El documental que explora las razones por las que jóvenes indígenas se suicidan
El 31 de marzo será el estreno de La selva inflada, en Bogotá, Medellín y en Cali: en Centenario y luego en La Tertulia.
El 31 de marzo será el estreno de La selva inflada, en Bogotá, Medellín y en Cali: en Centenario y luego en La Tertulia.
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A las manos de Alejandro Naranjo llegó en 2009 una noticia sobre uno de los picos más altos de suicidios en el Vaupés en un mes. Según el Dane, la tasa de estos en Colombia es entre 5 y 10 casos por cada 100.000 habitantes, y en el Vaupés se dan 40 casos por igual número de pobladores, cuenta el cineasta, quien se inspiró en dicho caso para hacer su película La selva inflada.
Confiesa Alejandro que, como la mayoría de los colombianos, cuando estaba en el colegio para él Vaupés era una de esas regiones que uno ve como una mancha en el mapa, uno piensa que es puro bosque, animalitos e indígenas con taparrabo. Luego se aprende lo básico, que es uno de los 32 departamentos del país situados en la amazonía colombiana y que limita al norte con Guaviare y Guainía, al oeste con Caquetá y Guaviare, al este con Brasil y al sur con el río Apaporis.
Entre las hipótesis que manejaba la noticia es que había un choque cultural entre los jóvenes indígenas que llegaban de las comunidades al Mitú. Decía que acababan con su vida porque no tenían dinero para comprar sus jeans, gel para pararse el pelo o para tener unos tenis de marca. Naranjo tenía la intuición de que allí había suficiente material para una película.
Y siguiendo su olfato se fue por una semana al Vaupés para constatarlo. En las comunidades los chicos estudian su primaria, y cuenta Naranjo que son agrupaciones de familias de entre 50 y 100 personas donde hablan lengua autóctona y tienen modos milenarios de producción. Pero cuando cumplen la edad para pasar a secundaria, como solo hay enseñanza básica, el gobierno -que debe cumplir con las cuotas de educación- les paga el vuelo a Mitú y los pone en un internado allá para que culminen el bachillerato.
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Al llegar a Mitú, una ciudad con un 80% de población puramente indígena, se dio cuenta Naranjo que la tasa de suicidios es alta y que los problemas de los jóvenes son reales. Si tú le preguntas a alguno por qué se suicidó su primo o su hermano, te dice que porque vio a la novia con otro o porque no tenía plata, pero si ahondas en el tema, te das cuenta de que hay grandes vacíos, de frustración, de no proyecto de vida. Durante esos años de secundaria lejos de sus comunidades, los chicos no solo aprenden geografía, historia y literatura, sino a manejar dinero, a vivir en un mundo con electricidad 24 horas al día, a pagar por el agua, a hablar castellano, a sobrevivir en una ciudad colonizada por los paisas (así llaman a los antioqueños y a todo aquel que no sea indígena) y a ser tratados como ciudadanos de cuarta categoría.
Cuando se gradúan, salen con expectativas de conseguir un trabajo, una casa, una moto, una esposa, pero es un proyecto de vida al que muy pocos pueden acceder. En Mitú se gradúan al año 200 estudiantes, pero no hay 200 nuevos empleos calificados. Sus pocas opciones son cargar bultos, picar piedra o el mototaxismo y ya ni sus mujeres los aprecian, porque para muchas los militares son su salida del Vaupés.
La única opción de los chicos es regresar a su comunidad, en el Alto Apaporis (para llegar hay que tomar una avioneta desde Mitú), pero se dan cuenta que ya no son los mismos niños indígenas que salieron y tampoco los chicos blancos que pueden sacar adelante su proyecto, quedan en un limbo sentimental, laboral y social.
Naranjo empezó su documental desde 2011 y mientras investigaba encontró un ensayo ganador de un concurso del Banco de la República, llamado Mitú, un caso de inflación que ensombrece mi futuro, de un colegio del municipio, que narraba: Como en estas regiones de la selva todo llega por aire, los precios son exorbitantes, un bulto de cemento cuesta $200.000, una cerveza vale el doble de lo que debería, y aparte de todos los problemas que tenemos la inflación es un obstáculo. Si las cosas siguen así lo mejor es unirse a la guerrilla o al ejército, donde la inflación no tiene ninguna importancia.
Al leer ese ensayo de una clase de economía, Naranjo se cuestionó que esa no solo era una inflación de precios en las tiendas, sino de proyecto de vida, les estamos ofreciendo a estos muchachos una selva inflada, desmedida y descontextualizada de su realidad.
También halló leyendas que buscan explicar los suicidios de indígenas, como la de que un payé de Brasil que, tras la violación de su hija en la frontera con Colombia, lanzó la maldición de que en el Vaupés se ahorcarían 50 muchachos. Otra sobre una señora que tomó unas piedras de un río sagrado y liberó maldiciones, y una más sobre unas piedras a las afueras de Mitú que antes eran sitios sagrados y que debido a la urbanización se convirtieron en canteras y por eso se están matando los chicos.
Concluye Naranjo sobre su ópera prima que después de El abrazo de la serpiente (película de Ciro Guerra nominada al Óscar), hubo ansia de cine colombiano y de Amazonas, pero este es un Amazonas actual, un Vaupés que no conocemos. Aquí nos vendemos como un país megadiverso, como el de Colombia, Magia Salvaje, pero es una diversidad inocente, de plantas y animalitos, y aquí hay gente que también hace parte de esa biodiversidad y son justo los niños indígenas a quienes estamos llevando a quitarse su vida.
El 31 de marzo será el estreno de La selva inflada, en Bogotá, Medellín y en Cali: en Centenario y luego en La Tertulia.
Título original: La Selva Inflada.Documenta, Colombia. Coproducción de Dirty Mac Docs, Tourmalet Films y Señal Colombia.Director: Alejandro Naranjo. Cuatro chicos están en sus últimos días de bachillerato y deben decidir qué haran con sus vidas. Al director no le interesó hacer un documental descarnado sobre los altos índices de suicidio en los indígenas de Vaupés; habla del suicidio desde la vida, desde la mirada de jóvenes que sobrevivieron a sus amigos y lo que hace que eso pase. Logra que la cámara esté a diez centímetros de los muchachos y sea casi invisible. Los acompaña en su cotidianidad, para ver su soledad y sus silencios, su no expresión.