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‘Timbuktú’, un drama al que no podemos ser indiferentes

Aunque se trata de una película de ficción, ‘Timbuktú’ retrata la realidad de una región, cuyos habitantes intentan sobrevivir a los cambios sociales impuestos por el grupo religioso de los yihadistas.

26 de abril de 2015 Por: Claudia Rojas Arbeláez l Especial para GACETA

Aunque se trata de una película de ficción, ‘Timbuktú’ retrata la realidad de una región, cuyos habitantes intentan sobrevivir a los cambios sociales impuestos por el grupo religioso de los yihadistas.

En una apartada duna del desierto africano, lejos del centro de Timbuktú, encontramos a Kidane, quien vive con su esposa, su hija y un niño huérfano que les ayuda con el cuidado de sus vacas. Además de su familia, el bien más preciado de este sencillo hombre lo conforman sus vacas, siete en total,  en especial GPS que es su favorita. 

Un día mientras los animales son pastoreados, GPS se aparta de las demás y accidentalmente se enreda con las redes de pesca de otro hombre de la región.  Furioso por lo ocurrido, el pescador mata al animal enfrente del niño. 

Este hecho se convierte en el detonante que provoca la ira de Kidane quien decide vengar la muerte de su animal favorito. 

Mientras tanto, a unos cuantos kilómetros de allí, los habitantes de Timbuktú están bajo el dominio de un grupo yihadista que con prohibiciones como jugar fútbol, fumar o hacer reuniones, pretenden dominarlos.  Las nuevas leyes argumentadas desde Dios son impuestas por un puñado de sujetos que circulan las calles día y noche, amenazando y castigando a los hombres y mujeres que intentan resistir a su manera.  

De cierta forma  la gente del lugar  no es tan dócil como la de otras regiones  y aunque evitan la confrontación, no abandonan del todo sus hábitos ni se doblegan con facilidad.  Eso sí, intentan hacerlo tomando ciertas precauciones. Sin embargo de nada les vale porque ante los ojos vigilantes de este nuevo grupo, nada se escapa y poco a  poco los castigos empiezan ejecutarse en plena luz del día.  

La situación que bien podría, y de hecho es, el argumento de una película no se queda solo en eso. Porque esta es la realidad que ha vivido de cierta manera su director, el  africano Abderrahmane Sissako.  Como él mismo lo manifestó una vez “no intento promocionar mi película con los hechos horrorosos que aquí se ven, pero no puedo ignorar las noticias que ocurren, las parejas que son lapidadas hasta morir solo por el hecho de vivir juntos sin estar casados”.

Y así es. En esta producción Franco - Mauritana las atrocidades ocurren y los castigos se imparten de manera arbitraria y salvaje, bajo la mirada de un director de sentidos agudos y gran sensibilidad que ha sabido encontrar y narrar historias extraordinarias  en la cotidianidad. 

Así lo hizo con ‘Esperando la felicidad’ (2002) y varios años atrás con ‘La vida en la tierra’ (1998), en las que se narraban historias atravesadas con exilios, desplazamientos forzados e impotencia.  Estos dramas tormentosos, que vuelven a presentarse de alguna manera en ‘Timbuktú’ han convertido sus películas en fuertes e inolvidables.

Pero en la dureza yace la belleza de la dignidad del oprimido, la serenidad que aún puede percibirse en sus últimos instantes mientras se sofoca frente a lo absurdo del terror.   En este sentido Sissako logra superar la obviedad de la hermosura ‘per se’ del paisaje, llevándola a ser parte esencial de la narración.  Así cada encuadre es un eslabón dramático, más que poético, que impulsa la acción y mantiene la tensión.  

La fuerza que Sissako impregna en ‘Timbuktú’ está en los dramas de sus protagonistas y que es definitiva representa el ocaso de una familia, de una región  y de un país que resiste con dignidad a la arbitrariedad de un grupo que en nombre de Dios ejerce una justicia amañada. 

Esta crudeza explicita  es lo que ha hecho que,  a su paso por festivales, la producción haya generado tanta empatía entre la crítica y los espectadores que consiguen conectarse con el realismo del director africano. A fin de cuentas ésta es su mejor manera de generar una reflexión, hacer eco y tal vez manifestar su tristeza ante la situación que persiste en varios países del continente. 

Así entre silencios tensos y prolongados, la indignación y la tragedia emergen en paisajes inmensos,  ante la mirada impotente de sus dolientes que nada pueden hacer por evitarlo.

Claudia Rojas Arbeláez es docente de la Universidad Autónoma de Occidente - @kayarojas

 

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