El pais
SUSCRÍBETE

Inicio

Cultura

Artículo

Feredico Andahazi viaja a su pasado

Reconocido por sus viajes literarios a la Edad Media y el Renacimiento, Federico Andahazi emprende ahora un camino más personal: reconstruye la historia de su abuelo húngaro, salvador de judíos en la Segunda Guerra Mundial, en ‘Los amantes bajo en Danubio’.

6 de diciembre de 2015 Por: Por Catalina Villa | Editora de GACETA

Reconocido por sus viajes literarios a la Edad Media y el Renacimiento, Federico Andahazi emprende ahora un camino más personal: reconstruye la historia de su abuelo húngaro, salvador de judíos en la Segunda Guerra Mundial, en ‘Los amantes bajo en Danubio’.

Hace 18 años, cuando un joven  argentino se aventuró a contar la historia de Mateo Colón, un anatomista del renacimiento que descubre el clítoris de las mujeres, todos --al menos en los círculos literarios de su país-- se preguntaron lo mismo: ¿quién es este chico que escribe esta novela que todos se arrebatan en las librerías? 

De ojos rasgados, mirada misteriosa y chaqueta ajustada al cuerpo, un poco de gótico,  un poco de rock star, este individuo  no parecía venir del mismo mundo de los literatos. Y bueno, no venía de allí.

Hijo de un  psicoanalista al que solo conoció cuando tenía 18 años, Federico Andahazi estudió psicología y durante unos  años ejerció como psicoanalista. Sin embargo, ese corto lapso le sirvió para comprobar algo que venía sospechando años atrás:  había nacido para ser escritor. 

Lo supo desde muy chico cuando pasaba largas jornadas en la biblioteca de su abuelo paterno. “Él era editor y   tenía una biblioteca impresionante. Yo  me pasaba horas leyendo libros, inclusive aquellos que no eran necesariamente infantiles”, cuenta. 

Cuando tuvo que elegir una carrera,  estudió psicología. Y no cree haberse equivocado.  “Cuando uno lee a Freud, a Goethe, a Shakespeare o a los clásicos griegos sus historias te permiten tener una comprensión de la naturaleza humana. Así que mi nexo con el psicoanálisis proviene de la literatura”.

Federico, usted escribía desde muy chico. Pero no estaba seguro, como todos los que empiezan a escribir, de sí podría llegar a ser escritor...

Ya escribía estando en la Universidad. Y en ese afán de tener la aprobación de alguien siempre le mostraba mis escritos a un amigo a quien todo lo que yo le pasaba le parecía terrible. Un día me dije, no puede ser que todo le parezca tan malo, así que transcribí uno de los mejores  fragmentos de ‘El otoño del patriarca’. Cuando se lo pasé, me dijo que le parecía horrible. Y ya estuvo. Nunca más le pasé nada. 

¿Y cómo se convence de que ya era un escritor?

Escribiendo una novela policiaca. Fue mi primera novela y aunque aún permanece inédita, considero que quedó bien, no quedó ningún cabo suelto. Con ella sentí que ya me podría graduar de escritor.  

Desde los días de ‘El anatomista’, la historia de Mateo Colón y su exploración del cuerpo de la mujer,  una constante en sus novelas es la historia.  ¿De dónde esa fascinación por épocas remotas como el Renacimiento, el Medievo o la Colonia?

Yo creo que la respuesta a esa pregunta la tengo recién ahora que pude escribir los ‘Amantes bajo el Danubio’ que tiene que ver con mi historia personal. Creo que durante todos estos años estuve transitando la historia, con mayúscula, para evitar hablar de mi propia historia.

Pero ya no soy el mismo escritor de treinta y poco de años que cuando escribí ‘El anatomista’. Ahora sí creo que tengo una biografía, así que descubro que esa recurrencia hacia el pasado, más o menos remoto, finalmente tenía el propósito de ir dilatando esta historia que tiene que ver conmigo, la reconstrucción de mi propia familia que es la reconstrucción de mi historia.

Historia con mayúscula, como la aquella de que Gutenberg no fue el inventor de la imprenta sino un falsificador...

Yo soy un apasionado de la investigación. Y en principio escribir sobre el pasado es un proceso de investigación muy ardua. En  muchos casos hay personajes como Mateo Colón, que realmente existió, sobre el cual había muy poca información y eso en cierto momento te da la libertad de poder apelar a las hipótesis literarias. Y eso me encanta. Porque creo mucho en la ficción como método científico de reconstrucción histórica, incluso más preciso que el de los propios historiadores. 

Pero después encuentras personajes como Gutenberg en ‘El libro de los placeres prohibidos’. Había tanta información sobre él que tenía que buscar el lado menos conocido del personaje. Y lo que  encuentro  al investigar en los archivos judiciales en Alemania es que se trataba  de un estafador; que no fue el inventor de la imprenta sino de una máquina para falsificar manuscritos. En pocas palabras Gutenberg fue el primer pirata de libros en la historia. Esto nadie lo había dicho. 

Sin embargo,   una novela es verosímil y al lector le resulta atractiva cuando uno repara no tanto en los detalles históricos sino en  la reconstrucción de escenarios, de vestuarios, en tratar de transmitirle al lector cómo eran esas vieja calles medievales o de la época de la Colonia. Cuando  lográs transportar al lector a esa épocas ahí es donde empieza a funcionar la novela.

Sucedió con ‘Errante en la sombra’, un homenaje a la Buenos Aires del Siglo XIX, al mundo del tango. No parece usted un típico amante del género...

Pues fíjate que yo me crié en el barrio más tanguero de Buenos Aires, muy cerca de la Avenida Corrientes, entre los restos arqueológicos del tango. Esta novela es, efectivamente, un homenaje a aquella Buenos Aires de su época de oro, que no llegué a conocer. Y está escrita como un musical. Tuve el enorme privilegio de  que hayan hecho una adaptación teatral que estuvo todo este año en temporada. Y estuvo tan buena que debo confesar que me gustó más la obra de teatro que el libro. Ahora que estuve en Bogotá la gente me decía, tienes que traer esta obra a Medellín, y sí, lo tengo claro. Medellín es, junto a Buenos Aires, una de las capitales del tango en el mundo. 

Hablemos ahora de ‘Los amantes bajo el Danubio’ que, como decía, es su historia personal, la de su familia...

Mis padres estaban separados y  no  conocí a mi padre de niño. Lo único que conocí de él era un pequeño libro que descubrí en la biblioteca familiar, escrito por un tal Bela Andahazi, cuya foto estaba en la solapa. Yo sospeché que se trataba de él. 

Cuando cumplí 18 años, caminando por la calle  Corrientes, veo un personaje muy particular, con una barba frondosa, con una pipa y yo dije,  a este tipo lo conozco, es el de la fotito del libro. Me acerco muy tímidamente y le pregunto, perdón, ¿usted es Bela? Sí,  me dice. Ah, mucho gusto, respondo, yo soy Federico, su hijo.  A partir de ese momento iniciamos una relación --no te diría que paterno-filial-- pero sí de buenos amigos. 

Ese día, al regresar a casa completamente conmocionado,  busco el librito para reconstruir esa historia en mi cabeza. Y cuando abro la solapa --como si fuera una caja de Pandora-- cae un recorte de un viejo diario  donde me entero que otro Bela Andahazi, el padre de mi padre, es decir mi abuelo, había recibido un reconocimiento de las asociaciones israelitas argentinas por haber salvado judíos en Europa, y se lo hacen junto a Emily Schindler... ¿Cómo era posible que yo conociera la historia de Schindler -- por la película, claro-- y no la de mi propio abuelo? 

‘Los amantes del Danubio es la reconstrucción de esa historia...

Sí. Yo quería  saber quiénes eran estas personas que había salvado mi abuelo en Hungría. Nacido en Budapest, pertenecería a la nobleza húngara, había sido diputado y embajador de Hungría en Turquía, fundó un partido político y era pintor. 

Durante la ocupación nazi, en el  año 44 que es donde se inicia la novela, mi abuelo ocultó en el sótano de su casa a un matrimonio, y lo curioso es que este matrimonio estaba compuesto por su primera esposa y por el hombre con el que ella lo había engañado. Te imaginarás lo que sucedía en esa casa. De ahí se desprende la novela y lo que hago es crear la tensión de los momentos en que llega un oficial nazi a ser retratado. 

Uno de los momentos sublimes ocurre  cuando el hombre que está encerrado en el sótano, ya no aguanta más el encierro y hace el intento de salir. Entonces la mujer le tapa la boca con la suya, cubre con su cuerpo el de él y da inicio a una escena erótica donde la sexualidad no tiene nada de condenatorio sino que se convierte en el nexo más genuino con la vida y con la esperanza. Un acto que al fin termina siendo épico.

El erotismo  ha sido también una constante en su obra...

La sexualidad es parte constitutiva de la literatura. Los textos más antiguos de los que se tiene registro hablaban también de sexualidad. Cuando uno ve los antiguos escritos babilónicos, uno se encuentra con textos fuertemente eróticos. De manera que desde allí ya hay un vínculo de la sexualidad con la literatura. 

Luego pasaron varios siglos para que Freud descubriera un mecanismo que sigue teniendo vigencia y es lo que él llamaba la sublimación. El decía que detrás de toda creación literaria o artística hay una pulsión elemental de orden sexual y por medio de un proceso inconsciente esto se convierte en algo superior. Yo hoy veo ese vínculo un poco más visible y puedo comprobar que la materia de la cual está hecha la literatura es de la misma que está hecha a sexualidad. 

Por ejemplo, es muy difícil en la literatura conseguir que el lector se emocione, llore o que se ría con un libro, pero lo más difícil  es conseguir una reacción fisiológica. Y cuando algún lector te dice que conseguiste eso a partir de tu libro, bueno,  quiere decir que está funcionando. 

¿Por qué saltar de la ficción a la no ficción para hablar de, justamente, la sexualidad de los argentinos?

 Me parece que la historia de un pueblo no se entiende si no es a la luz de su sexualidad. También porque quería quitarle el patrimonio de la narración de la historia a los historiadores que han sido muy pacatos. Y no se trata de  revolver en las cobijas ni en las alcobas, sino poner de manifiesto que nuestros próceres no fueron tan pacatos como sí lo fueron los historiadores que narraron sus vidas. Así pude contar cosas como que un famoso estadista argentino, Sarmiento,  dejaba registro escrito de sus orgías cuando estaba en París y en Roma y no tenía ningún pudor en escribirlo y dejar testimonio. De cosas como esas son de las que hablo allí. 

A usted muchos lo han mirado con desdén por considerarlo un best seller, algo así como el Dan Brown latinoamericano...

Los escritores que no venden quisieran vender como los que venden, y traducen ese malestar en términos de calidad literaria. Pareciera haber un falso dogma de que aquello que vende es malo y aquello que no vende no es bueno, y eso, claro, no es cierto en ninguno de los dos casos. Pero eso, a estas alturas de mi vida, no me molesta. Tengo una relación directa con mis lectores, de  afecto, de  abrazos. Y eso está bien. 

Y cómo no va a estar bien. Ya nadie se pregunta  quién es ese chico que escribe esas novelas que todos se arrebatan en las librerías. Ya todos saben que este es Federico Andahazi.

AHORA EN Cultura