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“La política migratoria de Obama ha sido terrible”: Mariángela Rodríguez Nicholls

Esta antropóloga caleña, experta en migraciones, fue recientemente admitida en la Academia Mexicana de Ciencias. Hoy desea virar su mirada al Pacífico colombiano.

28 de septiembre de 2014 Por: Redacción de GACETA

Esta antropóloga caleña, experta en migraciones, fue recientemente admitida en la Academia Mexicana de Ciencias. Hoy desea virar su mirada al Pacífico colombiano.

A finales de los años 80, cuando México insistía en mirarse a sí mismo desde la antropología social, una caleña que había llegado al D.F. como estudiante, años atrás, decidió mirar en contravía para preguntarse qué pasaba con esas migraciones mexicanas que salían en busca del sueño americano. Mariángela Rodríguez Nicholls, así se llama, viajó entonces a California a estudiar a aquellas comunidades que se conocían como chicanas. Y no fueron pocos quienes la miraron con reserva por estar buscando rasgos de la mexicanidad fuera de México. Pero ella sabía que no tenía mucho que perder. No era mexicana y su ingreso a ese país era también el de una inmigrante que cargaba, además, con el estigma de ser colombiana. Una marca que le tendía obstáculos en el camino bien fuera para alquilar un apartamento o para realizar un trámite cualquiera. Así que partió hacia el norte y lo que encontró fue revelador para entonces. Descubrió que esa nueva cultura de la diáspora mexicana estaba construida a partir del rechazo. Pero no solo de aquel que recibían de la población norteamericana, que de cierta manera era previsible, sino, más triste aún, del de sus propios compatriotas, quienes al verlos en el exilio los consideraban unos ‘vendepatrias’. De ese viaje a California han pasado más de dos décadas. Pero su investigación siguió por el mismo camino. En total ha publicado trece libros, seis de ellos de su propia autoría y el resto en colaboraciones con otros autores, uno de ellos, incluso, editado por la Universidad de Arizona. Todo ese trabajo le mereció un lugar importante como investigadora en la Ciesas, el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social de México, en donde también es docente de pregrado y postgrado. Como si fuera poco, el pasado mes de mayo recibió una de las mayores distinciones académicas a la que pueda aspirar un investigador en México: fue admitida a la Academia Mexicana de Ciencias en el rubro de humanidades, por su trabajo orientado en “formas de lucha, identidad y resistencia cultural de la ciudadanía”. Pertenecer a este grupo es, en pocas palabras, hacer parte de la más alta instancia académica de dicho país. Todo un honor para Colombia. Y para ella, una oportunidad para hacer algo que anhelaba hace años: trabajar por su país.Mariángela, ¿cómo surge su interés de trabajar por las migraciones mexicanas?Recién egresada de la Universidad me vinculé a proyectos de investigación. En uno de esos proyectos tuve la oportunidad de ser ‘visiting scholar’ de las Universidades de California y Stanford. En la primera universidad estuve en el departamento de Estudios Chicanos y en la segunda en el departamento de Antropología. Eso me posibilitó acercarme a estas comunidades entre 1991 y 1994, investigarlas y descubrir que allí se estaba construyendo una nueva cultura de la mexicanidad.¿Y cómo era esa cultura?Una cultura construida a partir del rechazo. No solo de la cultura anglo sino de la propia cultura mexicana, porque los mexicanos los consideran unos traidores, unos ‘vendepatrias’ que se fueron hasta olvidar el español. En México, por ejemplo, les empezaron a llamar ‘pochos’, un término muy despectivo que quiere decir que hablan el español mocho. Como respuesta a esto, los migrantes, a su vez, empezaron a odiar a los mexicanos, porque se sentían terriblemente discriminados. ¿Cómo entra una colombiana a una comunidad de chicanos?Mi entrada fue curiosa pues yo me presenté ante ellos diciéndoles que yo también era una chicana, porque había llegado de Colombia a México y había sido discriminada, porque México es un país muy nacionalista, y yo tenía que cargar ese estigma. Yo también tengo una identidad liminal, les dije. Y funcionó. Curiosamente esa fue la puerta que se me abrió. ¿Cómo recibieron en México estas investigaciones?Con sorpresa. Para entonces México se miraba al ombligo y ver que unas nuevas culturas estaban surgiendo fue impactante. Incluso en una ocasión me invitaron a hacer una crítica de ‘El laberinto de la Soledad’, porque en él Octavio Paz se refería de forma despectiva a los pachucos, esos primeros migrantes que ya eran norteamericanos, pero de origen mexicano y que empezaron a hablar el ‘spanglish’.La verdad es que para mí fue muy importante haber incursionado en este campo porque logré penetrarme muy bien en su cultura y comprender cómo operaba. Me fui mimetizando al punto que muchos decían que no había llegado allá por mi curiosidad científica sino porque estaba predestinada a llegar allá.¿Qué pasos siguieron a esa investigación?Luego de muchas publicaciones alrededor del tema, vi que era necesario dar un paso más y saber qué pasaba con estas culturas cuando, años después, regresaban a México, así que me enfoque en la migración del retorno. Allí evidencié cosas aún más interesantes como, por ejemplo, niños que eran bilingües pero que no pasaban por el español sino por una lengua indígena y el inglés. Encontré un gran empoderamiento de las mujeres en las sociedades indígenas, algo muy curioso pues la mujer en estas sociedades suele tener un papel muy subordinado. Pues bien, encontré un empoderamiento de aquellas mujeres que se quedaban a cargo de sus hogares cuando sus esposos partían hacia Estados Unidos. Empezaron a desarrollar habilidades, a volverse parteras, líderes comunitarias e incluso incursionar en la política. Los hombres, por su parte, aprendieron de algún modo a respetar a las mujeres estando en Estados Unidos.¿Y el tema de la violencia en la frontera ya se hacía evidente?Mi objetivo nunca fue victimizar sino ver aspectos positivos y negativos. Pero es cierto, la drogadicción y las pandillas fueron fenómenos que llegaron fuerte a todos los pueblos. Tanto que muchos indígenas me decían: cuando usted regrese va a encontrar pueblos de locos. Particularmente en la meseta de Purépecha, en el estado de Michoacán, los indígenas se vieron muy afectados con la violencia y de a poco se complicó todo, tanto que hoy en día hacer trabajo de campo en México es muy difícil.Siendo usted tan cercana al tema, ¿cómo ve la política migratoria de Obama? Es terrible lo que ha hecho Obama con respecto a la tan prometida Reforma Migratoria. Paradójicamente este es el presidente que más latinos ha deportado y por añadidura tampoco se ha solidarizado con su propia comunidad afroamericana. En los dos casos veo desplazamientos forzados, separación, barbarie y muerte. En general, ruptura del tejido social. Separación de las familias, gran cantidad de niños migrando en busca de sus padres; esto último es un fenómeno muy reciente. En este momento estoy recordando a los caza migrantes en Arizona y a los narcos sacando a sangre y fuego a los afrodescendientes de su territorio.Las poblaciones afrodescendientes han estado también en la mira de sus investigaciones...Paradójicamente México es muy racista. Hay negros en la costa chica de Oaxaca, en la costa chica de Guerrero, en Veracruz y Tamaulipas. En Coahuila, por ejemplo, hay un caso interesantísimo de los Mascogos, que son negros que huyeron de la esclavitud de los Estados Unidos cuando México abolió la esclavitud. Allí quedó un enclave de negros desconocidos hasta hace poco y que tocan jazz y blues como lo hacen en Alabama y Nueva Orleans. Lo curioso es que no tenían conciencia de ser negros sino que se pensaban así mismos como indígenas. Hoy, mi interés es poder hacer una comparación con esas comunidades y las negritudes del Pacífico, particularmente las que habitan en Cali, que es mi ciudad de origen. ¿Eso quiere decir que regresará para investigar en casa?Mi más reciente viaje a Cali coincidió con el Festival Petronio Álvarez y fue una especie de revelación para mí. Y se me presentó como una oportunidad para aplicar todo ese conocimiento que he acumulado durante años y darle a mi país un poco de lo que México me ha dado a mí.

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