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"La literatura nos sirve para confundir fugazmente a la tragedia": Eduardo Sacheri

El escritor argentino Eduardo Sacheri estará en Colombia presentando ‘La noche de la Usina’, su más reciente novela que narra la cotidianidad de su país en días del corralito financiero. La historia ganó el premio Alfaguara de novela 2016.

10 de julio de 2016 Por: Santiago Cruz Hoyos Periodista de GACETA.

El escritor argentino Eduardo Sacheri estará en Colombia presentando ‘La noche de la Usina’, su más reciente novela que narra la cotidianidad de su país en días del corralito financiero. La historia ganó el premio Alfaguara de novela 2016.

No sabe muy bien cómo, pero si por qué. Eduardo Sacheri y su novia en ese entonces intentaban juntar el dinero necesario para casarse. Así que, por una u otra razón, terminaron trabajando en un mantenimiento de plantas en sus horas libres – un vivero -  sin tener la menor idea de cómo se cuida una planta.

Ahora, en el teléfono, Sacheri sonríe. En su más reciente novela, ‘La noche de la Usina’, ganadora del premio Alfaguara 2016,  uno de los personajes -  Rodrigo -  debe trabajar como jardinero en una oficina sin tener la más remota idea de matas.  

-    ¿Se te ocurre algo que podamos hacer con las difenbaquias?, le pregunta una secretaria que, para Rodrigo, es la mujer más linda del mundo.

Él, por supuesto,  jamás ha escuchado esa palabra, difenbaquia. En todo caso pone cara de entendido, dice que la planta está marchita por exceso de riego y después que es por falta de agua, y empieza a tocar las hojas.

-       ¿No te da miedo?, le pregunta la secretaria

-       ¿Qué cosa?

-       Tocar así las hojas de las plantas esas. Dicen que son recontratóxicas.

Rodrigo traga saliva pero ante la mujer más linda del mundo debe parecer que es un hombre que sabe muy bien lo que hace.

-       No pasa nada.

Rodrigo se intoxica por supuesto,   y Sacheri, al teléfono, sigue sonriendo.

- Ese capítulo es muy autobiográfico. Lo que le pasa a Rodrigo viene de esa experiencia con mi esposa cuando éramos novios y trabajamos en ese mantenimiento de plantas sin saber cómo cuidarlas. Aunque yo no me intoxiqué con una  difenbaquia, fue simplemente porque donde trabajábamos no había  difenbaquias. Pero pudo pasar.  Todas las demás torpezas que comete Rodrigo en la novela me las puedo adjudicar.

Si ‘La noche de la Usina’ fuera llevada al cine como ya ha pasado con otras novelas de Sacheri (‘La pregunta de sus ojos’, ‘Papeles en el viento’) podría ser, perfectamente, una comedia. 

La novela cuenta la historia de un grupo de amigos  que durante la crisis económica de 2001 en Argentina, juntan 242 mil dólares para iniciar un proyecto que tal vez los saque de la pobreza. Pero justo meten la plata al banco y viene el corralito financiero que hace que los argentinos solo puedan sacar 250 pesos a la semana, 1000 al mes, así que para sacar todos los dólares de nuevo debían pasar 242 meses, 20 años. Y encima, los estafan. Y encima, el peso argentino se devalúa. ¿Qué hacemos ahora?

¿Cómo vivió Eduardo Sacheri ese momento, el corralito financiero?

Mirá, esto fue en diciembre de 2001. Y yo te diría que todo ese año  fue extremadamente depresivo. Todo el mundo advertía que las cosas empeoraban cada vez más (esa sensación, como lo dice un personaje de la novela, de que todo se va a ir a la mierda).  Había como una inercia de fatalidad, de que esto que está pasando no hay modo de modificarlo. Pero claro, cuando estalló la crisis bancaria todo fue aún peor.

Yo siempre hago la aclaración de que el corralito significó de inmediato esta imposibilidad de sacar tu dinero del banco, pero muy poco tiempo después implicó una devaluación brutal del peso argentino, con lo cual ese dinero que tú tenías en los bancos se convirtió de dólares a pesos y a la tercera parte del valor que tenían esos dólares, con lo cual el perjuicio fue enorme. Es decir: un dólar costaba un peso argentino. Después un dólar empezó a valer casi cuatro pesos argentinos.  Así que si tenías en el banco el dinero equivalente a un automóvil, un mes después del corralito tenías la tercera parte de ese automóvil.

Y a la inversa, como sucede con el antagonista de la novela,  Manzi, si tú sacabas tus dólares antes del corralito podías comprar el triple de cosas, luego de la devaluación. El corralito, más la devaluación, fue un combo  que resultó fatal para la sociedad. Pero claro, para algún pícaro que tuvo un dato privilegiado como para sacar sus dólares antes de la medida eso le permitió enriquecerse mucho.

La novela intenta responder esa pregunta que, supongo,  todo el mundo se hacía en Argentina: ¿ahora qué hacemos?

Lo peor de nuestras crisis o de nuestras opresiones es la inmovilidad. La imposibilidad de moverte. Entonces en épocas de crisis como la de 2001, cuando uno se pone en movimiento,  está dejando atrás lo peor. Esos personajes de ‘La noche de la Usina’ hacen eso: ponerse en movimiento a pesar de  su inexperiencia y de su torpeza. Se mueven para   intentar salir de lo peor.

¿ Y cómo se movió Eduardo Sacheri en ese momento?

En esa época yo era profesor de historia en la secundaria,  tenía a mis hijos muy pequeños y la sensación dominante era que no sabía cómo iba a llevar un plato de comida a nuestra mesa, así de simple. Y lo que hicimos con mi mujer fue ahorrar hasta el mínimo centavo. Y esperar que pasara lo peor. Por fortuna yo tenía la enorme ventaja de tener trabajo. Trabajaba todas las mañanas, todas las tardes, todas las noches tanto en escuelas  como en la universidad, y eso me permitía que la comida estuviera. El piso, el fondo, no lo perforé  en relación a otra gente que la pasó mucho peor.

La idea de la novela surgió ahí, imagino. En ese momento de crisis.

No, fue posterior. En mi caso mis padecimientos personales demoran en entrar en mis libros. Te diría que hace dos o tres años esta novela empezó a tomar forma en mi cabeza. A lo mejor se me impone esto de ser profesor de historia.  Creo que uno, para poder evaluar realmente los acontecimientos, necesita alejarse de ellos. A mí me pasa lo mismo con la literatura. Por supuesto que me serví del recuerdo de esa desolación y de esa tristeza que viví y que me sirvió para contagiársela a mis personajes. Pero cuando imaginé esta historia yo ya me había alejado de esa época.

¿Cómo es la relación de los argentinos hoy con los bancos, la huella que dejó ese coralito en la gente?  Si yo fuera usted no metería la plata del Premio Alfaguara, 175 mil dólares, en un banco argentino… (Sacheri vuelve a sonreír).

La metí a un banco de España, que tampoco tienen buena prensa aunque por otros motivos.  Pero yo te diría que el corralito dejó una huella de desconfianza en los argentinos, sin que esa desconfianza   implicara la ruina total del sistema. Yo creo que los seres humanos tenemos esa cosa de las hormiguitas, que si nos tiran agua  se nos interrumpe el sendero en el momento pero siempre encontramos la forma de volver a él.

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Sin embargo, ya lo dijiste antes, el éxito en tu caso es un techo. Con el dinero del premio compraste un apartamento para cada uno de tus hijos. ¿Tiene que ver también esa inversión  con la desconfianza hacia los bancos argentinos?

 En ese caso tiene que ver más con la incertidumbre de ser un escritor. Realmente mis libros hasta ahora se venden, a los lectores les gustan, de algunos se han hecho películas, pero uno no sabe cuánto va a durar eso. Y bueno, aquí en la Argentina tenemos una cultura inmigrante de españoles e italianos muy fuerte, para quienes venir a la Argentina significó en una o dos generaciones tener la casa propia.  Y es un sueño o más bien una impronta cultural fuerte que tenemos: la casa propia.

En mi caso gracias a la película ‘El secreto de sus ojos’, que fue una adaptación de una de mis novelas, y todo lo que significó  en su momento (ganó el Oscar a mejor película extranjera en 2010)  fue lo que me permitió comprar mi casa. Y este premio de Alfaguara me permite ahora comprarle un pequeño techo a cada uno de mis hijos. Yo no puedo evitar traducirlo de otra manera. El éxito es un techo.

¿Cuál es tu mirada de la  situación económica de Argentina hoy?

A partir de 2013 el dólar se quedó quieto, pero caro.  Y en los últimos años del kirchnerismo  hubo una inflación de precios muy fuerte. Eso empezó a hacer que el dólar se empezara a mover. Y hoy tenemos un cambio de gobierno muy reciente y diría que estamos en una etapa complicada. Están intentado frenar la inflación, pero que el ajuste no sea demasiado doloroso. 

Sin embargo la economía argentina tiene una tendencia inflacionaria muy clara y en los últimos años esto fue algo muy marcado. Entonces desacelerar sin lastimar a los más pobres es muy complicado. Pero están en ese intento. Ahora, si les va a ir bien o mal, depende:  si hablas con un kirchnerista te dirá que este gobierno es un horror y si hablas con un ‘macrista’ te va a decir que están haciendo lo que pueden.

¿En tu caso no ha pasado esa idea de emigrar?

No. Hay un capítulo de  ‘La noche de la Usina’  que habla de eso. Hay un español entre los protagonistas que habla de la tristeza de sus antepasados al hacer vida en un país distinto al suyo como la Argentina. Y yo notaba esa misma tristeza  en mis abuelos. Entonces  siempre he agotado la posibilidad de quedarme. Siento que regresar a Europa, que a lo mejor sería el camino casi natural para un latinoamericano, sería como borrar el surco de mis abuelos. 

‘La noche de la Usina’ es en ese sentido muy universal o por lo menos muy latinoamericana. Esa sensación de vivir siempre al borde, de que podemos entrar en la quiebra en cualquier momento. La palabra ‘crisis’ es muy común en nuestro continente.

Sin embargo no sé si a lo mejor para un alemán, un suizo o un sueco  la novela pueda ser universal en ese sentido.  Yo creo que la universalidad que uno puede pretender es contar su pequeño mundo. Creo que ahí está la posibilidad que tenemos como escritores. Si uno conoce bien un pequeño mundo y lo cuenta, tal vez se conecta con el mundo del otro. 

Pienso por ejemplo en grandes novelistas colombianos contemporáneos que yo he disfrutado mucho, y eso que toda mi experiencia en Colombia son solo tres días en Bogotá y cuatro en Cartagena. Y sin embargo autores como Jorge Franco, Juan Gabriel Vásquez, Laura Restrepo, los leo y siento que me están hablando a mí. Y eso pasa porque conocen muy bien ese pequeño mundo de cada uno.

De otro lado ‘La noche de la Usina’ se lee como si fuera una película. Se le da más preponderancia a la imagen, a las escenas, que a la palabra. ¿Es consciente de la influencia del cine   en sus novelas? Yo creo que el cine y los libros han influido en mi vida en general, no solo en mis novelas.  Escribo porque leo. Para mí escribir es simplemente una continuación de ese acto lector. Ahora, sí creo que tengo una forma muy visual de imaginar mis historias. Es decir: así como hay autores muy atentos a la palabra, y a lo mejor al sentimiento, para mí las historias que cuento son sobre todo imágenes que veo. De lo que se trata  después es ver cómo  me las ingenio para traducir al papel eso que estoy viendo. Tal vez en  esa estrategia o en esa práctica haya como esa facilidad o esa presencia cinematográfica en mis libros. Pero es apenas una intuición. No lo tengo muy claro. Y qué tanto se expone el Sacheri de la vida real en la ficción. Digo, además del jardinero aquel, ¿qué más hay de Eduardo en ‘La noche de la Usina’? El lector puede encontrar cosas como el jardinero, cosas sueltas de mi vida, condimentos. A mí escribir me sirve para sacar mis fantasmas a pasear, pero al mismo tiempo necesito enmascarar esos fantasmas en una historia que sea inventada. Una ficción. Y entonces ahí me siento libre. Libre en el sentido de que hay cosas mías pero hay un montón de cosas que no, entonces tampoco soy tan fácil de reconocer. Y eso me sirve para hablar de mis fantasmas sin estar en primer plano. Lo que está en primer plano es una historia  que a lo mejor también le puede servir al lector para llevarla a su propia vida y aprovecharla. Hablando de fantasmas, de hecho te haces escritor para derrotar el insomnio… Sí. Empecé a escribir a los veintitantos, sin la pretensión de que eso se convirtiera en profesión. Y empecé a escribir simplemente para conciliar mejor el sueño. Y como ahora es una profesión, concilio bien el sueño porque estoy todos los días escribiendo. Pero creo que si dejara de escribir me volvería a suceder aquello de no poder dormir.  ¿Y en qué momento escribir se convirtió en una profesión?Yo creo que fue algo gradual, pero vuelvo a remitirme a esa cultura inmigrante que te referí al principio: me dije soy escritor cuando mi familia empezó a comer de esto, más que de mis horas de clase. Cuando yo pude decir: dejo de ir a tal escuela para quedarme en mi casa dos tardes escribiendo. Después cuatro tardes. Después días enteros, porque mi familia come de los libros. Y del cine. En mi caso particular esa historia es así de simple y concreta. Todo explosiona, digamos, con ‘La pregunta de sus ojos’ llevada al cine por Juan José Campanella como ‘El Secreto de tus ojos’… Es curioso, porque la novela en realidad explota después de la película. Era mi libro menos vendido  hasta que el cine lo volvió un fenómeno masivo. La película, el éxito y el Oscar.  En ese orden. De hecho mi primer libro en Colombia fue ‘El secreto de sus ojos’, nombrado así  intencionalmente para aprovechar el conocimiento de la película. Fue una decisión comercial lógica. Porque imagínate: un lector colombiano no hubiera tenido la más remota idea de mi existencia sino fuera por la película.  Y fue igual en México, en Alemania, el país que sea. Fue un cambio rotundo en mi visibilidad. ¿Y cómo te va con esa exposición mediática? A Perlassi, uno de  los personajes de la novela, le incomoda.   No es algo que disfrute  tampoco.  A veces te pasa que alguien te reconoce en el bar o en la calle o en el estadio –  soy de Independiente y voy siempre a los partidos- y es un poco  turbador. Pero al mismo tiempo uno tiene que pensar que si sucede es porque está haciendo bien su trabajo. Eso también permite que los libros lleguen a más personas, viajen y eso es muy lindo que pase. Te formaste como escritor leyendo, lejos de la academia. ¿Qué autores formaron entonces el ‘estilo Sacheri’?Yo no me atrevo a decir ‘el estilo’, porque si yo te nombro a  Cortázar, a Borges, a  Osvaldo Soriano, hasta ahí te nombro argentinos – y te nombro también a Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, no tienen un estilo en común en absoluto. Pero si yo tengo que decir: ¿qué autores a mí me enamoraron definitivamente del acto de leer?, básicamente fueron ellos. Entonces insisto que aunque estilísticamente yo – lamentablemente por cierto- no me puedo acercar a ninguno de ellos, sí me siento cerca desde el placer estético que me provocaron. ¿Existe por otra parte  un ‘método Sacheri’, una disciplina literaria?Durante la semana trato de darle forma de trabajo a la literatura. Estar sentado en situación de escribir un buen rato en la mañana  y un buen rato por la tarde. En mi casa frente a la computadora o en un bar frente a un cuaderno. Pero estar en la posibilidad de escribir. Sin embargo  trato de no obsesionarme con eso, en el sentido de que si es mediodía y tengo que ir  a buscar a mi hija en la escuela, pues tengo que ir a buscar a mi hija en la escuela.  No se puede subordinar el resto de la vida a la creación literaria. Sí darle su momento, su tiempo y su paciencia. ¿Y sigues siendo maestro?Sí. Con solo un día por semana. Lo he reducido mucho. ¿Qué le dirías a un alumno de historia que te pregunte para qué hacer literatura? Para  mí para reconciliarnos con lo trágica que es la vida. El arte nos sirve para eso, para confundir fugazmente a la tragedia. Después vuelve, claro. Y la última: además de maestro y jardinero, alguna vez fuiste arquero. ¿Qué tanto se puede relacionar esa posición en el campo con el trabajo de un escritor? ¿La mirada del campo  como del mundo, quizá?Sí, el arquero lo mira todo, tiene esa visión del campo como el escritor del mundo. Y está a la defensiva también. Hay una cuestión emocional en ambos oficios. Se permanece  tratando de proteger más que de atacar. 
Eduardo Sacheri estará este miércoles 13 de julio, en el museo El Chicó de Bogotá,   conversando con Diego Garzón sobre ‘La noche de la Usina’, su mas reciente novela.

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