Estuvo tentado a renunciar a su trabajo como Ministro de Salud, pero atribuye a su “estoicismo innecesario” y a su deseo de enseñar que se puede continuar una vida normal a pesar del cáncer, la decisión de seguir al frente de la institución que, paradójicamente, lo involucra por doble vía: como cabeza y como paciente; como líder que exige a las multinacionales farmacéuticas bajar los costos de ciertos medicamentos esenciales y, al mismo tiempo, como el cuerpo que padece, que lucha, que muchas veces se levanta cansado, frágil, pero que no se reserva una gota de aliento.
Aparte de seguir trabajando, Alejandro Gaviria ha querido compartir con el gran público muchas de sus reflexiones en torno a la vida y la muerte, por eso presenta su libro ‘Hoy es siempre todavía. La historia de cómo descubrí que el cáncer es como la vida’. Así habló con El País:
Empecemos por tres ‘ísmos’ que marcan su pensamiento: agnosticismo, escepticismo y ascetismo…
El agnosticismo es una forma de expresar el ateísmo no practicante, que respeta las religiones y las creencias de los demás. Alexander Search (heterónimo del poeta Fernando Pessoa) dice que, antes de criticar las religiones, recordemos que la humanidad gime en la oscuridad. Thomas Huxley usó el término agnosticismo para nombrar una forma de ateísmo que respeta las creencias ajenas.
Escepticismo:
Me ha acompañado toda la vida. Considero el escepticismo la mejor vacuna contra el fanatismo.
Ascetismo:
Uso ese término con ironía, en forma de autocrítica. Creo que por mi formación en la Medellín de los años 70 soy esclavo del Súper Yo. Me importa mucho cumplir mis responsabilidades, hago listas, las chuleo, apunto, trazo metas, tenía una fecha límite para entregar la novela y me preocupaba incumplir. Uso la palabra “ascetismo” para referirme a mí mismo, no como elogio, sino como autocrítica.
En algún momento de su enfermedad, sobre todo en los episodios más duros, ¿pensó renunciar al Ministerio de Salud para concentrarse en su
tratamiento?
Sí, pensé cuatro o cinco veces en hacerlo. Y sigo pensando que en algún punto debí haber renunciado, pero cada momento trajo su afán y se fueron yendo los días. Me levanté muchas veces con cansancio, pero seguí porque me sentía bien al hacerlo y creí que era importante decirle a la gente que el cáncer no es un impedimento para seguir viviendo una vida normal. Fui incluso irresponsable: en septiembre tuve un choque séptico, ya me iba para la oficina y el doctor me dijo ‘usted está loco’, y me internó. No digo esto como un motivo de orgullo personal, al contrario, pienso que caí varias veces en un estoicismo innecesario.
Escribir obliga al cerebro a hacer conexiones, a conectar los puntos dispersos en un ejercicio intenso. ¿Usted estrenó cerebro? ¿Piensa que después de escribir las experiencias y reflexiones sobre su enfermedad
esa máquina llamada cerebro le sirve para más cosas hoy?
Es muy buena pregunta. Sí, escribir es conectar las partes dispersas. Me gustan las mentes que conectan cosas. Yo llevaba un buen tiempo escribiendo artículos científicos, pero esta vez escribí sobre asuntos personales e íntimos, y eso es transformador. En el libro digo que en el fondo nuestra vida debería dejarnos una buena historia para contar.
Desde el punto de vista lingüístico, por qué usó el posesivo “Mi” para referirse al cáncer. ¿Por qué no decirle el cáncer sino “mi cáncer”? ¿Qué implica eso para usted?
El “mi” no le gustó a mi esposa. Lo pensé varias veces, pero me sonaba mejor así. En el fondo creo que es un tema más de forma…
Pero en la escritura la forma y el fondo están ligados. Podría ser que al usar el posesivo se hace “cargo” de su condición, se “empodera” de ese cáncer y lo asume para, desde allí, atravesarlo y superarlo.
Puede ser. También soy un convencido de que fondo y forma sí están conectados.
A lo largo del libro hace constante referencia a las lecturas que han nutrido su alma, no hablamos aquí de los libros técnicos sino de la poesía, de la literatura, de Pessoa, de Machado, de Sagan, de Sanders, de Capote. ¿Qué ha significado la lectura para usted?
Leo mucho desde bachillerato, siempre me ha gustado leer y escribir.
Mi actividad favorita es comprar libros, los atesoro con la esperanza de que tendré el tiempo para leerlos un día, momento que no ha llegado, pero no importa. En ‘Hoy es siempre todavía’ hago una antología de las lecturas que me acompañaron. Es más lo que he pasado leyendo que lo que he vivido.
En el libro se pregunta si usted fue un paciente con cáncer ‘privilegiado’, por ser el Ministro de Salud. ¿Qué balance hace hoy sobre el sistema de salud colombiano?
No podía evadir esa pregunta en el libro, y respondo objetivamente que el balance no es positivo, pero tampoco catastrófico. Para decirlo me baso en anécdotas, pero también en las cuentas oficiales, que me permiten concluir que entre los pacientes hay un 20% de los casos donde los tiempos de espera son inaceptables. Hay otros casos, que salen mucho en los medios, que son los de pacientes que pasan la primera línea del tratamiento. Ese no fue mi caso. Luego de la primera línea de tratamiento viene una segunda, y luego una tercera donde los medicamentos ya son de acceso limitado, o son experimentales, o no están incorporados al POS, están en el campo de la “tiranía de la esperanza”, donde por un lado existen los problemas del sistema de salud y, por otro, los límites de la medicina.
¿Le piden ayuda?
Sí, ha aumentado la gente que me escribe, porque compartí mi correo electrónico una vez y trato de ayudar en la medida de mis posibilidades. La gente me pide a veces cosas que son imposibles, pero hay otros casos donde es cierto que el sistema no funciona bien.
En el libro dice que hay momentos en los que no queda más alternativa que ser adulto. Uno de estos momentos es estar frente a la muerte inminente. ¿Cómo le ha ido siendo adulto en el proceso de su enfermedad?
Cito una frase de Colette sobre ser adulto, no adulto en el mal sentido de la palabra. En una charla que di en el Hay Festival se me acercaron muchas personas al final, a darme las gracias por mencionar la posibilidad de acceder a una buena muerte. Me he acercado a la necesidad de plantear con las familias, con los médicos, con los pacientes, la realidad de la muerte. Esa es una discusión delicada, pero que uno debería tener. Existe una reticencia natural, pero quise dejar constancia de que no quiero que, llegado el momento, se me prolongue la vida artificialmente. Estoy dispuesto a someterme a la eutanasia.
¿Cómo percibe la apertura mental de los colombianos en torno a la eutanasia? ¿Seguimos siendo tan conservadores o hay un nuevo clima para discutir?
Para responder debo hacer referencia al libro ‘Historia mínima de Colombia’, de Jorge Orlando Melo (Alejandro Gaviria presentó ayer la obra de Melo en la Feria del Libro de Bogotá), porque en el último capítulo él dice que nos estamos moviendo velozmente hacia ser un país laico, mucho más de lo que la gente cree. Claro que hay influencia de lo católico, pero Colombia en las últimas dos décadas se ha movido hacia el laicismo, es un país con eutanasia legal, es un país progresista. Hay un gran cambio cultural. Cuando me reúno con ministros de Salud de la región se sorprenden de que yo pueda hablar libremente de interrupción voluntaria del embarazo, por ejemplo, algo impensable para ellos en Brasil, en Chile. A este último país le llevamos mínimo 8 años de distancia en ese sentido. Esa apertura debe ser motivo de esperanza.
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1) El cáncer da conciencia de la propia mortalidad
Alejandro Gaviria en su libro recuerda la anécdota del escritor estadounidense George Saunders cuando volaba de Chicago a Siracusa (NY) y el avión sufrió un percance que al final se resolvió sin tragedia: “Cuenta Saunders que durante los días siguientes al incidente vivió en un estado de excitación. Disfrutaba cada instante. Saboreaba cada bocado. Apreciaba todos los colores, todos los pliegues de la realidad...”. Recuperó el asombro.
2) Apreciar y agradecer los pequeños actos cotidianos
El Ministro es fanático de hacer listas. Estas le permiten agendarse en su ocupada vida diaria, pero también usó las listas durante el proceso de
su enfermedad, como una forma de recordar todas esas experiencias que damos por sentadas cuando nos creemos inmortales. “Abrir el periódico, escoger una película al azar, cualquiera, sin grandes estrellas, llamar a mi esposa, encontrarnos, entrar a cine, ver la película, tomarnos después un café...”, escribe.
3) Recuperar el hábito de leer por puro placer
Gaviria confiesa en su libro que tiene el hábito de salir a comprar libros sin saber lo que va a encontrarse, y que una de las cosas que añoraba en los momentos duros de su quimioterapia era ir a una librería. “Los libros no leídos son promesas por cumplir. Me gustan, en particular, los libros de poesía en desuso, que nunca estuvieron de moda y esconden versos poco trajinados. La poesía, creo, envejece mejor que la prosa”.
4) Si no rezas, lee poesía
Agnóstico como se reconoce, Alejandro Gaviria sostiene que se refugia en los poemas, a los que considera “oraciones paganas”. Escribe en su libro que la poesía “Ha sido, por un buen tiempo, mi forma peculiar de rezar, de protestar contra el olvido y celebrar el enigma de la vida”.
Cita en su libro el siguiente poema de Eliseo Diego:
“Las diminutas dichas que se aferran
con sus diminutas garras a la vida,
¿serán el porque sí de todo?”.
5) Importancia de los finales
Cuando se está de cara a la muerte toman importancia los finales, adquieren relevancia las “últimas” cosas que hicimos, o lo que hicimos por última vez. Gaviria recopila algunas condiciones de la buena muerte con el propósito de socializarlas. “...Morir donde uno quiere, estar al lado de la familia y de los amigos, evitar las medidas artificiales e innecesarias, controlar el dolor, mantener la conciencia y la autonomía sobre la medicina, y tener la posibilidad de la eutanasia”.