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"El arte nos permite mirar de frente el horror sin bajar los ojos": Carlota Llano

Con ‘Mujeres en la Guerra’, una obra de la actriz caleña Carlota Llano sobre cómo la naturaleza femenina se contrapone a la muerte y la violencia, se cierra el XXXII Encuentro de Poetas Colombianas de Roldanillo que finaliza hoy.

24 de julio de 2016 Por: Santiago Cruz Hoyos Periodista de GACETA.

Con ‘Mujeres en la Guerra’, una obra de la actriz caleña Carlota Llano sobre cómo la naturaleza femenina se contrapone a la muerte y la violencia, se cierra el XXXII Encuentro de Poetas Colombianas de Roldanillo que finaliza hoy.

[[nid:558773;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/270x/2016/07/p6gacetajul24-16n3photo01.jpg;left;{}]]Basta una pregunta, y Carlota Llano toma la palabra, cuenta su vida. Una. Aquello debe estar relacionado con lo que hace desde hace 16 años. Su obra ‘Mujeres en la guerra’ es precisamente un monólogo. El testimonio de cuatro mujeres que hicieron  parte de la guerra en Colombia – y que quieren pararla - en una sola voz:  la suya.

Alguna vez una historiadora le dijo que lo que hacía en el escenario era contar la historia violenta del país, pero también trazar un camino sobre lo que se debe hacer en el futuro. Carlota Llano lo cree así.  Está al teléfono.

***

Me hice artista por accidente. Yo iba a estudiar medicina en la Universidad Nacional de Colombia en la época más politizada de la Universidad. Sin embargo salir de  casa, y de una familia que me mantuvo en un ambiente burgués, que era en el que estaba  en Cali,  fue una revelación. Reconocer la realidad, reconocer que el mundo era tan injusto, me dio muy duro. Por eso apenas salí de mi burbuja personal empecé a pensar que tenía que mejorar el mundo porque era demasiado imperfecto. Fue cuando  me pasé a estudiar sociología. Supuse que era una herramienta más concreta para ese propósito.  

En la Universidad y en una facultad como la de sociología había que definirse.  La primera pregunta que te hacían era: ¿usted de qué partido es? Y yo apenas estaba comenzando. La atmósfera era muy interesante, pero a la vez sentía presión. Entonces, para desestresarme, me metí al grupo de teatro de la Universidad que dirigía Ricardo Camacho, director del recién fundado Teatro Libre de Bogotá. Y Ricardo me echó el ojo. Al semestre yo ya estaba metida de lleno en el grupo.

Hasta que pasó algo que hizo que yo me decidiera definitivamente por el teatro. Yo era becaria de la Universidad. Y en el colegio Liceo Benalcázar de Cali, cuyo lema es ‘Tensión y ritmo’,   me crié  psicorígida. Me acostumbré a sacar las mejores notas, incluso me decían ‘cinco en todo’. Un día, entonces, tenía una función en el Teatro Libre a la misma hora de un examen final en la Universidad. Y yo no supe decir la verdad. Dije que estaba enferma, saqué una excusa de una úlcera.

Pero en el periódico salió la fecha, la hora, el lugar y el nombre de la obra.  Me sentí tan descubierta que me dio vergüenza y no volví  ni por las notas. Entonces me quedé en el Teatro Libre.

 Así que yo me formé con el profesor ‘tabloski’, que es una manera eufemista de decir que me formé haciendo, me forme en el hacer, en las tablas. Fui una construcción del Teatro Libre, que también fue una construcción física porque estábamos construyendo una sede en el centro. Estábamos edificando un grupo, un movimiento. Fue la época del teatro político, cuando una cantidad de gente, de intelectuales,  creía que iba a cambiar al mundo. Yo creo que la frase que me resume a mí es esa:  íbamos a cambiar el mundo, y el mundo nos cambió a nosotros.

Yo sí creí en toda esa utopía de un mundo mejor. Y me formé con una generación de intelectuales muy valiosa. De puro hacer me volví grande  desde muy chiquita. Y participé después no solo en esa etapa del teatro político, sino en la  de los clásicos del Teatro Libre, que me formó como actriz, como intelectual. Yo soy completamente autodidacta.

Por eso en esa misma época empezamos a concebir lo que es parte de mi legado: la Escuela de Formación de Actores del Teatro Libre, que hoy es una facultad adscrita a la Universidad Central. Yo me entregué a ese proyecto con pies y manos  para darle a la siguiente generación eso que nosotros no tuvimos: una formación paso a paso, rigurosa, cuidada, vigilada.

Después me gané una beca en The British Council y me fui a hacer una maestría a Londres en técnicas de actuación. Cuando regresé al país empecé a sentir un desencanto. Sentía que necesitaba buscar otros rumbos -  yo duré en el Teatro Libre 21 años finalmente -   y  decidí que necesitaba hacer otras cosas.

Fue cuando fui  Subdirectora de Cultura de Bogotá, que me volvió a aterrizar sobre el país y la ciudad en la que vivía. Mi servicio público, que yo llamo mi servicio militar.

Además yo nunca viví del teatro. Le dedicaba más de medio tiempo,  pero tenía que trabajar en otras cosas durante cuatro horas para conseguir mi dinero necesario. Fui gerente de empresas, profesora, de todo. Eso me permitió desarrollar una habilidad administrativa y de gestión que me sirvió muchísimo para lo que pasó después.

Cuando salí del servicio público ya no tenía grupo, estaba sola, y sin embargo veía unas urgencias de nuestra realidad nacional de las que sentía la necesidad de hablar a través del teatro.  Yo me propuse poner un grano de arena y  hablar sobre eso que estaba pasando en el país. Estamos hablando del año 2000. Así que  empecé a buscar crónicas en el periódico porque me interesaba mucho el fenómeno del desplazamiento, y en ese diciembre en que salió el libro de Patricia Lara, ‘Mujeres en la guerra’, lo vi en las librerías, lo compré, me lo devoré y en enero le estaba pidiendo a Patricia: déjeme por favor hacer una versión teatral del libro, un monólogo. Y ella, encantada.

Los testimonios de estas  cuatro mujeres tienen mucho qué enseñarnos,  nos dicen que en nuestra gente están las respuestas.  Está Dora Margarita, la guerrillera; Chave, de las autodefensas; Juana, una madre desplazada; y Margot, hija de un militar, madre de cinco hijos, tres de ellos guerrilleros: Carlos Pizarro, Hernando y Nina.   

Estas cuatro mujeres nos dan un panorama del país desde diversos puntos de vista, en algunos casos gente que hace la guerra por circunstancias que uno no se atreve a juzgar. Entre todas  muestran esa alma femenina, dadora de vida, que lo único que quiere es parar esta guerra. Es la esperanza sentida de un país mejor para la siguiente generación. Todo tiene que ver con un país en paz. La guerra es el repudio general del alma femenina, porque su naturaleza es dar vida, por tanto esta se contrapone  a la muerte.

[[nid:558772;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/563x/2016/07/p6gacetajul24-16n3photo02.jpg;full;{}]]

En la construcción escénica entro al escenario cantando. El mundo de ‘Mujeres en la guerra’ es un mundo de canto y  palabra que nos sirve para darle ese aire, esa alma, ese espíritu a unos testimonios completamente veraces y que muestran una cruda realidad. Como dice Dora Margarita, esta no es una guerra corta como la de Cuba, esta es una guerra eterna. Lo dice ella que aunque se salió de la guerra la sigue padeciendo porque siguió viviendo en la miseria y el recuerdo más grabado en su memoria es el del hambre.

Esto lo sé muy bien, porque cada uno de los personajes está construido por sus propias palabras y yo tuve  la fortuna de conocerlos para narrar esta dura realidad y darle también un nivel metafórico, porque el arte permite ver el horror sin bajar los ojos, como dice un gran director. El arte permite mostrar el horror poniéndolo de una forma bella.

¿Y qué ha pasado con mujeres en la guerra? Yo  he presentado la obra en muchas partes de nuestro país y del mundo y nadie se queda ajeno a esos testimonios. A uno las noticias lo anestesian de lo que está pasando, te hacen sentir que no querés oír nada más de esa mano de horrores que nos suceden todos los días, en cambio las palabras reales de las víctimas, sus almas, su corazón abierto, tocan profundamente. 

Cuando estrenamos ‘Mujeres en la guerra’ en el Teatro Nacional estaban Patricia Lara y Juana, la mujer desplazada. Era  la primera vez que veía teatro en su vida. Y Juana vio los tres primeros personajes completamente feliz. Cuando empezó su personaje, y se escuchó a sí misma, escuchó sus palabras en la voz mía, comenzó a llorar y a llorar y no paró hasta que terminó. No te imaginas la impresión que yo tenía en el escenario. Era la obra con los protagonistas al frente. Y cuando le pregunté  a Juana por qué lloraba, me dijo que al escuchar sus propias palabras se acordó de todo lo que había vivido.

Es lo que los  griegos llaman el fenómeno  catártico. Descargar todo ese dolor que se lleva por dentro a través de la evocación; el teatro como un espacio para llorar nuestros muertos y también para soñar con un país mejor.

Ahora yo te digo:  soy parte de las víctimas de este país, de una familia afectada tremendamente por la guerra. A mi hermano lo mataron. En ‘Mujeres en la guerra’ me atreví a mencionarlo después de mucho tiempo. Pasan los cuatro testimonios y yo después cuento mi testimonio personal: a mi hermano lo mataron cuando su hijo cumplía nueve meses, cuando apenas empezaba a aprender para qué vivimos, para qué venimos a este mundo.

Años después me atreví a contar la historia completa. Después de ‘Mujeres en la guerra’ cogí fuerza e hice la obra ‘Columpio de vuelo’, que es mi testimonio personal, un homenaje a mi hermano asesinado en las montañas del Valle. Pero me costó más de 18 años hacerlo. A muchos les ha pasado lo mismo: la periodista María Jimena Duzán con su hermana Silvia, el escritor Héctor Abad con su padre. Uno casi no puede hablar de esas tragedias personales y familiares tan dolorosas. Deben pasar muchos años para poder hacerlo.

En ‘Columpio de vuelo’ trato, con mi presencia, poner de presente la ausencia de él, de mi hermano. Mi presencia hace ver su ausencia. No tenía por qué ser así, no tenían por qué matarlo. 

Pero entonces: ¿por qué crees que la mayoría de las  familias víctimas de la guerra le decimos sí a la paz, al cambio a través del diálogo, y rechazamos de tajo la venganza de la violencia? Porque uno no quiere que a  nadie le pase lo que le pasó a uno. Con esos traumas, con esos dolores, se convive, uno aprende a manejarlo, pero estarán ahí siempre. ¿Queremos otra  generación más con heridas de guerra? 

El temor ahora ante el inminente acuerdo con las Farc es el comienzo del  reto que se nos viene: la construcción de un país distinto. Viene un cambio y fíjate la reacción increíble: el país tiene miedo. Pero es normal. Como la relación del esclavo y las cadenas. Al esclavo que lo liberaran le daba pánico, porque no se conocía a sí mismo sino de esclavo. Entonces sin sus cadenas no tenía identidad. Nuestro país se ha acostumbrado a una identidad violenta, que es la más horrenda de las identidades, y por eso hay mucha gente que tiene miedo a lo desconocido, como el esclavo que no quiere soltar sus cadenas porque no se reconocería.

Pero al país hay que darle tiempo para que  analice lo que puede ser el cambio. Cuando uno oye a las ‘Mujeres en la guerra’ tiene la esperanza  que un país distinto es creíble.

Por eso también la importancia del arte: contar nuestro dolor como catarsis, y para sensibilizar a esos miles de colombianos a quienes  no  los ha tocado la guerra directamente. Eso explica por qué la Colombia del campo muchas veces es olvidada por la de la ciudad. Te lo digo yo, que además de teatro gerencio una fundación en Bitaco, un corregimiento de La Cumbre,  Valle del Cauca, tratando de construir una región sostenible. Conozco  tanto las problemáticas del campo, porque trabajo con los campesinos.  Y  con ‘Mujeres en la guerra’ logré  ser el altoparlante para que su dolor, su historia y sus enseñanzas sobre eso tan universal que es la violencia fueran conocidas en todo el mundo.

Porque los artistas  no cambiamos la realidad, pero podemos construir metáforas que logren sensibilizar, tocar la  conciencia de los demás. Aunque reconozco que no es verdad lo que creía a los 17. Íbamos a cambiar el mundo y el mundo, definitivamente, nos cambió a nosotros.

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