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Ni Marion Cotillard ni Joaquín Phoenix logran salvar la película 'La Inmigrante'

Con la nómina de actores que tiene ‘La inmigrante’ habría podido contarse una gran película. Se habría podido, pero no se hizo, porque hizo falta dramaturgia y sobró tiempo. No alcanzan Marion Cotillard ni Joaquin Phoenix para hacer volar una historia que no se despega de su anécdota.

7 de septiembre de 2014 Por: Claudia Rojas Arbeláez | Especial para GACETA

Con la nómina de actores que tiene ‘La inmigrante’ habría podido contarse una gran película. Se habría podido, pero no se hizo, porque hizo falta dramaturgia y sobró tiempo. No alcanzan Marion Cotillard ni Joaquin Phoenix para hacer volar una historia que no se despega de su anécdota.

Por su nombre la conocerás y de su nombre no pasarás. Y es que esta película que lleva por título ‘La inmigrante’, empieza, se desarrolla y termina sin superar su título. ¿Suena gracioso? Talvez no. No cuando le entregas dos de tus horas y unas pocas expectativas, sembradas en un casting fabuloso, encabezado por Marion Cotillard y el interesante Joaquin Phoenix, y en una apuesta estética de época, para quedarte solo con eso: con expectativas insatisfechas. ‘La inmigrante’, que ocurre a comienzos de 1920, narra la historia de Ewa, una mujer polaca (Cotillard) que emigra a Estados Unidos acompañada de su hermana, quien es puesta en cuarentena por cuenta de la tuberculosis que la aqueja. En este limbo fronterizo, la entrada al país de Ewa también es puesta en entredicho ante los rumores del escándalo que ocasionó en el barco en el que viajaba. La acusan de haber provocado a muchos hombres, aunque la realidad parece haber sido otra muy distinta. En esta situación, aparece Bruno Weiss (Phoenix) quien la defiende y ayuda a pasar la migración bajo su supervisión. En realidad él es un proxeneta que sabe sacar provecho de la vulnerabilidad de mujeres de su estilo. Y así lo hace, al llevarse a Ewa a Manhattan mientras su hermana queda confiscada en la isla Ellis padeciendo su enfermedad. A partir de ese momento la obsesión de Ewa es volver a unirse con su hermana y por esto acude a la ayuda de unos familiares lejanos que se encuentran instalados en la ciudad. Sin embargo, estos la traicionan, aunque las razones tampoco terminan siendo muy congruentes. Esto por supuesto la lleva al dominio de Weiss, quien a cambio de dinero, la maneja a su antojo. En ese mundo de tabernas oscuras y habitaciones cutres coincide con otras chicas y con un amigo de nombre Orlando que termina ser primo de Weiss. Este, por supuesto, pondrá sus ojos en Ewa, formando el necesario triángulo de amor. La pasión, por demás gratuita, que nuestra protagonista despierta en los primos los lleva a perder los estribos sin medir las consecuencias. Entre facilismos la película avanza, madurando amores de los que no alcanzamos a ver sus cimientos y repitiendo una y otra vez las mismas situaciones sin exponer mayores avances. Desde que empieza hasta que termina, Ewa habla de su hermana, la añora y sueña con liberarla. Lo mismo una y otra vez.Entre tanto se acuesta con hombres y exige a su proxeneta le dé el dinero que necesita para rescatar a una hermana que nunca vemos. Y a su lado, los personajes menos trascendentes la pivotean y toman decisiones a nombre suyo, sin que la afecten de más. De las lágrimas no pasa porque no se transforma y nada parece alterarla en realidad, mucho menos crece como personaje. Las pruebas no se hacen más grandes y tampoco los dramas migratorios ni de prostitución parecen perjudicarla de alguna manera. Tal como está, este personaje sobrevuela los problemas de manera racional y distante, sin evolucionar no por el resultado de su floja personalidad sino de un guión forzado, poco creíble, nada natural.Así durante dos horas avanza la película construida con escenas largas, esas a las que entramos temprano y salimos tarde y que podrían generar suspiros de impaciencia en tu vecino de silla. Pero lo que en realidad convierte a ‘La inmigrante’ en una experiencia triste es, tal vez, el facilismo histriónico en el que caen sus protagonistas. Tratándose de actores que han recibido reconocimientos como los mejores de su tipo, pasan por ésta película casi inadvertidos. Tristemente esto no parece ser una preocupación para su director James Gray, quien se concentra en contener la historia en una apuesta cinematográfica con tintes clásicos. Aquí las situaciones y los personajes apenas planteados resultan ser su apuesta más certera desde la racionalidad del hombre que todo lo domina. Pero así como en la vida no basta querer ser feliz para serlo, en el cine no funciona el intento, ni el propósito, ni los amigos. Y, por eso, a Gray no le bastan los actores, la época y el conflicto para convertir en interesante una historia tan insípida.

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