sonar entre 70 y 80 canciones y cada persona anotada proponer dos temas, con suerte tres. No necesitás ser coleccionista, ni un estudioso, uno de esos personajes que sienten que “están llamados a iluminar a los demás con su sabiduría”, como bien dice Andrés Díaz, dj, periodista y melómano al que todos llaman ‘Pachanga’. Otro de los hombres detrás de Salsa al Parque. Entonces aquí la cosa es tan democrática que podés tropezar con salseros de raza como Isidoro Corquidi y Alejandro Ulloa o con caleños muy jóvenes que han ido cogiéndole, de a poco, gusto al género. “Lo único que les pedimos es que presenten su canción ante el público y algunas curiosidades, como el nombre del álbum al que pertenece, el año en que fue grabada o el nombre del vocalista. Porque, en medio de la diversión, lo que queremos además es formar público y continuar esa tradición tan rica que tiene Cali de ser la única ciudad del mundo que atesora la memoria musical de la salsa”, sostiene Alex. Podés preguntárselo a Hermes Ordóñez, un maestro que es capaz de gastarse una prima entera comprando rarezas salseras prensadas en acetato. De la fiebre ya contagió a Daniel, su hijo, quien justamente es quien presenta una de las canciones de esta noche. Se llama ‘Realidad y sinceridad’, es de la orquesta Guararé y la interpretó Ray Pérez una vez abandonó las filas de Ray Barreto.Junto a ellos está Viviana Tovar, que en las primeras audiciones de Salsa al Parque solía aguardar a que su esposo compartiera para el público un disco cualquiera. “Hoy, es ella la que lo hace porque —está seguro Alex— esa ha sido otra de las conquistas de este encuentro, “que las mujeres vayan ganando su lugar en un tema que parece dominado por los hombres. La respuesta ha sido tan buena que en marzo pasado, por tratarse del mes de la mujer, hicimos una audición en la que solo participaron caleñas. No imaginás la rumba que se armó”.Todo esto va sucediendo mientras el público no para de gozar. Son las diez y ya la lluvia es tema resuelto. Mientras la música suena, en una esquina, Diego Martínez hace sonar rítmicamente su güiro y, en la otra, Gustavo, un bogotano de corazón caleño, castiga sin cesar el cuero de la conga que trajo desde su apartamento en el barrio Los Alcázares.Es lo mismo que les sucede a Julio, a Gabriel y a ‘El flaco’, tres amigos músicos que tocan en restaurantes y hoteles para diferentes orquestas de Cali, y que cada sábado llegan puntuales hasta este parque —nadie se explica cómo— cargados de un timbal, una campana, un platillo y unas maracas que terminan en las manos de varias personas del público que, contagiadas por ellos, quieren llevar el ritmo de la noche con un instrumento.Es una escena que ha visto muchas veces el fotógrafo y bailador Áymer Álvarez, que asiste a Salsa al Parque desde sus primeras versiones. Cuenta que, muy lejos de lo que sucede este sábado, al comienzo —tres años atrás— “solo veníamos unas 40 ó 50 personas. Y la cosa se fue creciendo. Creo que el éxito de todo se debe a que cada sábado uno se siente como en una familia. Yo he traído también mis instrumentos, mucha gente los coge, pero al final sobre la medianoche, cuando el evento se termina, los encuentro sin problema en el mismo lugar de donde los tomaron prestados”.No lo sabía Christian Thinius, un joven alemán que trabaja desde hace unos meses en el Zoológico y que asiste por primera en compañía de Brad, otro ciudadano alemán, a esta cita con Jovita. “Pensé inicialmente que la gente traía a vender esos instrumentos, pero hace un rato me contaron que, si quería, yo podía tocarlos. Eso me parece genial y muestra lo que son ustedes, los caleños, gente que vive la fiesta de la manera más descomplicada del mundo”.Lo dice y después mira hacia el frente, hacia el centro del parque. Un hombre de grácil figura, cabello afro y atuendo negro de cabeza a los pies llama su atención. El tipo baila con gracia, como los bailadores de antes, poca acrobacia y mucho movimiento de cintura y de pies. En este lugar le gusta que lo llamen ‘el fantástico del mambo’. Su nombre real es Wilberto Taborda y es un bailarín de antaño que vive en el barrio Obrero y que en una noche de buena estrella puede echarse al bolsillo hasta $120.000 con las monedas que recoge entre los asistentes que aplauden su show espontáneo.A él también, como a Luis Alberto, podés preguntarle cómo es eso de que los primeros sábados del mes un millar de caleños se toman con devoción un parque público —que el resto del año despierta miedos— sin más expectativa que la de escuchar las melodías que otros han elegido por ellos. Andrea Serna, libretista de 35 años, y otra de las asistentes, dirá que todo ocurre porque Salsa al Parque nos regala la promesa de que el caleño no se ha olvidado que la salsa es un asunto “de barrio, de los amigos de la cuadra”. Mejor preguntarle a Luis Alberto, que tiene descansando un rato a Magola. Ha de ser un breve receso, seguro, porque aquí la estamos pasando tan bueno que ya no demora en conseguir nuevamente el milagro de que una muñeca de espuma y vestidos baratos consiga opacar a la reina eterna de toda una ciudad.

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